A VUELTAS CON EL NACIONALISMO
Artículo de Xavier Pericay en “ABC” del 25.06.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Miquel Iceta Llorens es,
entre otras cosas, viceprimer secretario y portavoz del PSC. Y, en tanto que
todo esto, publicó el pasado sábado en este periódico un artículo titulado
precisamente «A vueltas con el nacionalismo». Confieso que me acerqué al
artículo con sumo interés. Me importaba el asunto y lo que pudiera decir el
firmante. Pero mentiría si no añadiera que mi interés aumentó en cuanto
comprobé, nada más alcanzar la segunda frase del texto, que yo, en mi condición
de coautor del manifiesto «Por un nuevo partido político en Cataluña», era en
parte el causante de que Iceta le diera esas vueltas al nacionalismo. De ahí que
decidiera leerlo y que, una vez leído, decidiera convertir esta lectura en un
artículo. Para darle al nacionalismo -y perdón por el mareo- algunas vueltas
más.
Con todo, antes de entrar en el asunto, quisiera agradecer al firmante la
defensa que hace de nuestro derecho a publicar lo que nos venga en gana. Es algo
que todos nosotros ya dábamos por descontado, pero que nunca está de más
recordar. Y más si quien lo recuerda pertenece al mismo partido que la diputada
Lídia Santos y ejerce, en dicho partido, el cargo que ejerce. Y es que el mismo
día en que se hizo público el manifiesto Santos declaró, en nombre del PSC, que
su simple publicación erosionaba la convivencia. Conforta, pues, comprobar que
su superior jerárquico no lo cree en absoluto.
Pero vayamos a lo esencial. O sea, a la nación, núcleo y sustento de todo
nacionalismo. Ni que decir tiene que Iceta es de los que consideran a Cataluña
una nación. Como su partido. Como casi todos los partidos que conforman hoy en
día el arco parlamentario catalán, firmemente resueltos a introducir el concepto
en el nuevo Estatuto. (Sólo el Partido Popular se ha desmarcado con nitidez de
semejante propósito.) Y para defender su creencia, Iceta elabora el siguiente
razonamiento: para el PSC, Cataluña es una nación. Pero el PSC no es un partido
nacionalista, porque no aspira, como los partidos nacionalistas, a la
independencia de Cataluña. Los partidos nacionalistas consideran que una nación
sin Estado es una anomalía, mientras que el PSC admite la posibilidad de que dos
o más naciones convivan en un mismo Estado. En este sentido, el autor del
artículo cree que España es «una nación de naciones». Y que todo esto, en fin,
cabe dentro de la actual Constitución, puesto que el PSC siempre ha considerado
«que nación y nacionalidad son sinónimos». Por lo demás, Iceta -y con él su
partido- considera asimismo a Cataluña «sujeto político». Lo que, a su juicio,
no sólo implica definir a Cataluña como nación, «sino también reconocer que su
aspiración al autogobierno no se funda en ningún texto legal, sino que responde
a una voluntad afirmada continuamente a lo largo de la historia».
Estos son, a grandes rasgos, los principales argumentos del artículo y, por
extensión, de los socialistas catalanes en su particular vía crucis estatutario.
Es cierto que en el texto también afloran argumentos menores, de carácter
compensatorio, como la equidistancia entre el nacionalismo catalán y el español,
o la igualdad de derechos de los ciudadanos. Pero su presencia, lejos de mitigar
el impacto del razonamiento, lo vuelve, si cabe, mucho más absurdo todavía.
Porque, si nación y nacionalidad son sinónimos, ¿a qué viene cambiar un concepto
por otro? Y si la aspiración al autogobierno no se funda en ningún texto legal,
¿qué sentido tiene hablar de ciudadanía? El drama del socialismo catalán es que,
para gobernar, tiene que alimentar a la bestia. Y la bestia pide nación. Y
derechos históricos. Y también dineros. Y seguirá pidiendo todo esto y lo que se
tercie hasta que deje de existir. Algo parecido ocurrió en Europa durante los
años treinta del pasado siglo con otro nacionalismo. Entonces las viejas
democracias, en vez de plantarle cara a la bestia, le fueron dando de comer,
confiadas en que algún día se hartaría. Lo llamaban política de apaciguamiento.
Huelga decir que, para apaciguarla definitivamente, tuvieron que recurrir a
otros métodos. Y, aunque los tiempos eran distintos, conviene no olvidarlo.
A no ser que el problema sea de otra índole y los socialistas a la bestia la
lleven dentro.