ESCUELA DE IMPOTENCIA
Artículo de Sergi Doria en “ABC” del 23.05.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Una primera constatación: el Barcelona-bicampeón sale muy caro a la Barcelona-ciudad. Alguien sugiere de forma malévola que la directiva del señor Laporta debiera conocer el coste de la fútbol-borroka. Pero el otro President dice que el vandalismo es una minoría: ya se las apañará el ayuntamiento. Las farolas arrancadas a la fuente de Canaletas, los semáforos rotos, los escaparates de los comercios, el saqueo y las motos y contenedores carbonizados caerán sobre el erario público; los sufridos comerciantes del centro temblarán cada vez que Cataluña gane algo. De no haber ganado... hubiera pasado lo mismo. La euforia de los «señoritos satisfechos» es destrozarlo todo entre vítores... ¿Y la derrota? También se salda con violencia: los niñatos se sienten defraudados necesitan su juguete para romper.
El deporte es una de las puntas del iceberg de la educación fracasada que va a hundir pronto nuestro Titánic. Mientras las masas se desparramaban por Barcelona, impidiendo la movilidad de quien no usa el fútbol como linimento de frustraciones; mientras el neoperonismo deportivo acaparaba los informativos; mientras el griterío ensordecía con la enésima rúa carnavalesca en el Palau había Festival de Poesía y en la UPF, se hablaba de la mística Escuela de Kioto. El gobierno ponía en el horizonte de 2007 la Ley Orgánica de Educación, avance de sociedad orwelliana donde la educación es la ignorancia. Entre las «innovaciones» destaca esa pintoresca asignatura llamada «Educación para la Ciudadanía». ¿Qué ciudadanía? ¿Saben sus redactores qué connota la ciudad? ¿Han leído a Séneca, Platón o Eiximenis? Son capaces de distinguir entre autoridad y poder? ¿Son conscientes de que las tres potencias del alma -Memoria, Intelecto y Voluntad- han sido deportadas de los planes de estudio a los confines de la erudición?
En un artículo, Jordi Pujol, denunciaba la deriva pedagógica que ha instaurado la enseñanza del todo a cien: «Desde los años sesenta, en la literatura pedagógica hay una palabra que ha desaparecido, o casi, la palabra voluntad. Se habla mucho de motivación y muy poco de voluntad» escribía. La voluntad fue desterrada por el izquierdismo infantil, asambleario y espontaneista. Cuando un alumno no hace los deberes aduce que el profesor no le motiva. Y no sólo la voluntad: la memoria ha sido caricaturizada y el intelecto contaminado por un positivismo que ignora la dimensión espiritual. Lo advirtió en su día el profesor Marina; lo describe el catedrático Josep Olives en «La ciudad cautiva»; lo expresa Amador Vega en «Los cuatro modos del espíritu»; lo denuncia Moreno Castillo en su «Panfleto antipedagógico»... Pero el lamento del político, ay, siempre se escucha en el paisaje después de la batalla... En las «Veladas de Benicarló», Azaña se arrepintió de los desafueros de la República y los ediles barceloneses tocan a rebato ante la fuente de Canaletas violentada por gamberros beodos. Pujol lamenta la situación educativa que desterró la moral del esfuerzo, demonizó los exámenes y permitió pasar de curso suspendiendo matemáticas, gramática e inglés. Pero debería recordar que su consejera Carme Laura Gil se jactó de aplicar la Logse un año antes que el resto de España: aquella ley que impuso la Escuela de la Impotencia, adulteró el rigor y degradó la autoridad profesoral. Parece que la política educativa pretenda que los alumnos sean tan sólo un jirón de la masa: otro ladrillo en el muro del pensamiento único: «Al bote, al bote...». Ahora les piden que boten al ritmo de las multitudes deportivas. Y que voten (sí) al Estatut: «Per anar endavant» ¿Adónde? A estudiar «Educación para la Ciudadanía», mientras sus profesores se educan en la impotencia y la depresión, abandonados por la frívola pedagogía igualitarista.