LOS AUSENTES DEL ESTATUT
Artículo de Javier Zarzalejos en “El Correo” del 18.12.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Los padrinos de la propuesta de
nuevo Estatuto catalán no ocultan su amargura. Se preguntan dónde están los
intelectuales españoles -progresistas, no hace falta aclararlo- cuando se les
necesita para defender semejante texto frente a tanta crítica irreverente. Se
sienten abandonados por los que creían comprometidos en esta batalla contra la
reacción y el centralismo.
Probablemente se sorprenden ante la incapacidad para comprender que los términos
habituales del debate público no pueden aplicarse en este caso. De ahí que la
osadía de los críticos haya traspasado los límites que tenían que proteger la
esencia prepolítica de esta Cataluña nacionalista y de izquierda que los
padrinos del nuevo Estatuto quieren imponer. Después de que Rodríguez Zapatero
confiriese el privilegio de inmunidad a la Cataluña de Maragall y Carod
comprometiéndose a aceptar lo que aprobara su Parlamento, parecía que todo iba a
ser más fácil. Las cosas ahora se han torcido y no poco. Los intelectuales, así
en general, siguen sin dar señales de vida.
No es fácil saber con precisión a quiénes dirigen su reproche Montilla,
Maragall, De Madre o Puigcercós. A uno le salen unos cuantos intelectuales que
han hablado en extenso del tema. Deben ser otros los ausentes. En todo caso, los
que ahora pasan lista deberían reconocer que no se lo han puesto fácil a todos
aquellos cuyo silencio critican. Abogar por la propuesta de Estatuto es un
ejercicio de alto riesgo intelectual. Se corre el peligro de quedar atrapado en
ese texto deplorable, arrogante y farragoso y, además, hay que compartir las
reflexiones en un escenario de inquietante surrealismo con un interlocutor
peculiar, la propia Cataluña que, según el preámbulo de la propuesta, cobra vida
y se transforma en un sujeto pensante que opina, considera, recuerda y, sobre
todo, imagina.
No les debería sorprender el escaso atractivo intelectual que suscita esta
grotesca restauración premoderna que intenta el nuevo Estatuto. Lo que sí llama
la atención es la fascinación irresistible que toda esta alucinación identitaria
despierta en la izquierda gobernante. En sus tratos con nacionalistas, han
olvidado que por algo advertía San Ignacio que cuando no se vive como se piensa,
se termina pensando como se vive. Tanta camaradería, tanta aversión compartida,
tanto empeño en fundir izquierda con nacionalismo para generar un nuevo
paradigma político que deslegitime a la alternativa democrática de gobierno,
empieza a pasar factura a este socialismo.
La factura sería más llevadera si fuera el precio de un proyecto político al
que, equivocado o no, pudiera reconocérsele cierta grandeza. No es el caso.
Los promotores de esta operación reivindican una supuesta dimensión histórica
que no aparece por ninguna parte. En realidad está ocurriendo todo lo contrario.
La propuesta estatutaria catalana continúa en el proceso de degradación en el
que la han situado sus impulsores. La han degradado la retórica vacía y el
oportunismo, la intolerancia con el discrepante y su exclusión por escrito en el
'Pacto del Tinell', el frívolo desprecio al marco constitucional, y el poder
temerariamente consentido a una minoría de sectarismo, virulencia e
insolidaridad acreditadas.
Los que con gesto de gravedad y tono solemne exigen silencio y complacencia,
aunque quieran hacerlo pasar por respeto, son los que más están contribuyendo a
la banalización de una iniciativa que desde su origen se ha tomado a beneficio
de inventario el deber de respeto recíproco hacia el marco común de convivencia
de todos los españoles. Cómo calificar la jactancia del presidente del Gobierno
que presume de tener fórmulas de sobra para reconocer la identidad nacional de
Cataluña pero que no ha encontrado simplemente una para afirmar la nación común.
Qué sentido lógico y político tiene que los mismos que primero en Barcelona, y
luego en Madrid, han auspiciado la inconstitucionalidad de la propuesta
estatutaria, se presenten ahora como la garantía de que el texto quedará limpio
«como una patena».
