LA CRISIS GLOBAL DE LAS INSTITUCIONES ESPAÑOLAS
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
Lo responsable
es decir en público que el Rey va desnudo y lo antipatriótico es callarlo. La
crisis de las instituciones españolas es global. Las instituciones no
funcionan.
En España las instituciones no funcionan. O si lo
prefieren ustedes; ya no funcionan.
Ya sé que los apóstoles del pensamiento oficial, los
integrantes del establishment, y los que dulce y plácidamente se
amamantan colgados de los presupuestos públicos, creen mayoritariamente, y
sentencian unánimemente, que este tipo de afirmaciones son una
irresponsabilidad, máxime viniendo de alguien que, como es mi caso, ha formado
parte de varias instituciones españolas; municipales, provinciales y
regionales. Y que forma parte aun de alguna institución constitucionalmente
esencial; me refiero a los partidos políticos.
Uno de los problemas de España es que pocos dicen en
público lo que afirman en privado. ¿Por responsabilidad? ¿por conveniencia?
¿por miedo? No lo sé a ciencia cierta. El otro día tuve la oportunidad de
escuchar en un ámbito privado y reducido los lamentos de uno de los más
importantes hacedores de la actual Constitución de 1978: "Hemos
fracasado", "la Constitución es ya un cadáver insepulto, que pronto
va a despedir un hedor insoportable", " y lo peor es que no se va a
poder sepultar, porque no va a haber una nueva Constitución". Casi nada.
Comparto el análisis aunque no la desesperanza, quizá por razones
generacionales. Yo tengo esperanza en España, en la Nación, en la capacidad de
unas minorías patriotas y generosas capaces de liderar a la sociedad española
para un cambio de rumbo, o al menos para tener un rumbo cierto.
Lo que algunas personas tan significadas balbucean en
privado, yo quiero decirlo en público, sin complejos, sin miedo ninguno. Con
sinceridad y responsabilidad. Porque lo responsable es decir en público que el
Rey va desnudo y lo antipatriótico es callarlo. Y porque es radicalmente cierto
que la crisis de las instituciones españolas es global. Que las instituciones
no funcionan.
Sería necesario, y posible, un ensayo político para
defender esta tesis, pero solo tengo el espacio de un breve artículo para
esbozarla, aun a riesgo de exponerme a la acusación de demagogo. Así que
empecemos por lo incontestable. El Tribunal Constitucional no
funciona. Y si esto fuera falso, hace tiempo que habría resuelto la mayor
crisis territorial acaecida en la España constitucional. La provocada por el
Estatuto de Cataluña.
Pero el Tribunal
Constitucional, presidido por una amiga del batasuno-etarra
"Karmelo Landa" no funciona, entre otras razones, porque el Gobierno
no funciona, y porque es éste quien al fin y al cabo, manda sobre el
constitucional. Y el que también manda sobre el Parlamento, una de las
instituciones más débiles, ruinosas y prescindibles de España habida cuenta de
que el Gobierno decide por un grupo parlamentario, y el líder de la oposición
lo hace por el bloque de sus diputados. Podrían reunirse los respectivos
líderes en reducidas comisiones y determinar conforme a sus poderes (número de
diputados o senadores) quién alcanza la mayoría de turno. Y así ahorrarnos las
reuniones periódicas de más de 600 parlamentarios solo en el total nacional.
Otro tanto para los parlamentitos autonómicos, aun más prescindibles según se
desarrollan las cosas públicas.
Y es -¡cómo no!- el Gobierno el que maneja, a través
de un sistema de cuotas, el poder judicial, convirtiendo a los poder judicial
–además de al legislativo- en correas de trasmisión del poder ejecutivo. Por
eso y por otras razones las instituciones judiciales son vistas con
desconfianza por los ciudadanos. Su lentitud, sus fallos, sus arbitrariedades,
convierten a la justicia española –en la que hay grandes profesionales, dicho
sea sin ninguna cortapisa- en una justicia mastodóntica y, permítanme el
palabro, "tombólica".
¿Cómo han de funcionar las cosas en España si quien
maneja todo no sabe manejarlo? Si tenemos un ejecutivo que no resuelve los
problemas, -el secuestro del Alakrana vale como alegoría de la
incapacidad gubernamental-, sino que los crea; el rosario de estatutitos parido
desde Moncloa es el mayor ejemplo de improvisación caótica de la democracia
española, ceremonia improvisadora a la que se ha sumado todos sin recato.
Y no funcionan las instituciones directamente
dependientes del ejecutivo. Sálvese la Guardia
Civil, salvada a su vez por su espíritu militar. Pero ¿y qué ocurre con la
policía; las desapariciones de droga en las comisarias, los chivatazos
policiales a los asesinos antiespañoles, y la impotencia para descubrir el
cadáver de una joven sevillana violada y asesinada por unos adolescentes ya
detenidos?
¿Qué decir del manejo partidista de las Cajas de
Ahorros en plena crisis?, ¿y del resto de instituciones económicas, decidiendo
a salto de mata y viviendo de la deuda, y por lo tanto del dinero que aun no
han producido nuestros hijos y nietos?, ¿y de la crisis de legitimidad, de liderazgo,
y de la ausencia de democracia interna real en los partidos políticos?, ¿y de
unos sindicatos adictos al poder, cegados por la ideología de clase, y
parásitos de las cuentas públicas?,¿ y del inexistente poder moderador de la
Corona?.
Capítulo aparte merece el desmadre territorial; los
blindajes de las aguas de los ríos, la locura urbanística española en manos
demasiadas veces de los poderes caciquiles y corruptos de las corporaciones
locales; los parques nacionales troceados por el autonomismo rampante y por el
constitucionalismo cobarde de sus señorías; y la protección civil
anti-incendios maniatada por la normalización lingüística. Dichos sean como
ejemplos paradigmáticos de la cacareada España plural, dotada de una estructura
territorial, que es una catástrofe liberticida, anti-igualitaria, ineficiente y
costosísima. Porque es así, y nadie sensato puede impugnarlo. Las instituciones
autonómicas conforman un Frankenstein territorial, hecho de trozos,
tambaleante, que camina desnortado. Sin meta, ni objetivo. Alienado.
Alienado como España, carente de un proyecto común, de
un sitio en el mundo, de una intención, de un destino compartido. Y paralizado,
boquiabierto e incapaz de acometer las importantísimas reformas estructurales y
mentales que han de salvar a la España por venir.
Sí, ya lo sé. O un demagogo o un irresponsable. Es lo
que tiene salirse del carril.