EN LA SALA DE MÁQUINAS DE UNIÓ DEMOCRÀTICA DE CATALUNYA
Artículo de Miquel Porta Perales. Crítico y escritor , en “ABC” del 06.04.2006
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
En el 75 aniversario de su
fundación, Unió Democràtica de Catalunya sigue fiel a los orígenes. En el
principio, se encuentra una ideología en un contexto histórico y político. El
contexto viene marcado por la crisis de la Restauración y el advenimiento de la
República. Esto es, Unió nace en un clima de enfrentamiento político y división
social en el que el sistema democrático en España no está en su mejor momento. Y
es que la dictadura de Primo de Rivera, las fracasadas tentativas restauradoras
del general Berenguer y el almirante Aznar, la intentona subversiva del Pacto de
San Sebastián, la insurrección de Galán y García Hernández, la proclamación de
la República después de unas elecciones municipales, así como Lluís Companys y
Francesc Macià proclamando unilateralmente la República Catalana dentro de la
Federación de Repúblicas Ibéricas, todo ello dibuja una España en la que
predomina el trazo grueso de la inestabilidad y el conflicto. Conflicto que, por
lo demás, se ve impulsado por unas ideologías totalitarias -el fascismo, el
anarquismo, el comunismo y el socialismo de la época- el objetivo de las cuales
no es precisamente la construcción de la democracia en España. Y está el
desempleo, la pobreza, la miseria y el analfabetismo que corroen las relaciones
sociales. Y está un catalanismo -surgido durante la segunda mitad del siglo XIX
como movimiento cultural que, al modo del romanticismo alemán, reivindica la
identidad catalana- que, con el transcurrir del tiempo, afianza la exigencia
política de más autonomía para Cataluña. En este contexto histórico, en esta
coyuntura política, social e ideológica, un grupo de personas -Pere Arderiu, Pau
Romeva, Maurici Serrahima y Lluís Vila Abadal, entre otros- publica el 7 de
noviembre de 1931, en el diario El Matí, el manifiesto fundacional de Unió
Democràtica de Catalunya. A este grupo de personas se adherirán posteriormente
futuros dirigentes como Manuel Carrasco i Formiguera y Miquel Coll i Alentorn.
En un contexto tan peculiar como el descrito, Unió se postula como tercera vía
-catalanista, democrática, cristiana y social- entre los dogmatismos de uno y
otro signo. El objetivo fundacional se revela en el manifiesto de 1931:
«Renacionalizar nuestra tierra de acuerdo con los principios cristianos que
fueron el fermento plasmador de la Nacionalidad Catalana, y el deseo de hacer
real y viviente la democracia que sólo puede basarse en la creciente
capacitación de los ciudadanos». En esta declaración se perciben ecos de Josep
Torras i Bages y Jaime Balmes. Del Torras y Bages que mitifica los orígenes de
Cataluña, que reivindica el espíritu nacional de Cataluña, que vincula Iglesia y
regionalismo, que entiende que hay que impregnar el catalanismo de cristianismo
para así regenerar una sociedad en crisis y hacer frente a unas ideologías
izquierdistas de carácter disolvente. Del Balmes que apuesta por la democracia y
se enfrenta a Espartero, y Narváez, que intenta ligar liberalismo y
reivindicación foral. Tomemos nota de los fundamentos ideológicos y el programa
de Unió en palabras de sus fundadores: «Orientamos toda nuestra acción hacia los
principios cristianos, exigimos para Cataluña el reconocimiento de su
personalidad nacional en una autonomía plena y absoluta dentro de una
Confederación Ibérica libremente pactada, rechazamos todo privilegio de casta y
toda hegemonía de unas clases sobre otras, rechazamos el individualismo
gregario, propugnamos la personalidad e independencia de las entidades naturales
e históricas y todos los derechos que su naturaleza reclame, reclamamos la
libertad de enseñanza, no reconocemos la actual organización social ni justa ni
cristiana y anhelamos otra más equitativa».
En el 75 aniversario de su fundación -decíamos-, Unió Democràtica de Catalunya
sigue fiel a los orígenes. Veamos el discurso de conmemoración pronunciado por
Josep Antoni Duran Lleida el pasado 3 de abril. En dicho discurso, el líder
democristiano continúa reivindicando el espíritu nacional sintetizado bajo la
forma de una nación catalana constituida por elementos como la cultura, la
lengua, la historia y la voluntad de ser; continúa reivindicando una propuesta
que se vertebra alrededor del cristianismo social redefinido como humanismo o
nacionalismo personalista, cuya razón de ser es la defensa de la persona,
independientemente -según los dirigentes de Unió, ahí radica el carácter
integrador de su nacionalismo- de la lengua que hablen, el lugar del que
provengan y la conciencia nacional que manifiesten; continúa reclamando la
libertad de enseñanza; continúa insistiendo en la cuestión social, tomando ahora
como referencia la economía social de mercado impulsada por los
democratacristianos alemanes y apostando por una reforma de la sociedad del
bienestar que convierta el Estado en promotor y no productor del bienestar;
continúa pensando en términos de autonomía plena -no de independencia- y pacto
con España, como demuestra el nuevo Estatuto apoyado por Unió que es recibido
por el líder democratacristiano con las palabras que Carrasco i Formiguera
pronunció en el Congreso en 1932 con ocasión de la discusión parlamentaria del
Estatuto de 1932: «Porque únicamente, señores diputados, si dais a Cataluña
aquellas normas de gobierno propio que son indispensables para su vida, Cataluña
podrá hacer su aportación a la obra general española».
¿El proyecto de futuro de Unió Democrática de Catalunya? Más allá de la
fidelidad a los orígenes catalanistas y socialcristianos, Unió quiere estrechar
la colaboración con la socialdemocracia para crear los pilares básicos -sistema
social, educativo y económico- de la Europa del porvenir, y -en palabras del
propio Duran Lleida- desea estar «en la sala de máquinas española». En
definitiva, Unió se propone recuperar la tradición perdida -fue Jordi Pujol
quien la rompió- de un catalanismo que siempre que pudo formó parte de los
Gobiernos españoles. Cosa que -a tenor de las alianzas futuras que uno intuye-
probablemente conseguirá si Rodríguez Zapatero quiere y Artur Mas no lo impide.