SALGAN DEL ARMARIO

 

 Artículo de Victoria Prego  en “El Mundo” del 01.10.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 El tramo final de la aprobación del nuevo Estatuto de Cataluña se recorrió ayer entre la emoción de los protagonistas y el aparente y unánime entusiasmo de diputados y observadores. Pero la verdad de las cosas no es tan diáfana. Hay que decir que ese entusiasmo ha sido en muchos casos ficticio y que se ha tratado de un disimulo impuesto quizá por la necesidad de no desagradar a quien ahora mismo tiene el poder o por el temor a perder posiciones o estatus económico e institucional. Quede claro que ésta no es una afirmación gratuita, ni es una suposición nacida de la inquietud que puede provocar la redacción del texto estatutario: es una constatación.

Importantes diputados de uno de los partidos que pertenecen al tripartito, concretamente del Partido Socialista, han expresado en privado su opinión abiertamente crítica con ciertos aspectos del nuevo Estatuto catalán, con su redacción y con sus consecuencias.Otros tantos diputados del principal partido de la oposición, Convergència i Unió, han hecho lo propio y no se han recatado a la hora de explicar el des agrado que les producen algunos de los apartados de ese texto, amén de la preocupación que albergan con lo que su aplicación así, a pelo, podría suponer para Cataluña y para España entera. Insignes representantes de instituciones políticas catalanas han confesado sinceramente el juicio muy negativo que les merece una parte de su contenido. Altísimos directivos de las más importantes empresas catalanas han formulado su pavor a que este Estatuto sea aplicado en los términos que ahora mismo conocemos. Y destacados periodistas de esa comunidad no han ocultado su opinión extraordinariamente crítica con partes precisas de su articulado .

Esto ha sido así. Ha venido siendo así a lo largo del último mes y hasta el mismo instante en que el nuevo Estatuto catalán estaba siendo aprobado en el Parlament. Ayer mismo, muy pocas horas antes de tomar el avión de regreso a Madrid, escuchó esta periodista el último de los comentarios en la dirección apuntada.

Pero todas han sido confesiones en privado y bajo el compromiso de la confidencialidad más absoluta, compromiso que será naturalmente respetado. Y lo que hay que preguntarse es por qué, si gentes tan principales albergan temores o prevenciones, o tienen una opinión directamente crítica sobre el articulado que ya está camino de Madrid, en ningún momento lo han hecho saber en público de manera clara. La respuesta a esta pregunta tiene una extraordinaria importancia, no solamente política, sino también social.

Este Estatuto está plagado de aristas que van a ser con seguridad limadas por las Cortes. Pero si algunos de estos notables se atrevieran a quebrar su precavido silencio y apuntaran, sólo apuntaran, sus opiniones sobre los puntos que les alarman, contribuirían a evitar el clarísimo riesgo que desde ahora mismo estamos corriendo: el de que, por culpa de tanto disimulo y de tanto ponerse de perfil, la segura acción del Gobierno y del Congreso de los Diputados sea presentada ante la ciudadanía catalana como una nueva agresión de la España centralista, intolerante y hostil, a la Cataluña esperanzada, identitaria y abierta al futuro.

No estaría de más que alguno se decidiera a salir del armario político en el que tan cómodamente siguen todos refugiados y contribuyera a hacer más abierto y más honesto el debate que viene. Ayudarían a su pueblo, que es el nuestro, y hasta a Maragall y Zapatero, que falta les va a hacer.