ENTREVISTA A FRANCISCO RUBIO LLORENTE
«El Gobierno se ha dejado llevar por la prisa para que España sea la primera en ratificar el Tratado»
Por NIEVES COLLI y MANUEL MARÍN en “ABC” del 23/01/05
Por su interés y relevancia, he seleccionado la entrevista que sigue para incluirla en este sitio web. (L. B.-B.)
El formateado es mío (L. B.-B.)
La solemnidad del despacho en el caserón del siglo XVII que alberga el Consejo de Estado se disipa por la afabilidad del personaje, un hombre templado y de modos académicos, que quiere dar a la institución un sentido más práctico. Lo primero que hizo al llegar fue pedir un ordenador. El toque del cambio lo delata también una foto «familiar» con el presidente Rodríguez Zapatero
-¿Ha llegado
el momento de reformar en profundidad la estructura territorial de España o el
proyecto del Gobierno es una cesión forzada por su compromiso parlamentario con
determinadas fuerzas nacionalistas?
-Creo firmemente que es oportuno hacer cambios en la Constitución. Después de 25
años de vida constitucional, después de que se ha creado un mapa político de
España gracias a la aplicación de la Constitución, es hora de que ese mapa
político se refleje en la Constitución. La oportunidad del cambio a mí no me
ofrece ningún género de duda. Otra cosa distinta es si la coyuntura política
permite hacer el cambio que hace falta hacer; si la coyuntura política no lo
permitiese, sería un lamentable obstáculo para no hacer lo que se debe hacer.
Pero yo tengo la esperanza de que sea posible.
-¿Cuando habla de coyuntura
política se refiere a que haya acuerdo entre PSOE y PP o a la dependencia
parlamentaria del Ejecutivo de Zapatero de ERC?
-Me refiero a todo. Es obvio que una reforma constitucional no se puede hacer de
ninguna manera sin un acuerdo de los dos partidos. También es bastante obvio que
no puede ni debe hacerse como un acuerdo entre los dos grandes partidos que el
resto de los partidos perciba como un frente común en relación con ellos. Ahí
está la habilidad del político.
-¿Cree que es discutible el
término de nación?
-La Constitución se basa en la
unidad de la nación española. Y el Estado español es el Estado de la nación
española, para mí, sin ningún género de duda. Por eso siempre he combatido la
idea del Estado plurinacional. El Estado español no es el que resulta del
acuerdo de tres o cuatro naciones distintas asentada cada una de ellas en un
territorio propio. No. Es un Estado nacional, un Estado de la nación española.
Ahora bien, con la misma sinceridad, creo que la nación española es una nación
compleja, una nación de naciones. La realidad sociopolítica de nuestra sociedad
tiene una estructura diferenciada en la que cabe distinguir partes importantes
de la sociedad que tienen una lengua, una cultura, unas tradiciones propias, un
sentido de identidad propio y que se sienten españoles -los que se sienten
españoles, que por desgracia no son todos- como miembros de esa comunidad a la
que sienten también como parte de España. Eso es lo que yo entiendo por España
plural, por España como nación de naciones o como se quiera decir.
-Usted ha sugerido la
introducción de la definición «comunidad nacional» en la Constitución...
-Cuando se habla de España
como nación de naciones, la expresión sería absurda si el término nación no se
utilizara en dos acepciones distintas: la nación como nación cívica, como una
comunidad asentada sobre un territorio sobre el cual ejerce la soberanía, el
dominio. La nación española es eso. Dentro de esa nación española, de esa nación
cívica, definida en buena medida por el territorio, hay naciones que se definen
por otros signos de identidad, por la lengua, por la historia, no por el
territorio. Se les puede llamar naciones culturales, nacionalidades, comunidades
nacionales... qué más da.
-Parece que encontró una
definición del agrado de los nacionalistas.
-El término comunidades
nacionales ha sido aplaudido por algunos nacionalistas y alguna responsabilidad
tengo por haberlo puesto en circulación... Puedo explicar por qué. Me parece un
término mucho menos peligroso que nacionalidad, mucho menos explosivo, en sí
mismo y por el uso que del término nacionalidad se ha hecho en estos 25 años.
