TOTALITARISMO A LA CARTA
Artículo de Xavier Pericay en “ABC” del 22-4-06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Yo creo que fue la izquierda, cuando no sabía dónde meterse el Fórum, la que
empezó con la monserga. Había que preservar la identidad y, al mismo tiempo,
atender a la diversidad. Cuadrar el círculo, en una palabra. Aunque puede que el
asunto sea más viejo y provenga de aquella unidad de destino en lo universal que
fue un día España. Unidad y universalidad; ahí es nada. Da igual. Lo importante
es que seguimos donde estábamos -cuando menos en Cataluña, esa reserva
espiritual-.
El Consejo de Administración de la
Corporación Catalana de Radio y Televisión acaba de aprobar una «Carta de
Principios para la Actuación de los Medios de Comunicación de la CCRTV», en cuyo
primer apartado, el de los principios generales, puede leerse lo siguiente
(traduzco, por supuesto): «En su programación y en el conjunto de su actividad,
los medios de comunicación de la CCRTV se regirán por los objetivos y los
valores siguientes: a) Reflejar la diversidad y garantizar la pluralidad y la
universalidad; b) Preservar la identidad nacional y reforzar el compromiso
cívico; c) Ser referente de calidad». Dejemos a un lado el tercer punto,
merecedor como mínimo de una sonora carcajada, y tratemos de ver cómo encajan,
si es que encajan, el primero y el segundo.
El documento, la «Carta de Principios», tiene 22 páginas. Pues bien, en ellas no
aparece ni una sola vez la palabra «España» o cualquiera de sus derivados. La
universalidad es tan amplia que, por lo visto, salta de Cataluña al mundo
entero, sin escala ninguna. La palabra «castellano» -o «castellana»- aparece una
sola vez -«los ciudadanos de expresión castellana de nuestro país»-, y el
fragmento donde aparece, aparte de aludir a lo bien que les sentará a estos
ciudadanos escuchar el catalán en las emisoras de la CCRTV, ni siquiera ha sido
escrito para la ocasión, sino que forma parte del texto programático de 1983. Un
castellano viejo, vaya. La palabra «catalán» -o «catalana»- aparece, en cambio,
veintiséis veces, veinte de las cuales para designar la lengua. Una proporción
de uno a veinte. No está mal. Algo lejos, sin embargo, de la relación paritaria
entre castellanohablantes y catalanohablantes que se da en la realidad y que
habría servido, sin duda, para reflejar la diversidad y garantizar la
pluralidad. Lástima. Y es que dicha proporción responde, por supuesto, a los
objetivos perseguidos por la «Carta». Así, quien trabaje en las emisoras de la
Generalitat deberá utilizar en toda circunstancia el catalán; «el uso de otras
lenguas será excepcional y motivado, recomendando siempre que sea posible la
traducción simultánea». El uso de otras lenguas. Lo mismo el castellano que el
yoruba. Lo mismo la lengua oficial del Estado y del cincuenta por ciento de los
ciudadanos de Cataluña que cualquier otra del planeta. Universalidad, le llaman
a eso; universalidad motivada. Pero la obligatoriedad del catalán y el ninguneo
consiguiente del castellano no sólo rige para los locutores de la casa; también
para sus interlocutores. O para cualquiera que caiga en las garras audiovisuales
del ente. ¿Y si el entrevistado o el testimonio tienen dificultades con la
lengua propia de la Corporación? ¿Y si incluso la desconocen, pobrecillos? Nada,
se les descarta. En todo caso «se dará prioridad en igualdad de condiciones a la
presencia de invitados, especialistas o testimonios (...) de expresión
lingüística catalana o que sean capaces de expresarse en catalán». De la
igualdad de condiciones ya se encargará, claro, el propio periodista o su
superior inmediato. Que para eso cobran.
El documento contiene muchas otras perlas. Relacionadas y no relacionadas con la
lengua. Así, el apartado sobre la sexualidad constituye un ejemplo excepcional
de pedagogía moderna o, por ceñirnos a los valores y objetivos de la «Carta», de
«compromiso cívico». Y no es el único que desprende ese tufillo a Rosa Sensat,
ese intervencionismo educativo, esa voluntad de insuflar a las masas el espíritu
de la nación. Con todo, lo peor está por llegar. Porque esos principios van a
irrigar en lo sucesivo la red clientelar de radios y televisiones que deben su
existencia a la concesión de frecuencias por parte de la Generalitat. Sólo la
prensa escrita catalana va a quedar al margen. Eso sí, calladita y obediente. No
vaya a peligrar ahora, por su culpa, la identidad nacional.