UNO MÁS
Artículo de Arcadi Espada en “El Mundo” del 29 de agosto de 2008
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Una de las falsedades más extravagantes de la opinión pública española es la
especie de que el ex presidente Aznar gobernó contra los nacionalistas. No hay
una sola prueba de ello. El Aznar antinacionalista es una pura invención de la
izquierda: después de demostrar con la implicación española en la invasión de
Irak que la derecha siempre traía la guerra quisieron acabar de cuadrar al
personaje presentándolo como un furioso nacionalista español. Obviamente, los
nacionalistas se apuntaron rápido, porque su textura ante los gobernantes
españoles ha sido siempre del tipo kleenex. No gobernó contra los
nacionalistas, repítase. A diferencia de los socialistas, Aznar no mandó
aprobar una ley comparable a la llamada Loapa, de «armonización» autonómica,
por otro lado tan inútil en su aplicación práctica. Y, desde luego, no movió un
músculo para corregir la política lingüística de las comunidades. Es probable
incluso que el Aznar pintarrajeado por sus adversarios fuera de su gusto, tan
apegado como siempre se muestra a la exhibición de sus principios. Pero en este
caso sería inventarlos, haciendo uso de la habitual falacia retrospectiva.
Aznar no modificó el dañino procedimiento establecido por la costumbre, la astucia nacionalista y la necesidad de obtener y ejercer el poder a cualquier precio. El procedimiento fue, y es aún, el de someter la estructura del Estado a la negociación parlamentaria y convertirla en moneda de cambio. Esta aberración se ve bien a través de dos hipótesis analógicas: que un gobierno español pusiera a subasta local su política exterior es la primera; y la segunda será del agrado nacionalista: que para aprobar una ley en un parlamento autónomo, y fruto de la exigencia de cualquier partido, un gobierno nacionalista tuviera que devolver competencias al Gobierno central. Pues así ha sido la experiencia de negociación autonómica en estos años, en cuya menudencia y bajo regateo descolló Pujol, el gran estadista.
La incierta posición de Aznar en estos delicados asuntos se descubría, oblicuamente, en la entrevista que publicó ayer este periódico, cuando el expresidente aseguraba que comunicó a los nacionalistas la necesidad de cierre del proceso autonómico. Una razonable postura, pero sin ninguna base real. No era con los nacionalistas con los que debía negociar. Negociarlo con los nacionalistas, además de corroborar que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía, supone la aplicación tácita del principio de autodeterminación. El cierre del proceso sólo está en manos de los dos grandes partidos españoles, y es el más interesante reto político del futuro. Para abordarlo no cabe falsificar antecedentes. Ni en el diseño de una política de encuentro entre los dos partidos mayoritarios, ni en el ofrecimiento de una negociación concreta resultó ser Aznar distinto del ayer de González ni del hoy de Zapatero.
(Coda: «Creo que Pujol ha sido uno de los grandes políticos de esta etapa constitucional». José María Aznar, EL MUNDO, 28 de agosto.)