Por nacionalidades se ha entendido históricamente naciones sin estado que
aspiraban a tenerlo. Lo cual resulta ya un poco perturbador, digamos, en el
equilibrio político de España. En segundo lugar, el artículo 2 de la
Constitución contrapone nacionalidades y regiones y ahí hay un riesgo de
equívoco porque parece que las dos son entidades con territorio propio. Las
regiones sin duda, eso es una categoría puramente espacial. Y al poner en el
mismo plano nacionalidades y regiones, parece que las nacionalidades también son
entes territoriales, aunque no se definen por relación al territorio. De lo que
a mí me parece una cierta turbiedad, se ha producido una dinámica según la cual
se entiende que hay dos géneros de comunidades autónomas: las que vienen de
regiones y las que vienen de nacionalidades, y estas últimas tienen un mayor
derecho a la autonomía que las otras. Y eso ha llevado a que se califiquen como
nacionalidades partes del territorio nacional que ciertamente no son naciones
sin estado. Me parece que eso ha dado lugar a una dinámica inconveniente. Dicho
esto, que España esté organizada en comunidades autónomas que, en cuanto tales,
son todas iguales, no nos permite ignorar que España es una nación de naciones,
que hay naciones culturales diferenciadas. ¿Cómo llamarlas? Comunidades
nacionales. ¿Por qué? Para disociarlas del territorio. En España hay comunidades
nacionales, pero no se corresponden con ninguna comunidad autónoma. En primer
lugar, porque como tal comunidad cultural ocupan espacios en diversas
comunidades autónomas, y en segundo lugar porque en aquellas comunidades
autónomas donde tienen un mayor peso tampoco son los únicos habitantes de esa
comunidad autónoma. El pueblo vasco está integrado por todos los habitantes del
País Vasco, sea cual sea la comunidad de la que proceden, y lo mismo ocurre con
el pueblo catalán. En esas comunidades, en la medida en que la mayoría de la
población pertenece a una comunidad nacional, es lógico que el gobierno esté
inspirado por referencias específicas de esa comunidad nacional, pero sabiendo
que esa comunidad nacional no es la dueña única de ese territorio. Por eso
sugerí el término. Desde el punto de vista de las ideas que estoy exponiendo, lo
que no me parece bien es que ninguna comunidad autónoma se autodefina a sí misma
como comunidad nacional. Las comunidades autónomas no tienen que definirse en
sus estatutos de ninguna manera.
-¿Obligaría la introducción de
ese nuevo término a reformar el artículo 2 de la Constitución, que habla de
nacionalidades y regiones?
-Creo que no es necesario. El
artículo 2 es en cierta medida una disposición transitoria y reconoce el derecho
a la autonomía de las nacionalidades y regiones. Y ese derecho a la autonomía se
ha plasmado en la creación de Comunidades Autónomas. No tengo ninguna propuesta
para modificarlo.
-¿Hasta dónde puede aguantar
el Estado el órdago de Ibarretxe?
-Sobre que las Cortes Generales deben decir que no al plan Ibarretxe, no tengo
ningún género de duda. Más que por lo que dice, por la manera en que lo dice.
Hay muchas cosas que serán buenas, malas o regulares, pero que se pueden
discutir. Lo que no se puede discutir es el preámbulo, porque eso es una
provocación y el Gobierno de España no puede entrar a la discusión. En ese
punto, la respuesta no puede ser mas que no. El órdago ulterior no sé si se va a
producir, pero sugiero una observación: el señor Ibarretxe dice que el
referéndum o consulta no tendrá valor jurídico, sino político. En democracia
aceptamos que la política sólo se hace en el marco del Derecho. Al afirmar que
se va a realizar un acto que no tiene valor jurídico pero sí valor político, uno
mismo se está colocando fuera de la democracia. Eso no se puede hacer, eso no se
puede hacer. Dudo mucho que se llegue a convocar el referéndum, pues el Gobierno
tiene instrumentos ordinarios para frustrar eso.
-¿Queda el Estado indefenso
con la supresión del delito de convocatoria ilegal de referéndum?
-Eso no hay problema. Vamos a imaginar que se convoca el referéndum.
