MANIFIESTO "POR UN NUEVO PARTIDO POLÍTICO EN CATALUÑA"
Publicado en “El Mundo” del 27-5-05
Después de 23 años de nacionalismo
conservador, Cataluña ha pasado a ser gobernada por el nacionalismo de
izquierdas.
Nada sustantivo ha cambiado. Baste con decir que el actual gobierno ha fijado
como su principal tarea política la redacción de un nuevo Estatuto de Autonomía.
Muchos ciudadanos catalanes creemos que la decisión es consecuencia de la
incapacidad del Gobierno y de los partidos que lo componen para enfrentarse a
los problemas reales de los ciudadanos.
Como todas las ideologías que rinden culto a lo simbólico, el nacionalismo
confunde el análisis de los hechos con la adhesión a principios abstractos.
Todo parece indicar que al elegir como principal tarea política la redacción de
un nuevo Estatuto para Cataluña, lo simbólico ha desplazado una vez más a lo
necesario.
La táctica desplegada durante más de dos décadas por el nacionalismo pujolista,
en la que hoy insiste el tripartito, ha consistido en propiciar el conflicto
permanente entre las instituciones políticas catalanas y españolas e, incluso,
entre los catalanes y el resto de los españoles.
Es cada vez más escandalosa la pedagogía del odio que difunden los medios de
comunicación del Gobierno catalán contra todo lo "español". La nación, soñada
como un ente homogéneo, ocupa el lugar de una sociedad forzosamente
heterogénea.
El nacionalismo es la obsesiva respuesta del actual gobierno ante cualquier
eventualidad. Lo único que se le resiste son los problemas, cada vez más
vigorosos y complicados. Por ejemplo, el de la educación de los niños y jóvenes
catalanes.
La política lingüística que se ha aplicado a la enseñanza no ha impedido que
los estudiantes catalanes ocupen uno de los niveles más bajos del mundo
desarrollado en comprensión verbal y escrita. Este es sólo uno de los más
llamativos resultados de dos décadas de gestión nacionalista.
Dos décadas en las que el poder político, además, ha renunciado a aprovechar el
importantísimo valor cultural y económico que supone la lengua castellana,
negando su carácter de lengua propia de muchos catalanes.
La decadencia política en que ha sumido el nacionalismo a Cataluña tiene un
correlato económico. Desde hace tiempo la riqueza crece en una proporción
inferior a la de otras regiones españolas y europeas comparables.
Un buen número de indicadores cruciales, como la inversión productiva
extranjera o las cifras de usuarios de internet, ofrecen una imagen de Cataluña
muy lejana del papel de locomotora de España que el nacionalismo se había
autopropuesto.
Su reacción ha sido la acostumbrada: atribuir la decadencia económica a un
reparto de la hacienda pública supuestamente injusto con Cataluña.
Cabe recordar que una de las acusaciones tradicionales de la izquierda al
anterior gobierno conservador había sido, precisamente, la de no saber
gestionar con eficacia los recursos de que disponía y practicar una política
victimista que ocultara todos sus fracasos de gestión.
Poco tiempo ha necesitado el gobierno tripartito para adherirse a esta reacción
puramente defensiva, que, además, ha incurrido con frecuencia en la
inmoralidad. Alguno de sus consejeros no ha tenido mayor inconveniente en
afirmar que mientras el norte español trabaja, el sur dilapida. No parece que el
creciente aislamiento de Cataluña respecto de España y que su visible pérdida
de prestigio entre los ciudadanos españoles, hayan contribuido a paliar esta
decadencia.
Sin embargo, el nacionalismo sí ha sido eficaz como coartada para la
corrupción. Desde el caso Banca Catalana hasta el más reciente del 3% (que
pasará a la historia por haber provocado una de las más humillantes sesiones
que haya vivido un parlamento español) toda acusación de fraude en las reglas
de juego se ha camuflado tras el consenso.
Un consenso que no sólo se manifiesta en los escenarios del parlamentarismo
sino que forma parte del paisaje. Puede decirse que en Cataluña actúa una
corrupción institucional que afecta a cualquier ciudadano que aspire a un
puesto de titularidad pública o pretenda beneficiarse de la distribución de
los recursos públicos.
En términos generales, el requisito principal para ocupar una plaza, recibir
una ayuda, o beneficiarse de una legislación favorable, es la contribución al
mito identitario y no los méritos profesionales del candidato o el interés
práctico de la sociedad.
Como las fuerzas políticas representadas hoy en el Parlamento de Cataluña se
muestran insensibles ante este estado de cosas, los abajo firmantes no se
sienten representados por los actuales partidos y manifiestan la necesidad de
que un nuevo partido político corrija el déficit de representatividad del
Parlamento catalán.
Este partido, identificado con la tradición ilustrada, la libertad de los
ciudadanos, los valores laicos y los derechos sociales, debería tener como
propósito inmediato la denuncia de la ficción política instalada en Cataluña.
Oponerse a los intentos cada vez menos disimulados de romper cualquier vínculo
entre catalanes y españoles. Y oponerse también a la destrucción del razonable
pacto de la transición que hace poco más de veinticinco años volvió a situar a
España entre los países libres.
La mejor garantía del respeto de las libertades, la justicia y la equidad entre
los ciudadanos, tal y como se conciben en un Estado de Derecho, reside en el
pleno desarrollo del actual régimen estatutario de las Autonomías, enmarcado en
la Constitución de 1978.
Es cierto que el nacionalismo unifica transversalmente la teoría y la práctica
de todos los partidos catalanes hasta ahora existentes; precisamente por ello,
está lejos de representar al conjunto de la sociedad.
Llamamos, pues, a los ciudadanos de Cataluña identificados con estos
planteamientos a reclamar la existencia de un partido político que contribuya
al restablecimiento de la realidad.
Félix de Azúa, Albert Boadella, Francesc de Carreras, Arcadi Espada, Teresa
Giménez Barbat, Ana Nuño, Félix Ovejero, Félix Pérez Romera, Xavier Pericay,
Ponç Puigdevall, José Vicente Rodríguez Mora, Ferran Toutain, Carlos Trías,
Ivan Tubau y Horacio Vázquez Rial.