DEPRISA, DEPRISA
Artículo de Francesc de Carreras en “La Vanguardia” del 06.04.2006
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El proceso de elaboración del nuevo Estatut de Catalunya se ha distinguido por
estas tres características: tacticismo, escasa transparencia y prisas en el
tramo final.
La reforma estatutaria como elemento fundamentalmente táctico se ha puesto de
manifiesto tanto en Barcelona como en Madrid. Recordemos. La iniciativa en
Catalunya fue debida, simplemente, a necesidades partidistas y electorales. En
efecto, a comienzos del año 2000, tras perder Maragall las elecciones
autonómicas frente a Pujol, el PSC llega a la conclusión de que para derrotar a
CiU necesita aliados, y así acuerda con ERC reformar el Estatut, algo que nunca
había sido una prioridad de los socialistas catalanes.
Dos años más tarde, tras comprobar que una parte importante de sus electores
orientaban sus preferencias electorales hacia Esquerra, una nueva Convergència,
liderada por Artur Mas, decide rebasar al partido de Carod en sus aspiraciones
nacionalistas: no se debe hacer una simple reforma parcial, dice Mas, sino un
ambicioso nuevo Estatut que establezca sobre renovadas bases la relación de
Catalunya con España. Los trabajos parlamentarios para redactar el nuevo Estatut
comienzan inmediatamente después de formarse el Gobierno tripartito presidido
por Maragall: el acuerdo del año 2000 había dado sus frutos.
Tras más de veinte meses en los que la propuesta catalana se va redactando muy
lentamente, Rodríguez Zapatero y Mas llegan en septiembre pasado a un principio
de acuerdo que permite aprobar un proyecto en el Parlament. Pocos meses después,
con el texto tramitándose en el Congreso de los Diputados, el presidente del
Gobierno y el hasta entonces intransigente líder convergente pactan otro texto,
muy descafeinado, que rebaja las aspiraciones nacionalistas catalanas en casi
todo lo que es substancial.
Como puede comprobarse, en todo este proceso los protagonistas decisivos siempre
han considerado el nuevo Estatut como un instrumento para conseguir finalidades
de naturaleza partidista y electoral, muy distintas del proyecto en sí mismo. En
efecto, el nuevo Estatut ha servido, primero, para que Maragall llegue a ser
presidente de la Generalitat; después, para que Zapatero pueda asegurar una
futura alianza con CiU que le permita seguir gobernando durante las próximas
legislaturas; y, tercero, para que Artur Mas pueda recuperar para su partido la
presidencia de la Generalitat. Probablemente, sólo ERC ha actuado de buena fe y
ahora se encuentra con serias dificultades para justificar su coherente posición
sin quedar apeada de su actual cota de poder. Los demás -incluida ICV, por
supuesto- han utilizado el nuevo Estatut simplemente como medio para obtener
beneficios particulares.
Además, el nuevo Estatut -del que, sin embargo, tanto se ha hablado- ha sido
elaborado con muy poca transparencia, tanto en la Cámara catalana como en el
Congreso. El primer texto que aprueba la ponencia del Parlament se publica el 11
de julio pasado y el de la comisión, el 1 de agosto. Ambos, por tanto, se
acuerdan en época de vacaciones parlamentarias (y de vacaciones ciudadanas).
Finalmente, el pleno lo aprueba a finales de septiembre, normalmente la semana
en que - tras las fiestas de la Mercè- el Parlament de Catalunya reemprende sus
trabajos, tras el paréntesis que empezó el primero de julio. El Estatut, por
tanto, si bien no se aprobó con el agravante de nocturnidad, sí se tramitó en
época de veraneo.
En Madrid, por su parte, el texto relevante sobre el que comienzan en febrero
pasado los debates parlamentarios no es tanto el aprobado en el Parlament, sino
el misterioso acuerdo entre Zapatero y Mas, que sólo llegaron a conocer los
iniciados. En todo caso, discusión parlamentaria hubo poca: simplemente se iba
ratificando lo ya pactado en los despachos de la Moncloa. Ahora parece que,
deprisa, deprisa, tendrán lugar los debates del Senado. Ciertamente, quien desee
averiguar la voluntad del legislador no lo logrará consultando sólo los diarios
de las sesiones parlamentarias.
Porque ahora estamos, de nuevo, en el momento de las prisas. Ya hubo prisas hace
un año, y por ello la tramitación parlamentaria en Catalunya tuvo lugar en
verano. El Estatut quemaba a Maragall. Ahora el Senado está acortando plazos con
el objetivo de que el referéndum pueda celebrarse el 18 de junio, fecha mágica
antes de la desbandada veraniega que permite albergar ciertas esperanzas de que
la participación sea decorosa. En otro caso, la consulta debería retrasarse al
otoño, con el peligro de que se alargue la ya tradicional agonía que acompaña a
quienes avalan este Estatut. Ahora, a quien le quema en las manos el nuevo
Estatut es a Zapatero. Deprisa, deprisa, hay que cerrar, hay que cerrar, ¡pero
ya, pero ya!
Curioso proyecto: se sostiene que es bueno para Catalunya y para España, que
nadie de izquierdas debe dejar de votarlo, pero todos hacen lo posible y lo
imposible para quitárselo de encima cuanto antes, para que de una vez deje de
hablarse de él. Curioso proyecto, sin duda, cuando ocasiona tan contradictorias
reacciones. Curioso proyecto del que tantas bondades se predican y tan necesario
parece ser, pero también del que tanto se desconfía a la hora de buscar el apoyo
ciudadano.
¿No será que, así como, según se dice, la revolución devora a sus hijos, se tema
que el nuevo Estatut esté devorando a sus padres?
FRANCESC DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB