ALGO SE MUEVE EN CATALUÑA
Editorial de “ABC” del 07.06.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Hoy se aprueba en Barcelona
el manifiesto elaborado por un grupo de intelectuales catalanes para animar la
creación de un nuevo partido que haga frente a la deriva nacionalista del
socialismo catalán. Esta iniciativa se suma a las denuncias que dos corrientes
internas del Partido de los Socialistas de Cataluña -Ágora Socialista y
Socialistas en Positivo- han venido realizando contra lo que ya califican como
un «régimen», refiriéndose al tripartito de federalistas y soberanistas que
lidera Maragall. Los intelectuales -entre los que se encuentran Albert Boadella,
Félix de Azúa, Xavier Pericay y Horacio Vázquez-Rial- no ahorran juicios para
calificar la situación política de Cataluña. Denuncian que el nacionalismo de
izquierda ha seguido al nacionalismo conservador de CiU en el método del
conflicto, calificando como «escandalosa la pedagogía del odio que difunden los
medios de comunicación del Gobierno catalán contra todo lo español». Advierten
de la pérdida de calidad de la enseñanza en Cataluña por la política de
inmersión lingüística. Denuncian que la decadencia política contamina también la
actividad económica, a lo que se responde, según el manifiesto, con victimismo y
crispación entre regiones («el norte español trabaja, el sur dilapida»). Sin
duda, la crítica más dura y global se formula contra la «corrupción
institucional» y el sectarismo en el acceso «a un puesto de titularidad público»
o a la «distribución de los recursos públicos». Toda una impugnación de un
sistema político que parecía blindado a la crítica, y frente al cual los
redactores del manifiesto hacen un llamamiento para fundar un partido laico,
ilustrado, social; que se oponga a la «ficción política instalada en Cataluña» y
a los intentos de ruptura «entre catalanes y españoles»; y que evite «la
destrucción del razonable pacto de la transición».
No es la primera vez que se oyen protestas similares sobre las consecuencias del
monopolio nacionalista en Cataluña, pero sí es una novedad que tomen carta de
naturaleza bajo el gobierno de un socialista y que procedan de intelectuales de
diversa tendencia política. Un fenómeno similar en el País Vasco dio lugar a un
movimiento de protesta, actualmente en situación inestable y confusa por la
estrategia gubernamental. Hasta ahora, todo el que osaba cuestionar la
intangibilidad del sistema político catalán era inmediatamente condenado al
ostracismo con un veredicto inapelable de españolista. Más que un episodio de
disidencia académica, este manifiesto de intelectuales es todo un síntoma, y no
aislado, de que el rumbo de la política que lideran Rodríguez Zapatero y
Maragall resulta preocupante para amplios sectores de la sociedad española. No
conviene reducir el problema que denuncian los intelectuales firmantes del
manifiesto o los críticos del PSC a una discrepancia de corte local: detrás de
Maragall hay toda una estrategia de sustitución del modelo constitucional del
Estado autonómico por un experimento federal, cuando no confederal. La reacción
que subyace en el documento de estos intelectuales y en las disidencias de Ágora
Socialista y Socialistas en Positivo tiene que ver con un problema de identidad
y autenticidad de la izquierda.
El nacionalismo es una ideología estructuralmente contraria al socialismo. La
alianza entre uno y otro está siendo la opción táctica del actual Gobierno para
impulsar la reforma del modelo territorial, pero también está implicando el
abandono de principios teóricamente radicales de la izquierda, como el
igualitarismo y la solidaridad, que sólo un Estado unitario -no necesariamente
centralista- y con sólidos procedimientos de cohesión está en condiciones de
garantizar efectivamente. Precisamente, la alarma de estos intelectuales y de
los socialistas de las corrientes internas del PSC se produce por el riesgo
cierto de que quiebre la sociedad catalana y, por extensión, la española, porque
ya no hay compartimentos estancos a los efectos de la expansión nacionalista
desde el momento en que el PSOE ha convertido a los nacionalismos en guionistas
de la política nacional.
La pretendida modernidad de esta política puede llevar las contradicciones
internas del socialismo hasta extremos en los que no resulte eficaz ni la
disciplina de partido ni la conservación del poder. Antes o después debían
articularse las voces internas que, salvo los fogonazos de Rodríguez Ibarra,
Bono o Barreda, estaban calladas, pero no así los sentimientos de una izquierda
española que no renuncia a tener una vocación nacional y que no parece dispuesta
a aceptar, como si de una imposición del destino se tratara, el matrimonio de
conveniencia entre el PSOE y los nacionalismos más radicales de España.