¿DE QUÉ DEMOCRACIA HABLAMOS?
Treinta años de nacionalismo han traído a Catalunya la ruina económica y la abulia cultural
Artículo de Félix De Azúa, Escritor, en “El Periódico de Cataluña” del 21.06.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
En buena medida, uno de los objetivos del manifiesto Por un nuevo partido en
Catalunya ya fue alcanzado cuando Josep Bargalló, máxima autoridad catalana
después del president, apareció en TV3 para comentar el documento y comenzó a
lanzar insultos como si hablara del Real Madrid. Sólo le faltaba el puro. Que
mostrara una pobreza mental tan acusada, una inseguridad tan evidente y tal
falta de respeto por la gente que paga su sueldo ya era suficiente. Sus insultos
formaban parte de un imaginario que merece un examen psiquiátrico: pijos,
resentidos, españolistas, hermanos de Jiménez Losantos.
La vulgaridad del personaje reflejaba exactamente lo que contiene su cabeza.
¿Qué entenderá este hombre por pijo? ¿Y por resentimiento? ¿No es su partido una
máquina de explotación del resentimiento? El ultranacionalismo es justamente la
manipulación sentimental que une bajo una misma consigna toda suerte de
resentimientos. ¿Extrema derecha? ¿El partido que tuvo de presidente a Heribert
Barrera, el cual, junto con Marta Ferrusola, quería limpiar de inmigrantes este
país... y un jefe que juzga a los trabajadores por la lengua que hablan y no por
sus necesidades? El fariseísmo de estos derechistas no engaña a nadie. No así el
cambio de camisa del PSC.
Uno de los columnistas que más ha bebido en los abrevaderos del Régimen por una
vez escribió una frase sensata: a los votantes socialistas se nos había puesto
cara de tontos tras el giro de Maragall una vez alcanzado el poder. Nunca se ha
visto a un socialista nacionalista. Sólo en Alemania y en los años 30. El
socialismo es lo opuesto al nacionalismo. El socialismo defiende a las personas,
no a los territorios. Es laico y agnóstico, no puede participar del mito
religioso nacionalista. El socialismo se preocupa por los problemas prácticos de
las gentes, no por los simbólicos. El socialismo es racional, no sentimental. El
socialismo es europeísta, los nacionalistas votaron no a Europa. El socialismo
quiere construir futuro, no restaurar el pasado. Y distingue pobres y ricos, no
nativos y extraños. La lista de incompatibilidades es inacabable.
¿Insinúo que los socialistas catalanes deben renunciar al poder? Si su alianza
con los ultras les conduce, como parece, a traicionar los principios del
socialismo, a mí no me cabe duda: mejor mantener la dignidad en la oposición que
envilecerse desde el poder. A la larga, eso les garantizaría una mayoría
absoluta, pero si continúan imitando a Convergència, se hundirán en el
descrédito.
TREINTA AÑOS de nacionalismo han traído a Catalunya la ruina económica, la
abulia cultural, la antipatía de los españoles, la carcajada de los Països
Catalans, el aislamiento y la asfixia ideológica. Por Barcelona circulan
inspectores lingüísticos que te miran la lengua o te imponen sanciones. Muchos
cargos de responsabilidad están en manos de afectos al Régimen, no de expertos o
ejecutivos con experiencia. La decadencia de Barcelona, como me atreví a
vaticinar, es evidente y ya sólo nos quedan los turistas.
Sería excesivo machacar sobre otra consecuencia de la unanimidad nacionalista:
la corrupción generalizada que tuvo su espectáculo de masas cuando los políticos
se declararon inocentes de lo mismo que se habían acusado un minuto antes. Quizá
ellos se sientan aliviados, pero ni un solo ciudadano lo ha olvidado. Como la
Italia de los años 60, Catalunya se desliza hacia la separación total entre unos
políticos cada vez más sindicados y una población que prescinde de ellos.
Ya estoy oyendo la airada voz de la buena conciencia. ¿Y Madrid? ¿Y el PP? ¿Y la
guerra de Irak? ¿Y la boda de Aznar? ¿Y los papeles de Salamanca? ¡Por Dios!
Arrojar huevos al PP, tronar contra Aznar, imitar al Rey, todos estos
infantilismos están bien para actores mediocres y columnistas de relleno. En mi
opinión, son una cortina de humo para no cumplir con el deber de todo
periodista, que es enjuiciar al poder real, al que nos domina. Mientras el PP no
se convierta en un partido liberal y europeo no merece ni una línea, pero
criticar a nuestro Gobierno, al que nos manipula aquí mismo, supone riesgos y
perder prebendas.
Hay otro aspecto aún más inquietante. Me pregunto qué derecho les asiste cuando
niegan un examen en castellano, si ellos están satanizando todos los días a los
castellanohablantes... pero en castellano. No quieren que Mendoza, Ruiz Zafón o
Marsé vayan a Fráncfort porque escriben en castellano, pero ellos escriben en
castellano todos los días en la prensa de aquí y de allá para exigir que los que
escriben en castellano no vayan a Fráncfort. Un modo estupendo de suprimir la
competencia. El viejo proteccionismo catalán.
El día en que ERC vuelva a reivindicar autopistas gratuitas (de las que se
ha olvidado desde que tiene línea con La Caixa), el día en que exijan la
catalanización de La Vanguardia (en la que ahora escriben todos sus cofrades),
el día en que frenen la especulación inmobiliaria, el día en que consideren
catalán a cualquiera que sea explotado en este país, ese día creeré en sus
palabras. Mientras tanto, me parecen tan derechistas y manipuladores como los de
CDC. Y por algo el PP fue el socio privilegiado de Convergència. ¿Qué puede
pactar un socialista con esa gente? Mi convicción es que a más nacionalismo,
menos libertad. Que cuanta más intransigencia simbólica en el Gobierno, más
violenta es la base agresiva del nacionalismo, esa kale borroka de la que habla
Artur Mas. Que Barcelona, un centro bastante culto y liberal para el resto de
España en el franquismo, se está convirtiendo en una especie de Bilbao, pero sin
Guggenheim. Y que aquí está prohibida la disidencia y la insumisión. Por eso hay
que dar una última oportunidad a lo que quede en este país de disidencia, de
insumisión, de izquierda real y de liberalismo. O sea, de democracia.