POLÍTICA, INTELECTUALES Y PERIODISTAS
Artículo de Lluís Foix en “La Vanguardia” del 23.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Estamos poseídos por la política. La política lo penetra todo y lo decide todo.
Ortega decía que es un poder misterioso, instintivo, que no se ha logrado aún
analizar, pero que rige la historia. No importa que haya razones objetivas para
no creer en ella.
Existe y se camufla según marcan los tiempos, atraviesa el humor de las gentes,
se erige en árbitro de los intereses contrapuestos de los ciudadanos y se
disfraza de lamentos, de luchas de clases, de ideologías variadas o de luchas
que el tiempo demuestra que fueron estériles.
Los políticos son efímeros pero la política perdura a través de los tiempos. A
veces tropieza con la inteligencia, pero muy raramente. Beethoven admiraba a
Napoleón hasta dedicarle la Tercera sinfonía. Pero al comprobar los destrozos
que sus ejércitos provocaron en Europa central cambió el nombre y quedó
bautizada como Heroica.
Winston Churchill llegó a ser premio Nobel de Literatura porque escribía bien y
mucho. Y porque tenía tiempo para pensar. El político no tiene por qué pensar
porque pone en circulación y ejecuta las ideas de otros. Es el que se pone el
disfraz de dirigente y pone en marcha el instinto político, el instinto del
poder, que finalmente es el que rige la historia.
El político no es un analfabeto ni mucho menos un personaje sin educación. Sabe
cautivar a las gentes al margen de los que piensan. Donde empezó a aceptarse el
fascismo de Musolini fue en la próspera y cultivada Lombardía, la región con más
gentes preparadas intelectualmente de Italia. La Alemania en la que Hitler
consigue hacerse con el poder es la nación más culta de Europa, la de los
mejores músicos y literatos, la de los filósofos y teólogos.
La política tiene sus ritmos, sus trayectos y sus irracionalidades. Parece que
se puede imponer sobre el pensamiento o sobre la razón. O sobre la ética o la
moral. No es así porque la política administra realidades pasajeras, cambiantes
y contradictorias.
Podríamos recordar la euforia del comienzo de todas las guerras. La última, la
de Iraq, no es una excepción. Los políticos las ponen en marcha sin reparar en
los daños causados por su gestión. Tucídides y otros autores clásicos de la
Grecia antigua decían que las principales razones por las que se hunden los
imperios y los gobiernos son el orgullo, la arrogancia y la confianza excesiva.
Utilizando sus propias palabras, por el engreimiento.
El periodista es el que recoge la imagen impresionista de la realidad. Lo que le
parece, que no coincide exactamente con lo que pasa. La historia se encarga de
rehacer el cuadro histórico, con todos sus matices, sus miserias y sus
grandezas.
Comentaba Humberto Eco el papel de los pensadores o estrategas intelectuales de
la historia. Ulises era el intelectual orgánico. Agamenón le pregunta cómo puede
conquistar Troya. Inventa la idea del caballo y no se preocupa del final que
pueden tener los hijos de Príamo. Después, Ulises se dedica a navegar, a pasarlo
bien por el Mediterráneo, a vivir su propia y muy interesante aventura.
Hay que desconfiar de pensadores como Platón que pretenden gobernar. El
experimento junto al tirano de Siracusa le sale tan mal que tiene que huir por
piernas de Sicilia. Aristóteles era más realista. A Alejandro no le da consejos
precisos ni cómo y cuándo tenía que cortar el nudo gordiano. Tampoco le aconseja
que se case con Rosana. Le enseña qué es la política, que es la ética, cómo
funciona una tragedia o cuántos estómagos tienen los rumiantes. Y se
desentiende.
El gran Sócrates critica a la ciudad en la que vive y, después, acepta ser
condenado a muerte para enseñar a los griegos a respetar las leyes. El
intelectual incómodo es el primero en ser guillotinado o fusilado.
La política es juego sucio, un juego sucio necesario, y el que pretende pensar
no puede dejarse ensuciar. Una buena reflexión para cuántos podemos pensar que
cambiamos el rumbo de la historia con comentarios momentáneos, en caliente, sin
visión sobre el comportamiento, del mal y del bien que todos llevamos dentro,
sin pensar ni por un momento que somos prescindibles.
Un periodista o un intelectual que no es consciente de sus limitaciones cuando
habla o interviene en política no sabe de su necedad. Me producen un cierto
sonrojo, me sonrojo a mi mismo, cuando nuestra profesión se entrega con tanta
pasión y a veces tanta irracionalidad a cambiar el orden de las cosas pensando
que los ciudadanos son amorfos o imbéciles.
A pesar de todo, también somos necesarios porque evidenciamos la fragilidad de
todo lo que hacen los políticos.