CATALUÑA: ¿NACIÓN O NACIONALIDAD?
Artículo de JAVIER TAJADURA TEJADA, Profesor Titular de Derecho Constitucional en la UPV-EHU, en “El Correo” del 11.07.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Aunque intelectualmente me
cueste mucho asumir que para determinados políticos pueda resultar una cuestión
importante, e incluso crucial, definir a su comunidad política como nación,
región o nacionalidad, lo cierto es que este asunto ocupa un lugar central en la
agenda política actual. En el presente proceso de reforma de los estatutos de
autonomía, la mayoría de los partidos políticos catalanes han acordado que el
nuevo Estatuto catalán comience proclamando que Cataluña es una nación. El
propósito de este artículo es, en primer lugar, poner de manifiesto la
inconstitucionalidad manifiesta de esa pretensión y, en segundo lugar, denunciar
el verdadero alcance político e ideológico de la misma.
Jurídicamente inconstitucional
La definición de Cataluña como nación es incompatible con el artículo 2 de la
Constitución. En dicho precepto, de complicada elaboración y desafortunada
redacción, subyace un consenso básico, que es el que hoy en día está amenazado.
Dicho consenso se traduce en definir a España como una 'nación de nacionalidades
y regiones'. De ello se derivan varias consecuencias. En primer lugar que existe
una sola nación política que es España que se constituye en un Estado social y
democrático de Derecho. En segundo lugar, que esa única nación está integrada
por nacionalidades o regiones que en el ejercicio del derecho a la autonomía
política pueden constituirse en comunidades autónomas. De ello se deduce, con
total claridad, que la Constitución permite a las comunidades autónomas optar
por una de estas dos denominaciones: 'nacionalidad' (región con mayor conciencia
de su singularidad cultural) o 'región', pero en modo alguno les permite
calificarse como naciones, que es lo que pretende Cataluña, por estar
constitucionalmente reservada esta definición a España.
A esto se suele alegar que 'nacionalidad' y 'nación' es lo mismo y que el
profesor Peces Barba -miembro de la Ponencia Constitucional y a quien debemos
alguna de las más brillantes intervenciones sobre el particular- empleaba la
fórmula 'nación de naciones'. Ahora bien, al explicar el significado de la misma
dejó muy claro que con ella quería describir la existencia de una sola 'nación
política', integrada por una pluralidad de 'naciones culturales'. Y eso es lo
que quedó plasmado en el artículo 2, donde el término nacionalidad, muy
discutido e impugnado con sólidos argumentos, fue finalmente incluido con un
significado y alcance muy claros: nacionalidad es sinónimo de nación cultural, y
en modo alguno equivale a nación política puesto que en ese caso quedaría
abierta la puerta al ejercicio del derecho de autodeterminación que fue
expresamente rechazado por las Cortes Constituyentes.
La pretensión de determinadas fuerzas políticas de Cataluña de reemplazar el
término nacionalidad por nación en su Estatuto de autonomía choca frontalmente
contra la literalidad del artículo 2 de la Constitución y, en todo caso, supone
romper el consenso constitucional de 1978. Así las cosas, la única manera de
considerar constitucionalmente admisible la autocalificación de Cataluña como
nación es entendiendo que se trata de una nación cultural y no política. Ahora
bien, para ello es preciso que el Estatuto contenga esa adjetivación de
'cultural' puesto que es la única forma de evitar problemas ulteriores. Sin
embargo, no es ése el propósito de la reforma del Estatuto catalán y ello por la
razón evidente de que sus autores precisamente pretenden trascender la dimensión
meramente cultural del término 'nacionalidad' y asumir la condición de nación en
su plenitud, esto es, en su sentido político. Dicho con otras palabras, el
reconocimiento de que Cataluña es una nación cultural no exige ninguna reforma,
ni constitucional ni estatutaria, en la medida en que ya está definida como
nacionalidad. Y el reconocimiento de que Cataluña es una nación política no
puede incluirse en el Estatuto por ser contrario al artículo 2 de la
Constitución.
