EL DOCUMENTO DE BARCELONA
Artículo de Álvaro Delgado-Gal en “ABC” del 05.06.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Un grupo de intelectuales
catalanes, adscritos a la izquierda, acaba de publicar un manifiesto que ya se
ha hecho célebre: «Por un nuevo partido político en Cataluña». Les hago un
resumen libre del documento, muy bien construido:
1) La redacción de un nuevo Estatuto de Cataluña obedece a un reflejo de la
clase política, no a una necesidad o demanda ciudadana. Es más, el Estatuto en
ciernes está sirviendo de coartada para que los dirigentes eludan los deberes
elementales que conlleva la acción de gobierno: «Muchos ciudadanos catalanes
creemos que la decisión es consecuencia de la incapacidad del Gobierno y de los
partidos que lo componen para enfrentarse a los problemas reales de los
ciudadanos».
2) El tripartito, nominalmente de izquierdas, se ha limitado a reiterar las
pautas de un pujolismo corregido y aumentado. Esto es anómalo. El desplazamiento
democrático de un partido conservador por otro progresista debería traducirse en
una aproximación distinta a la gestión económica y social. El cultivo de la
ensoñación nacionalista, sin embargo, ha velado o relegado a un segundo plano la
política en su acepción cotidiana. Se siguen de aquí tres consecuencias
ingratas.
3) Primero, una acentuación de los instintos oligárquicos de la clase dirigente
catalana. Cito otra vez: «... el nacionalismo sí ha sido eficaz como coartada
para la corrupción. Desde el caso de Banca Catalana hasta el más reciente del 3%
toda acusación de fraude en las reglas de juego se ha camuflado tras el
consenso».
4) Segundo, un deterioro de la gestión pública: «La decadencia política en que
ha sumido el nacionalismo a Cataluña tiene un correlato económico. Desde hace
tiempo la riqueza crece en proporción inferior a la de otras regiones españolas
y europeas comparables».
5) Se ha verificado, hacia fuera, un enfrentamiento artificial entre los
catalanes y el resto de los españoles. Y hacia dentro, una opresión sistemática
de los que, siendo catalanes, no comulgan con el principio nacionalista
En vista de todo esto, se apela a la constitución de un nuevo partido. Conviene
señalar que el documento no es, en rigor, anticatalanista. No se impugnan los
valores culturales que promueve el catalanismo; únicamente se afirma que tales
valores no deben preponderar sobre los derechos individuales, ni fagocitar o
determinar la agenda política en su conjunto. Por lo mismo, el documento deja la
pelota en el tejado de los nacionalistas o criptonacionalistas. Quien afirme que
el manifiesto ataca a Cataluña, deberá argumentar que la idea catalanista de
Cataluña es más importante que las personas o que la transparencia democrática
en la conducción de los asuntos colectivos. Ello aclarado, conviene añadir que
el texto es revolucionario. Lo es, por cuanto dinamita la retórica y la práctica
de casi todos los partidos que operan en la región. Que un documento
democráticamente ortodoxo, y hasta puntilloso en su ortodoxia, contravenga los
usos que se han instalado en la vida pública, revela en qué medida dichos usos
se han degradado y venido a menos .
¿Deberían los firmantes apretarse los machos y no sólo pedir un partido, sino
intentar crearlo? No. La política se ha convertido en una ocupación áspera y
sumamente profesional. Lo sabe quienquiera que haya pasado un rato con los que
se dedican a estas cosas. El observador casual esperaba asomarse a una discusión
apasionada sobre los intereses generales. Se encuentra, sin embargo, con que la
conversación sobre cómo conseguir un escaño en Logroño o aumentar los
rendimientos marginales del partido en las próximas elecciones. Esto es
decepcionante. Pero es también el resultado fatal de la contienda democrática.
La democracia de partidos está dominada por burocracias cuyo obsesión es
disputarse los votos uno a uno y palmo a palmo. El moralista, el filósofo o el
intelectual saldrán siempre trasquilados de esta contienda necesaria y feroz.
A la inversa, el político profesional carece de tiempo para comprender de verdad
las ideas que defiende. Es a la filosofía con mayúsculas lo que un don Juan
ejecutivo al amor con mayúsculas. El don Juan está tan ocupado en seducir
mujeres, que no piensa ni por un momento en el amor. ¿Significa lo último que el
amor o las ideas son mixtificaciones inútiles, reclamos en que quedan atrapados
los que no se comen una rosca? Tampoco. Ha afirmado célebremente Keynes: «Los
hombres prácticos, que se creen libres de toda influencia intelectual, son
usualmente esclavos de algún economista difunto». El político profesional se
mueve y debate en el alvéolo de una idea recibida, de un lugar común. Es una
máquina para avanzar desde premisas que no pone en cuestión. La tarea específica
del intelectual consiste en poner en cuestión la geometría del alvéolo. El
mensaje de los intelectuales catalanes es eficaz en este sentido estricto. No es
poco.