MARTES DE CARNAVAL
Artículo de Sergi Doria en “ABC” del 28.02.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El horrísono Carnaval, que deambula con sus comparsas y decibelios en el
«febrerillo loco» -nada que ver con Venecia- me ha llevado a las páginas de
Larra en 1833. Aquel año estaba el país al borde de la guerra civil. Muerto
Fernando VII, tras su ominosa década estalló la primera de las guerras
carlistas. Una España convulsa y atormentada que el ministro y escritor Martínez
de la Rosa quiso moderar con un Estatuto Real que no satisfizo a nadie. La
España liberal del uniformismo provincial contra la absolutista del Pretendiente
Carlos y sus fueros viejos. «El mundo todo es máscaras. Todo el año es Carnaval»
titula Larra aquel artículo de 1833; a modo de pórtico recoge la frase de un
personaje de la «Comedia nueva» de Moratín: «¿Qué gente hay allá arriba, que
anda tal estrépito? ¿Son locos?»
En la Cataluña de 2006 hace demasiado tiempo que andamos enmascarados y, en
efecto, los de arriba, es decir, nuestra clase política está armando demasiada
bulla. El señor Maragall, por ejemplo, anduvo veintitrés años disfrazado de
alternativa al nacionalismo convergente que maquillaba a su vez el oportunismo
político con la responsabilidad de Estado y ahora, ya ven, Maragall baila en la
Rúa del Tripartito y lanza piropos a Carod para que se suba a la carroza
estatutaria. En su irónica novela «Nocturn de primavera», felizmente rescatada
en su versión original por Destino, Josep Pla contempla así la burguesía
autóctona: «En nuestro país, se trata más bien de no reflejar nunca la realidad
de una manera precisa, por eso, hay mucha gente que aparenta tener lo que no
tiene y hay una cantidad considerable que tiene mucho más de lo que aparenta.
Esta manera de ser produce una situación sistemáticamente ficticia, impregnada
de hipocresía que por la gran cantidad de tiempo que permanece, ha convertido la
verdad subjetiva, la verdad personal, es decir, la falsedad necesaria e
indispensable, en la pura y simple verdad». La política catalana es un
interminable baile de máscaras. Una burguesía que no puso reparos al franquismo
y ahora abona el nacionalismo: idealización de intenciones que enmascara
intereses egoístas y tolera interferencias partidistas en la sociedad civil. Una
idealización de la Historia, donde la verdad subjetiva ha devenido falsedad
necesaria. Disfrazados de socialistas, suqueros o convergentes, los hijos de la
burguesía han ido abonando la transversalidad nacionalista como se entrelazan
sus apellidos en la genealogía de los barrios altos.
Y si los de arriba en Cataluña arman estrépito, en Madrid la bronca de la
Carrera de San Jerónimo supera los decibelios de la Rúa. Todo el año es
Carnaval, decía Larra. La Historia de España es una mascarada; la reescriben
desde el antifranquismo: ahora resulta que partidos y sindicatos abortaron el
golpe de Tejero y compañía, mientras que el Rey pasa de protagonista decisivo a
personaje secundario. Una relectura mítica de un episodio histórico como la de
mayo del 68 cuando, al parecer, todos los «gauchistas» hispánicos, estuvieron en
París del brazo de Cohn Bendit (Barcelona se debió quedar vacía)... De risa.
Vemos a la gente devorar «botifarra d´ou» y preparar el entierro de la sardina,
los políticos de uno y otro signo van cambiando de disfraz, según soplan los
vientos bursátiles a favor o en contra de la opa alemana a Endesa. Un esperpento
guerrero, como los que escribió Valle en «Martes de Carnaval». Independentistas
vestidos de furibundos patriotas defienden la opción catalana por española;
españolistas ataviados de ultraliberales, loan el libre mercado y la
globalización...¡Cuánto ruido! Después del martes, vendrá el Miércoles de Ceniza
y la Cuaresma. Pero aquí nadie hace penitencia. Todo el año es Carnaval.