CATALUNYA, NACIÓN

 Artículo de  FERNANDO ÓNEGA   en “La Vanguardia” del 17.06.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

Hace cinco días, los líderes políticos catalanes, menos Josep Piqué, acordaron que el nuevo Estatut diga en el primero de sus trescientos artículos: "Catalunya es una nación". La excepción de Piqué puede ser interpretada de dos maneras: que el PP se quedó solo, como siempre; o que es el único partido que tiene en cuenta la Constitución española.

Al margen de anotación tan obvia, se acaba de dar un paso trascendente. Muchos catalanes lo celebran como un acto de justicia histórica. Otros piensan que ése no es el problema más urgente del país. Triunfe o no esa palabra en la redacción final, es una buena forma -quizá inevitable- de reabrir la eterna cuestión histórica pendiente: la relación Catalunya-Estado español. El problema es cómo seguir. El Estatut, si llega a ser probado en el Parlament, llegará al Congreso de los Diputados, y ahí estará el lío. Podemos contar, por adelantado, con la oposición -no voy es escribir radical-del PP. Incluso las personas más comprensivas y razonables, como Piqué, tienen dudas jurídicas sobre su compatibilidad con el artículo 2 de la Constitución, que proclama "la indisoluble unidad de la Nación española".

Más inquietante es la actitud del PSOE. Alfonso Guerra aportó una reflexión tan negativa como efectiva para españolistas: quien se considera hoy nación, dentro de unos años querrá un estado. Manuel Chaves, que es nada menos que el presidente del partido y siempre estuvo al lado de Maragall, en esto se opone. Y, por último, José Bono, que nunca falta en estas refriegas, pronunció su conocido discurso: "La única nación que reconoce la Constitución es la española. Cualquier otra no cabe".

Mal indicio. Para encontrar un testimonio socialista de defensa de Catalunya como nación habría que buscar en la hemeroteca, quién lo iba a decir, a Rodríguez Ibarra, que aceptó -ignoro con qué grado de resignación- que las autonomías tienen derecho a llamarse como quieran, con tal de que sean españolas. Me pareció que acogía las tesis de José Montilla, que en estos barrizales debe estar empezando a ser la oveja negra del Consejo de Ministros, como el rojo que tenía Solís en sus sindicatos para enseñar a los observadores extranjeros.

En medio, como siempre, el señor Rodríguez Zapatero. ¡Pobre presidente! Está preso de su compromiso de aceptar el Estatut como salga, y ahogado por sus barones y notables, que le marcan límites. Quiere ser el estadista que cierre por otro cuarto de siglo el problema territorial, pero tiene que empezar por convencer a los suyos. Y, a juzgar por los resultados, no lo intentó o, si lo intentó, no le hacen el menor caso.

Yyo me pregunto: ¿es que el socialista Maragall no conoce esos estados de opinión del partido? ¿Es que los demás ignoran los condicionantes legales? Naturalmente que los conocen. Entonces, ¿le quieren echar un pulso al Estado? Bueno, quizá sientan la obligación de probar hasta dónde pueden llegar.

Este cronista se limita a anotar: miren, si el texto no se ajusta a la Constitución, perdonen la perogrullada, no es constitucional. Si no es constitucional, el TC lo puede echar abajo, por mucho consenso que haya. Si se echa abajo, tenemos conflicto. Y hay algo peor que el conflicto: la decepción social. Tengan cuidado con la decepción: nunca se sabe por dónde puede reventar. Si hay que proclamar a Catalunya como nación, sígase el camino lógico: la reforma de la Constitución. ¿O Catalunya tiene que llamarse nación, como sea, antes del 1 de agosto?