El 'nou Estatut' ha entrado en la fase de tramitación parlamentaria en el
Congreso. Una vez concluido el periodo para la presentación de enmiendas, el
debate se retomará en el mes de febrero. Es dudoso que Carod con sus 'sketches'
tan poco graciosos y Maragall con sus reflexiones en voz alta permitan que la
propuesta salga del primer plano de la polémica pública como desearía el
Gobierno.
Pero para ser justos, no todo debería imputarse a la capacidad que uno y otro
demuestran para la extravagancia. Otros también echan su cuarto a espadas, más
ahora cuando se necesita tanta imaginación para recomponer el juguete. Hace unos
días, los periódicos traían la noticia: «El PSOE contempla 'el modelo andaluz'
de financiación como salida para Cataluña». Seguramente el modelo andaluz de
financiación está siendo cuidadosamente pensado, pero establecerlo, a estas
alturas, como solución alternativa a las pretensiones de la propuesta
estatutaria parece una broma.
Un año de trabajo en la ponencia del Parlamento de Cataluña, debate en comisión
y pleno, miles de enmiendas tramitadas, un buen número de dictámenes con el
Instituto de Estudios Autonómicos al frente, el tripartito en pleno abogando por
la viabilidad financiera y constitucional del modelo contenido en el proyecto, y
ahora resulta que el borrador del 'nuevo' Estatuto andaluz esconde la clave que
el PSOE guarda para solucionar la financiación de Cataluña, incluida -hay que
suponerlo- la fórmula para enjugar los diversos déficit que se esgrimen frente
al resto de España.
Precisamente a esto de los déficit se refería otra información llamativa que
días después otro periódico de los de difusión nacional llevaba a su portada con
el siguiente titular: 'El Gobierno ofrece que el Estatuto catalán incluya la
supresión de peajes'. Por si la memoria falla, hay que ir al artículo 147 de la
Constitución para comprobar cuál es el contenido de lo que califica como «norma
institucional básica» de cada Comunidad Autónoma. No hay en ese artículo ni
rastro sobre los peajes. Tal vez porque la competencia al respecto es del Estado
y las competencias del Estado no se regulan en los estatutos por mucho que estos
quieran 'blindarse'. La supresión de los peajes costará 625 millones para el
Estado. Bien gastados estarán si puede hacerse. Pero para eso no se necesita un
nuevo Estatuto.
Lo contradictorio de toda esta operación es que se pide al nuevo Estatuto
precisamente lo que un Estatuto no puede dar. Cataluña recibirá o no más dinero
pero será en virtud de una negociación multilateral en el marco de un modelo de
financiación común, no en virtud de un derecho inexistente a que se le abone una
autoliquidación de conceptos dispares unilateralmente definidos.
Cataluña podrá o no recibir facultades en materia de competencia estatal, pero
no en virtud de su decisión para la que no tiene capacidad, sino porque las
transfiera una ley orgánica específica, que es potestad exclusiva de las Cortes
Generales, y está prevista no en el Estatuto sino en el artículo 150.2 del texto
constitucional. En el ejercicio del poder que le reconoce el artículo 147 de la
Constitución, Cataluña podrá adoptar la denominación que mejor corresponda a su
identidad histórica y así lo hizo en 1979; lo que no se puede esperar del
Estatuto es que éste entre como elefante en cacharrería en el artículo 2 de la
norma constitucional dictando quién es nación y quién deja de serlo.
Para lo que pretenden los promotores de la propuesta catalana -definición
nacional, sistema propio de financiación, sustitución del Estado en la Comunidad
Autónoma, blindaje competencial, modelo bilateral de relaciones con el Estado-
el llamado nuevo Estatuto o es perfectamente inútil o será inconstitucional. Lo
de los peajes está bien para una ley de acompañamiento de los Presupuestos
Generales del Estado. Tal vez sea eso lo que algunos creen que debe ser el 'nou
Estatut' pero desde luego no da para provocar el arrebato admirativo de esos
intelectuales que tanto se echan en falta.