EL SUPUESTO OASIS, INMUTABLE
Editorial de “ABC” del 30.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.
Mientras proliferan las reuniones
de todo tipo en torno al proyecto de Estatuto catalán, los ciudadanos tienen la
impresión de que el Gobierno tripartito se encuentra en situación de parálisis
absoluta. Hace unos días, ABC informaba acerca del desánimo que cunde entre los
vecinos del Carmelo realojados de forma «provisional», pero carentes de
expectativas concretas para el retorno a su vida normal. Esta semana, el
Gobierno y la Generalitat han firmado las ayudas prometidas en febrero por
Zapatero. No constituyen exactamente la «lluvia de millones» prometida, y, en
todo caso, suponen un escaso consuelo para los 500 vecinos que viven todavía
fuera de sus hogares. Las cosas no se arreglan con declaraciones retóricas ni
con fotos de Maragall y Trujillo, sino que es exigible una acción eficaz de las
diversas instancias, cuya pasividad resulta sorprendente a lo largo de los
muchos meses transcurridos desde el hundimiento. Poco se ha vuelto a saber
tampoco de la polémica del «3 por ciento». Graves acusaciones y probables
escándalos han sido sepultados bajo un manto de silencio, ante la sorpresa -no
exenta de resignación- de una sociedad que espera ya muy poco de una clase
política anquiliosada. El supuesto oasis permenece, pues, inmutable.
Una especie de unión sagrada entre todos los partidos -de la que se excluye por
definición al PP- sirve para tapar las discrepancias con objeto de unir fuerzas
frente al enemigo imaginario, que no es otro que el «centralismo» de Madrid.
Nacionalistas de uno y otro signo viven de la reivindicación permanente. La
reforma del Estatuto ofrece un interés muy limitado para buena parte de los
catalanes, según todas las encuestas. Sin embargo, la vida pública gira en torno
a la negociación del texto y ello permite aplazar una y otra vez los problemas
reales. La gente sensata se pregunta por qué tanta ambición para conseguir
nuevas competencias si, a la hora de la verdad, apenas se ejercen las muchas que
ya corresponden a la Comunidad autónoma. En rigor, las energías se gastan en
adquirir e incrementar cuotas de poder a base de fomentar una «construcción
nacional» que convierte en ciudadanos de segunda división a quienes no están
dispuestos a identificarse con la causa.
Una sociedad abierta se caracteriza por la transparecencia y objetividad en el
tratamiento de los asuntos públicos y no debe aceptar que se oculten bajo siete
llaves secretos como el del «3 por ciento». No es extraño que el texto tomado en
consideración por el Congreso esté inspirado por un intervencionismo de los
poderes públicos que no tiene parangón en ningún país o región europeos.
Impregnados por el «nacionalismo ambiental», muchos sectores económicos,
sociales, mediáticos o académicos están perdiendo la buena costumbre de debatir
en libertad con argumentos racionales y han puesto en fuga los resortes de la
conciencia crítica que hacen más sanas y perfectas las sociedades. Es
imprescindible que Cataluña recupere en su plenitud este pluralismo aletargado
ante la eterna querencia nacionalista hacia el cierre de filas contra un
supuesto enemigo común.