LIBERTICIDAS EN CATALUÑA

 

 Artículo de M. Martín Ferrand en “ABC” del 22.12.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Con una apostilla a pie de título: ¡¡CACA!!... 20 CONST...161 CONST.... TC, UE, VIRGEN DE MONTSERRAT, FREUD, ¡¡SOCORROOOO!!.... ¡¡VXCFR6RTDSGZY!!....

 

 

La política, aseguraba Jaime Campmany, tiene mucho de farsa; pero, en diferencia con ella, hay muchas veces que nos hace llorar. Hay muchos fantoches en el oficio representativo que, llenándose la boca con la palabra libertad, no hacen otra cosa que disminuirla, limitarla y tratar de asfixiarla. Pobrecita libertad. Los fantasmones de la democracia, una epidemia creciente, la maltratan sin descanso. Ahí tenemos, calentita, la última gran parida del Parlamento de Cataluña: con la única, y tibia, oposición del PP ha metido en un solo saco la mucha y dispersa legislación audiovisual hasta ahora existente, cosa buena, y, para compensar, centra la regulación de la actividad en tan notable ámbito autonómico en el Consejo Audiovisual de Cataluña, un órgano con nueve consejeros decididos por el Parlament y un presidente designado por el Govern.

El CAC -la virgen del Montserrat le ilumine- tiene potestad, por sí y ante sí, para imponer multas de hasta 300.000 euros y para sancionar con la suspensión de las emisiones, en radio y televisión, por periodos de hasta tres meses. Curiosa unanimidad la de los integrantes del tripartito, reforzada por CiU, para convertirse en árbitros y delanteros del mismo encuentro. El espíritu liberticida, un gen maligno, habita en el alma de los nacionalistas. Sin él se quedarían en nada. Su condición anacrónica incapacita a los espíritus separatistas para entender, aceptar y asumir los nuevos supuestos de libertad que viajan con la evolución tecnológica y les fuerzan a la mala digestión de los clásicos.

Que un órgano meramente administrativo de designación estrictamente política pueda alzarse en discernir entre lo verdadero y lo falso y, en consecuencia, multar y/o cerrar estaciones radiodifusoras es algo que acredita la escasez democrática de quienes, además de promoverlo, lo auspician y mantienen. Sólo la Justicia, a través de sus correspondientes jurisdicciones, tiene legitimidad democrática para, en su caso, sancionar el trabajo periodístico. La argumentación de que el CAC tiene probada su independencia es, aunque fuera de ese modo, una falacia más sobre el despropósito normativo del Parlament. ¿Qué hada benéfica garantiza que puede, o quiere, seguirlo siendo y superar su propia condición política?

Cuando, en su afán intervencionista, el más duro franquismo promulgaba una ley de Prensa, salvaba los muebles con un artículo segundo capaz de convertir en delito los suspiros y, naturalmente, sometiendo la decisión a los tribunales. Han tenido que pasar treinta años de vida democrática para que terminemos evocando, por liberales, las medidas restrictivas a la libertad que generó la Dictadura. Mal asunto que, como siempre, arranca de los complejos de inferioridad, y de la inferioridad misma, que alimentan los nacionalismos con resabios fascistoides.