UN SOPLO DE LIBERTAD
Artículo de Benigno PENDÁS en “ABC” del 01.06.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Merece la pena comentar,
como ayer destacaba Martín Ferrand, el manifiesto de los intelectuales
catalanes. El nacionalismo asfixia la libertad. Con la máxima corrección en las
formas, en Cataluña están excluidos del ágora todos los que no se adaptan al
pensamiento hegemónico. Muchos o pocos, sufren condena que acarrea pena de
infamia. O quizá simplemente no existen. Lo más grave es que no hay alternativa
a medio plazo. Primero, largos años de pujolismo: lealtad al Estado
constitucional, pero desapego hacia la nación española. Luego, largos meses de
tripartito: mal para el Estado, peor para la nación. El sedicente oasis resulta
ser un páramo de ideas. Ya sabía Stuart Mill que la tiranía de la opinión es
todavía más dañina que la dictadura política. Así que todos dentro de la jaula,
aunque el Partido Popular deja la puerta entreabierta: a veces pasa y se coloca
en una esquina; otras, casi siempre, se queda directamente en la calle. La
«unión sagrada» de la clase política ha forzado el cierre en falso de la crisis
del Carmelo, gestionada como si fuera un simple episodio desagradable. Lo mismo
ocurre con otros excesos de Maragall, buen alcalde que, sin embargo, no da la
talla como presidente. Madrid sirve de coartada, de genio maligno, de fuente
infinita de agravios imaginarios. Cada cual es muy dueño de construir sus
propias obsesiones. Pero no es lógico confundirlas con la realidad.
La clave política reside en el extraño planteamiento del PSC. Dicen que hay dos
corrientes: una, burguesa y catalanista; otra, proletaria y españolista. Será
verdad, pero vistos desde fuera parecen siempre los mismos. Montilla, líder del
sector que se supone menos nacionalista, asegura sin forzar el gesto que
Cataluña es una nación y que así debe reconocerlo el futuro estatuto. Por tanto,
ni nacionalidad, ni comunidad nacional: nación sin eufemismos, acompañada de su
dosis inevitable de soberanía originaria. Debe de ser que esto se llama ahora
«españolismo». Por eso vale la pena leer con atención el «Manifiesto de los
dieciséis». Gente solvente en el plano artístico e intelectual. Algunos de los
firmantes (y otros que suscriben opiniones similares) resultan bien conocidos
para los lectores de ABC. Hablan de libertad, tienen opiniones propias, no les
gusta ser «mulet» (que es como llamaba Richelieu a los amantes de su propio
absolutismo, ya lo fueran por ignorancia o por interés). Porque todo
nacionalismo, sea de izquierdas o de derechas, fabrica un tipo humano propicio a
la condición de súbdito satisfecho. Lo peor es que este ambiente impregna la
sociedad y no es sencillo romper la dinámica negativa. Habrá que seguir con
atención las próximas actividades de los disidentes en el socialismo catalán. De
momento, ánimo y gracias por este soplo de aire fresco.