Políticamente conservadora
Ahora bien, si desde un punto de vista jurídico la propuesta es manifiestamente
inconstitucional, desde una perspectiva política resulta profundamente
conservadora. Implica la asunción de la ideología de la nación y bebe en las
fuentes del nacionalismo romántico con el que la burguesía decimonónica
pretendió sacralizar sus intereses. En este sentido, debemos al profesor De Vega
una observación fundamental sobre el significado político e ideológico del
nacionalismo del siglo XIX y comienzos del XX: «La elevación de la nación a la
categoría de mito, y las continuas apelaciones a ellas como justificación
ideológica de toda la acción política, para lo único que sirven es para ocultar
los problemas reales de una sociedad cada vez más dividida y acosada por sus
propios conflictos internos. Desarmada ideológicamente, e incapaz de dar
solución a sus múltiples fracturas y contradicciones, la burguesía, aliada con
las fuerzas aristocráticas y conservadoras de otra época, intentará crear
unidades y armonías ficticias apelando a ese concepto romántico y espiritualista
de nación».
Planteemos el problema en toda su crudeza. ¿De qué nación se habla? Para el gran
teórico francés de la nación, Renan, «Una nación es un alma, un principio
espiritual; dos cosas que, a decir verdad, no son más que una, constituyen este
alma. Una está en el pasado, la otra en el presente. Una es la posesión común de
un rico legado de recuerdos; la otra es el consentimiento mutuo, el deseo de
vivir conjuntamente». Para Mazzini, «La Nación es la tarea que Dios impone a un
pueblo en el trabajo humanitario. Y su misión es la misión que debe realizarse
en la Tierra para que el pensamiento de Dios pueda llevarse a cabo en el mundo».
Así hasta «la Terre et les morts» de los que hablaba Barres o «por la sangre y
la tierra» (Blut und Boden) de Adolfo Hitler.
No creo que sea necesario alegar más ejemplos para demostrar que el concepto de
nación hace mucho que quedó completamente descompuesto hasta el punto que ha
sido y es utilizado por cada autor según sus conveniencias y preferencias
personales. La idea de nación es, ante todo y sobre todo, una construcción
mítica, y por tanto, irracional. Podemos por tanto afirmar que, Benito Mussolini
era mucho más sincero que los nacionalistas de hoy, cuando reconocía: «Nosotros
hemos creado nuestro mito (...). Nuestro mito es la Nación. Nuestro mito es la
grandeza de la Nación».
En la España de comienzos del siglo XXI es lamentable constatar que la situación
no ha cambiado mucho. El nacionalismo, hoy como ayer, sigue siendo la ideología
que, ocultando los problemas reales, impide buscar las efectivas soluciones a
los mismos. Nadie ha conseguido demostrar con argumentos que los problemas de
acceso a la vivienda, desempleo y precariedad laboral, o mejora de la enseñanza
y la sanidad públicas, encuentren en la reforma estatutaria su solución.
Ahora bien, preciso es reconocer que los mitos son rentables. El gran mito de
los derechos históricos ha permitido a Navarra y al País Vasco disfrutar de
privilegiados sistemas de financiación. En el mito nacional depositan algunos
sus esperanzas de lograr un estatus privilegiado respecto al resto de las
comunidades. En este contexto, lo verdaderamente preocupante y grave es que las
fuerzas políticas de izquierda hayan sucumbido a los encantos de los mitos y
traicionado así sus principios y valores fundacionales, esto es, que hayan
reemplazado la ideología de la igualdad y de la ciudadanía por la ideología de
la nación. Situación esta que explica que las más cualificadas voces del
pensamiento verdaderamente progresista hayan reclamado recientemente en Cataluña
la creación de un partido político auténticamente de izquierdas, esto es, no
nacionalista.