LA MORDAZA CATALANA
Artículo de José Javier Esparza en “El Semanal Digital” del 21.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
21 de diciembre de 2005. Lo que
le faltaba a Cataluña para ser una completa anomalía en Europa era una
legislación contra la libertad informativa, una ley mordaza. Ya la tenemos con
esa iniciativa que atribuye al Consejo Audiovisual de Cataluña (CAC),
institución designada por el parlamento autonómico, potestad para decidir cuándo
una información es veraz y cuándo no, y para autorizar (o vetar) las
modificaciones en el capital accionarial de los medios catalanes. Como
corresponde a toda buena ley mordaza, la norma prevé severas sanciones
económicas. Todos a callar.
Esta ley es una pésima noticia por muchos conceptos. Es mala para la libertad en
Cataluña, porque pone un instrumento de control ideológico en las mismas manos
que conceden, "administrativamente", las antenas y las frecuencias. Es mala para
la libertad de expresión en general, porque atribuye a una instancia política el
derecho a decidir sobre la verdad. Es mala para los periodistas, porque
instituye una suerte de tribunal de honor al margen de (y en conflicto con) los
tribunales ordinarios, donde hasta ahora se ventilaban estas cosas. Es mala para
los demás consejos audiovisuales, que se idearon para defender a los ciudadanos,
no para proteger a los poderosos. Y es mala, en fin, para la inteligencia: a
partir de ahora, una información podrá ser veraz o mendaz según el territorio.
Seguramente se hablará mucho del alcance de esta ley y de las capacidades reales
del CAC para decidir sobre tales o cuales cosas. Se adornará el muñeco con
cintas de colores y alguien lo perfumará. Tampoco faltará quien desvíe el debate
metiendo por medio la necesidad (bien real) de proteger a los espectadores ante
los abusos de la televisión. Ahora bien, todo esto es secundario en el plano
político. Porque, en ese plano, lo que tenemos es crudamente esto: por primera
vez desde la caída del Muro de Berlín, una institución política europea adopta
una ley deliberadamente encaminada a reducir la libertad de expresión.
Nadie en Cataluña –ni en ninguna otra parte- había sentido jamás la necesidad de
ponerle colmillos al CAC. Nadie hasta que Carod pactó con ETA, hasta que se
hundió el barrio del Carmelo por incuria municipal, hasta que Maragall hizo
saltar el escándalo de las comisiones del 3%, hasta que la OPA de La Caixa se
cruzó con las deudas impagadas de Montilla. Sólo después de todo eso, es decir,
después de que los medios de comunicación hayan puesto al descubierto el lodazal
político catalán, se ha sentido la necesidad de legislar la "veracidad" de las
noticias. No hace falta decir que la información sobre todos esos escándalos ha
sido estrictamente veraz: nadie se ha inventado nada. El poder catalán lo sabe,
vaya que si lo sabe. Por eso legisla ahora en esta dirección: se trata de
lapidar al mensajero. Ha nacido la lapidación preventiva.
Cataluña ya era una anomalía en Europa. Ahora esa anomalía empieza a adquirir
tintes monstruosos.