LAS LENGUAS EN CATALUÑA
Editorial de “ABC” del 31.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.
La regulación del catalán como
«lengua propia» en el proyecto de Estatuto implica un salto cualitativo en el
régimen de la cooficialidad lingüística, con grave peligro para la cohesión
social. Sin embargo, el Gobierno socialista no ha planteado objeción alguna en
esta delicada materia, tal vez como compensación a otros recortes inevitables.
La vertebración territorial se fundamenta en el carácter cooficial de las
diversas lenguas, expresión jurídica del bilingüismo social. El artículo 3 de la
Constitución dispone, en efecto, que «el castellano es la lengua española
oficial del Estado» y que «todos los españoles tienen el deber de conocerla y el
derecho a usarla», añadiendo que «las demás lenguas españolas serán también
oficiales en las respectivas comunidades autónomas de acuerdo con sus
estatutos». Se trata de una regulación abierta y generosa, desarrollada -con
algunos excesos- por las leyes de normalización lingüística en el País Vasco,
Cataluña y Galicia, que lograron superar en su día con matices el filtro del TC
en las sentencias 82, 83 y 86 de 1986.
Queda claro que el único deber constitucional hace referencia al castellano,
lengua común de todos los españoles, lo que lleva consigo igualmente el derecho
a su utilización en cualquier parte del territorio. El Alto Tribunal afirma con
claridad que ello no supone una discriminación respecto de las otras lenguas,
sino que es la consecuencia lógica de que exista un idioma común. No cabe, por
el contrario, imponer por vía legal el deber jurídico de conocer una lengua
distinta del castellano y no sirve argumentar que se trata de un principio
social, carente de exigibilidad jurídica. La simple lectura de la sentencia
relativa a Galicia refleja con toda precisión que la postura del intérprete
supremo de la Constitución no es compatible con lo dispuesto en el artículo 6
del proyecto catalán. Todo ello gracias a que nuestra norma fundamental ha
sabido eludir determinados modelos discutibles en el derecho comparado, tales
como el de la personalidad y el de la territorialidad de las lenguas, procurando
confeccionar un «traje a la medida» de la realidad lingüística en nuestro país.
En términos sociopolíticos, la imposición del catalán en la administración o en
la enseñanza lleva el desplazamiento de la lengua común, culminando así un
proceso que los nacionalistas han impulsado de forma sistemática. Resulta
patente, una vez más, la contradicción ideológica: los socialistas catalanes
asumen como propia -y exigen al PSOE que la acepte- una seña de identidad del
nacionalismo romántico e historicista, siempre dispuesto a sacrificar los
derechos individuales en nombre de unos imaginarios derechos colectivos. En la
vida cotidiana, las posibilidades educativas y de promoción profesional para
quienes no hablan catalán son ya muy limitadas. Si se aprueba el Estatuto en los
términos actuales, la opción -perfectamente legítima- de vivir «en castellano»
en Cataluña se convertirá sencillamente en algo imposible. Sin necesidad de
instrumentar medidas sancionadoras, la Generalitat podría imponer unos
requisitos tan restrictivos para los actos más elementales de la vida diaria que
obligaría -de facto- a los ciudadanos al uso exclusivo del catalán. El Estado no
puede permanecer indiferente ante una situación que provoca la ruptura de la
igualdad de derechos y deberes de todos los españoles en cualquier parte del
territorio, según exige la propia Constitución. De hecho, según las sentencias
citadas, la llamada «normalización» es compatible con la libertad de las lenguas
siempre que no sea «irrazonable», ni contradiga «las exigencias básicas de la
igualdad».
En una sociedad abierta y democrática, los derechos individuales deben ser
prioritarios sobre los criterios ideológicos o territoriales. Sin una
posibilidad real para optar por una u otra lengua, se hace imposible el libre
desarrollo de la personalidad que proclama el artículo 10 de la Constitución. La
enseñanza es un factor decisivo para transmitir valores y sentimientos y no
puede estar supeditada a ciertos deseos de revancha combinados con
planteamientos oportunistas. En rigor, las lenguas son un instrumento de
integración y de cohesión social y no deben convertirse en un mecanismo para la
discriminación entre ciudadanos de primera y de segunda clase. Están en juego
valores tan importantes como la libertad y la igualdad. Sin embargo, el Gobierno
y sus expertos constitucionales prefieren mirar para otro lado.