EL CATALANISMO AL DESNUDO

 

 Artículo de Francesc de Carreras, Catedrático de Derecho Constitucional de la UAB,  en “La Vanguardia” del 09.02.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

La actuación del Gobierno tripartito y el proyec­to de nuevo Estatut han mostrado la debilidad teórica del actual catalanismo. La tesis que expondré en este artículo puede resumirse asi: el catalanismo actual aplica recetas de un tiempo pasado a una sociedad que se ha trasformado profundamente. Esta inadecuación explica la presente crisis.

En 1906, justo hace cien años, Prat de la Riba publicó “La nacionalitat catalana”, obra de referencia del catalanismo político. En el mismo año, Eugenio D'Ors comenzó a publicar diariamente su Glosari con el objetivo de diseñar el catalanismo cultural. Política y cultura pretendían crear las bases de un proyecto de nación homogénea diferenciada de España. El catalanismo politico y cultural surgió como reacción a la crisis española de fines de siglo XIX. De esta crisis, la política y la cultura españolas surgieron muy reforzadas, abiertas al mundo, dando lugar a un espectacular florecimien­to —la generación del 98, Ortega y Azaña como símbolos— que culminó, en el plano politico, con la generación de la II República.

La cultura y la política catalana se situaron voluntariamente al margen debido a su objetivo de crear un sistema cultural propio y autónomo: el modernismo romántico fue el motor primario y el noucentisme académico pretendió estructurar el catalanismo cultural.

Ensimismados, en el centro de todas las preocupaciones estuvieron la recuperación del catalán como lengua de cultura y la configuración de una historia propia, no englobada en la española, que permitiera justificar las ansias de autonomía política, de voluntad de poder. Se trazó, por tanto, un proyecto ambicioso, en parte conseguido y en parte fallido.

La II República fue breve, la Guerra Civil trágica y la dictadura franquista larga, muy larga. Durante esta última se aceleró un fenómeno, lógico en toda sociedad industrializada, que venía de antiguo: la inmigración. Según los famosos cálculos de la demógrafa Anna Cabré, sin esta inmigración proveniente de otras zonas de Espana, la Catalunya actual tendría 2,5 millones de habitantes. Sería, por tanto, una sociedad pobre y decadente. Desde 1950 hasta 1975, este alud inmigratorio cambió el paisaje humano catalán. El entorno metropolitano de Barcelona quedó irreconocible. También otras partes de Catalunya. Ello hizo que se transformara profundamente la realidad social y política catalana. A la nueva Catalunya no se le podían aplicar las antiguas recetas de Prat de la Riba y de Eugenio D'Ors. Había que inventar un nuevo proyecto, un nuevo catalanismo adaptado a la nueva realidad. La autonomía conseguida con la Constitución de 1978 fue una gran ocasión para adecuar el catalanismo politico y cultural de fines del XIX a la Catalunya de fines de siglo XX.

Por un momento pareció que ello podía conseguirse. Pero con el acceso de Jordi Pujol a la presidencia de la Generalitat se vió claro que sería imposible: un nacionalista de la vieja escuela no podía reconvertir sus ideas a los tiempos presentes. Los antiguos dogmas del catalanismo no sólo siguieron vigentes sino que se acentuaron los aspectos más fundamentalistas. A una sociedad plenamente bilingüe se le quiso imponer el monolinguismo oficial, a una cultura plural y abierta se la quiso amoldar con un noucentisme de otros tiempos, a unos ciudadanos que, mayoritariamente, se sienten tan catalanes como españoles, se les quiso imponer una identidad única; el horizonte político no se situó en servirse de la autonomía sino en ofrecerles como meta una difusa soberanía.

El actual Gobierno tripartito no ha sido alternativa sino continuidad. La situación, además de quedar bloqueada, ha empeorado: igual que Pujol pero sin la habilidad ni la prudencia de éste. El maragallismo es lo mismo que el pujolismo pero sin sentido común. ¿Cuánto han costado al erario público, en estos años de autonomia, las políticas que tienen como único objetivo reforzar la llamada identidad catalana, una falsa identidad prefabricada con materiales de hace cien años que no se corresponden con los que necesita la sociedad catalana de hoy?

La autonomía tiene sus ventajas, también sus inconvenientes. La cercanía del poder hace posible una sociedad más estrechamente controlada. En la Barcelona del franquismo el poder estaba lejos y hablar mal, en privado, de Franco y los suyos, era algo cotidiano y habitual. ¿Cuántos chistes se contaban contra Franco? Contra Pujol, desde luego, ninguno. Hay miedo a decir lo que se piensa, incluso entre amigos, en el trabajo, en familia.

    Maragall y ERC, como era de prever, han ocupado el poder como elefantes entrando en una cacharreria. El desastre es evidente y nadie sensato lo niega. Pero ha tenido una ventaja: está mostrando el catalanismo al desnudo. Efectivamente, el rey va desnudo, pero sólo los niños de mirada limpia lo ven así. Hay varios millones de niños de mirada limpia en Catalunya: pero todos asustados, sin decir lo que piensan, con miedo a salir del armario.

El viejo catalanismo, basado en dogmas creados para estructurar la Catalunya de hace cien años, no sirve para la Catalunya de hoy. Sin duda, debe crearse uno nuevo, pero la clase política —a derecha e izquierda— de estos últimos treinta años ni siquiera lo ha imaginado. La tarea deberia corresponder, pues, a la sociedad civil que, por ahora, no se atreve. Mientras, andamos a tientas, hundiéndonos en falsos fundamentos hacia la decadencia..