EL NACIONALISMO LINGÜÍSTICO CATALÁN
Artículo de Miguel Porta Perales en “ABC” del 26.03.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
La cuestión de la lengua en
Cataluña vuelve una y otra vez. ¿Qué ocurre este invierno? Sin novedad en el
frente: una doble ofensiva -ideológica y política- del nacionalismo lingüístico
catalán. La ofensiva ideológica gira alrededor de la idea de lengua propia. En
efecto, para el nacionalismo catalán de derecha e izquierda en Cataluña hay una,
y sólo una, lengua propia: el catalán. ¿El castellano que usa habitualmente la
mitad de los ciudadanos? Hay que suponer que se trata de una lengua impropia. El
asunto -más allá de la discusión sobre la extraña idea de lengua propia- resulta
preocupante porque el nacionalismo catalán, amparándose en la idea de lengua
propia, impulsa el fundamentalismo y el monolingüismo. Impulsa el
fundamentalismo, porque afirma que la lengua catalana constituye la esencia del
ser catalán -Pasqual Maragall en la Feria del Libro de Guadalajara 2004: «La
lengua catalana es el ADN de Cataluña»- al tiempo que identifica lealtad
lingüística catalana con lealtad nacional catalana. O lo que es lo mismo, la
lengua castellana -que se habla en Cataluña desde hace siglos- es percibida como
una lengua ajena, una lengua extraña, una lengua extranjera propia de un país
ajeno, extraño y extranjero llamado España. El nacionalismo catalán impulsa el
monolingüismo porque, amparándose como decíamos en la idea de lengua propia,
planea convertir -para empezar- el catalán en la única lengua de la
Administración catalana. Esto es, de la función pública en general y de la
escuela, la sanidad, la justicia, los medios de comunicación públicos y la
política en particular. Y el objetivo se está consiguiendo: en Cataluña, el
castellano está marginado -a veces, excluido- en la escuela, en los medios de
comunicación públicos, en las ventanillas de la Administración, y en la
actividad política oficial. ¿El uso de la lengua castellana? El signo de una
preocupante y peligrosa desnacionalización que se debe corregir. Y con la excusa
de que el uso del castellano es sinónimo de uniformidad, con la excusa de que la
lengua catalana puede desaparecer, se lleva a cabo una política lingüística que
impulsa la uniformidad en lengua catalana y la marginación o exclusión del
castellano.
Durante más de veinte años -práctica que se ha acentuado en los últimos meses,
con la llegada del tripartito al poder-, la Generalitat de Cataluña lleva
promoviendo de forma sistemática una ofensiva política de normalización e
inmersión lingüísticas -en catalán, por supuesto- cuyo objetivo no es -como se
afirma- la extensión del conocimiento del catalán entre los ciudadanos y los
estudiantes, sino la sustitución del uso del castellano por el del catalán. Es
así como se aprueba una ley que obliga -bajo sanción económica: señores, ahí
tienen el primer impuesto lingüístico del mundo- a que los establecimientos
privados de atención al público estén rotulados al menos en catalán. Es así como
se ha constituido recientemente una Oficina de Garantías Lingüísticas que por
medio de una denominada «Hoja de queja o denuncia» invita a que el ciudadano
delate -la «Hoja» pide el objeto de la queja o denuncia, el día y hora de los
hechos, el nombre y dirección de la empresa denunciada, los hechos, y la
«Petición de la persona que rellena este formulario»- a aquellas empresas que no
usan el catalán. Es así como las denuncias por no utilizar el catalán fueron 505
en 2002, 783 en 2003, 797 en 2004, y 920 en el primer semestre de 2005. Es así
como la Generalitat de Cataluña incumple una resolución del Tribunal Superior de
Justicia de Cataluña que insta a que en las hojas de inscripción escolar
aparezcan dos casillas -una para la enseñanza en catalán y otra para la
enseñanza en castellano: actualmente sólo aparece la del catalán- para que los
padres puedan marcar la cruz donde deseen. Es así como las nuevas migraciones
son sumergidas únicamente en la lengua catalana en las llamadas «Aulas de
acogida». Es así como en el pleno del 16 de febrero de este año los miembros del
Parlamento de Cataluña -excepción hecha del grupo popular- se ausentan del
hemiciclo cuando un diputado se atreve a cuestionar la política lingüística de
la Generalitat. Es así como los diputados huidos -menudo nivel de democracia,
tolerancia y discusión, el de la Cámara catalana- tildan al interpelante -un tal
López, por cierto- de «indigno», «provocador», «mentiroso» y «manipulador». Es
así como el Parlamento de Cataluña da otra vuelta de tuerca y refuerza la
inmersión lingüística acompañándola de una serie de medidas económicas que
aseguren la viabilidad del Consorcio para la Normalización Lingüística. Es así,
en fin, como el cuatripartito parece haber conseguido que el Gobierno de
Rodríguez Zapatero dé el visto bueno a un proyecto de nuevo Estatuto de Cataluña
que exige el conocimiento -adiós a la libertad fundamental de circulación- del
catalán para los funcionarios públicos.
¿Qué hacer con la cuestión de la lengua en Cataluña? ¿Qué alternativa al
monolingüismo excluyente por decreto del nacionalismo lingüístico catalán? Por
ejemplo: deconstruir la dicotomía lengua propia versus lengua impropia, que sólo
busca levantar fronteras identitarias o «nacionales», en beneficio del concepto
de lengua común; asumir que una parte muy importante de la cultura
catalana-española, o española-catalana, se ha construido y desarrollado en
Cataluña y en lengua castellana; afirmar la libertad individual de uso
lingüístico y reconocer que el ciudadano tiene derecho a utilizar la lengua que
le convenga, plazca o interese; modificar la legislación vigente para que sea el
hablante quien escoja la lengua y no al revés. En definitiva, en Cataluña no se
debe imponer, ni restringir, ni marginar, ni excluir, ni penalizar ningún uso
lingüístico. Y eso, en la convicción de que el bilingüismo no es un problema que
resolver, sino una riqueza que conservar.
(*) Crítico y escritor