EL RECHAZO AL ESTATUT

 

 Artículo de JOSEP MIRO I ARDEVOL en “El Mundo” del 03.05.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

No hace falta ser un lince o un partidario del PP para comprobar que en Cataluña el proyecto de Estatut no despierta fervores en términos significativos y sí preocupación. No es un buen síntoma de futuro. En este resultado influyen de forma decisiva el origen y desarrollo de su elaboración. Mientras que el Estatut de 1979 estuvo enmarcado por la responsabilidad política y el consenso, en el actual lo que ha primado es el oportunismo, la imprudencia y el afán de poder a palo seco.

 

El Estatut nació de mal pie porque fue concebido no como un fin en sí mismo, sino como un instrumento del nuevo Gobierno de la Generalitat «catalanista i d'esquerres» para desgastar al gobierno que se presumía sería del PP, porque por aquel entonces nadie, ni las encuestas, daban un céntimo por Zapatero. Quien después sería presidente del Gobierno contribuyó a generar unas expectativas imposibles al declarar que aceptaría el Estatut que saliera del Parlament catalán. En la oposición las promesas valen poco, al menos en este país.

En el transcurso de su elaboración los partidos pugnaron entre sí con unas miras que son resultado de la enfermedad grave que nos aqueja: la partitocracia. Cada uno participaba en el proyecto pensando en las futuras elecciones.

El bien común fue el gran ausente entre tanto tacticismo de vuelo gallináceo. IC, un partido políticamente marginal, intentaba dejar su seña de identidad a base de cargar las tintas ideológicas en el Título I, aunque este resultara conflictivo, antidemocrático, e innecesario y excluyente para muchos catalanes. CiU y ERC ensayaron una pugna para ver quién era más soberanista. Esta puja a la alza fue coreada durante un primer tramo por el propio PSC y de una manera todavía más desaforada de Maragall, que ha pasado a defender la españolización en los Juegos Olímpicos a ser el máximo avalador de ERC. En esta situación el Estatut se ha insertado en un momento de la política española donde gobierno y oposición, PSOE y PP, debaten y se critican con una irresponsabilidad insólita en las democracias europeas, porque juegan no solo con las políticas del momento, donde la belicosidad resultaría plenamente admisible, sino con los propios fundamentos del Estado.

Zapatero intenta realizar la eterna tentación socialista de convertirse en partido del estado a base de marginar absolutamente al primer partido de la oposición y, el PP reacciona ante esta amenaza grave prácticamente pegándole patada al brasero.

El Estatut en estas condiciones es pura leña que alimenta la gran batalla política por el estado y que ha contribuido a resucitar el nacionalismo español. Todo lo dicho no significa que el nuevo texto no aporte ventajas, logros.

Esto es incuestionable, lo que sucede es que prácticamente ninguno de ellos servirá para corregir las grandes cuestiones previamente planteadas: la bilatelaridad en las relaciones con el Estado, la reducción substancial del déficit fiscal y el dotarse de una organización interna que no quedara sujeta a las leyes generales del Estado.

Lo malo de los logros es el coste que estamos y vamos a pagar por ello. Se podía lograr prácticamente lo mismo si se hubiera empezado con un perfil más, razonable buscando el consenso real, dentro y fuera de Cataluña.

Porque en el seno de esta última no sólo anida la indiferencia, o el rechazo del PP, sino la fractura social creada en el propio catalanismo por el Título I que consagra una imposición ideológica que nunca se había dado desde la recuperación de la democracia.