Se recurre al Tribunal
Constitucional, éste lo suspende sin ningún género de duda. Y si aún se sigue
adelante, hay un delito clarísimo de desacato a un mandamiento judicial.
-¿Vería justificado, como han
defendido algunas voces en el PP, la aplicación del artículo 155 de la
Constitución?
-El artículo 155, que
heredamos de la constitución alemana, está muy bien y tiene que estar en la
Constitución. En Alemania no lo han utilizado jamás. Que no lo hayan hecho allí
no quiere decirse que no se pueda hacer en España, pero es un último recurso
porque es una medida muy traumática. Si a uno lo ponen entre la espada y la
pared, al final tiene que hacer de tripas corazón y acudir a las medidas por
traumáticas que sean, supongo, pero con la conciencia de que es un instrumento
que hay que intentar no utilizar mientras haya otros elementos.
-La mera aprobación por el
Parlamento vasco del plan Ibarretxe, en la medida en que contiene planteamientos
claramente inconstitucionales, ¿no era suficiente para recurrir ante el TC?
-Eso lo he combatido siempre. El plan Ibarretxe es una propuesta inaceptable,
pero vivimos en una democracia liberal y la gente puede hacer propuestas
inaceptables, mientras se queden en propuestas y no intenten imponerlas. Si un
partido propusiera ahora la abolición de la propiedad privada, eso sería
inconstitucional, pero no lo vamos a llevar al Tribunal Constitucional por eso.
-Pero las propuestas, más allá
del efecto jurídico, tienen un efecto social indudable. ¿No hay riesgo de que
los nacionalismos excluyentes terminen ganando el pulso en la calle?
-El plan Ibarretxe, desde el punto de vista de las ideas, de los objetivos y de
las finalidades que persigue, ¿supone algo absolutamente nuevo, algo que no
estuviera ya en el programa máximo del PNV y, por supuesto, de los otros
partidos nacionalistas? Esa tensión la estamos viviendo desde hace ya muchos
años. Y respecto al resto de España, a mi juicio tampoco significa un salto
cualitativo de tal naturaleza que merezca un trato jurídico distinto.
-Cuando la mitad del espectro
parlamentario vasco tiene que ir con escolta, ¿es bueno fomentar ese debate y
crear un clima de alarma social a sabiendas de que el plan Ibarretxe no puede
prosperar?
-La alternativa sería no tramitar en las Cortes el plan Ibarretxe. ¿A quién se
le está quitando la posibilidad de intervenir? A las Cortes. ¿Disminuiría eso la
tensión en el País Vasco? ¿Se podría prohibir que los proponentes del plan se
rasgaran las vestiduras por el mal trato recibido? Y si llevaran el desprecio a
la campaña electoral vasca... Creo que en estas cuestiones, salvados los
principios, hay que operar con criterios de eficacia.
-Batasuna está recuperando
protagonismo y su grupo parlamentario no fue disuelto. ¿No se está
desautorizando al Tribunal Supremo?
-Ese es un tema jurídicamente muy difícil porque la ilegalización de un partido
no priva de mandato a los elegidos por esa idea de que los representantes de los
ciudadanos lo son hasta que concluya el mandato. No se les puede privar del
escaño. ¿Qué haces con eso? No es muy popular lo que digo, pero es sencillamente
lo que pienso: creo que al ordenar la disolución del grupo parlamentario, el
Supremo estaba ordenando una decisión que difícilmente podía tomar el presidente
del Parlamento vasco. Éste propuso la modificación del Reglamento para que eso
fuera posible, y no prosperó... Es decir, tenemos que aceptar que un Parlamento
no es un órgano administrativo; tiene una dinámica propia, unas rigideces, unas
fronteras propias, que hay una separación de poderes y que no es normal que un
juez pueda emitir mandatos. De manera que esto, a mí, no me escandaliza.
-Entonces, ¿el Supremo se
equivocó?
-No sería yo tan desmesurado como para decir que el Tribunal Supremo se
equivocó. La verdad jurídica siempre es la que dicta el tribunal de última
instancia. Pero también es verdad que la puesta en práctica de esa medida
siempre tuvo pocas posibilidades de éxito porque iba a chocar con obstáculos que
no se pueden abatir.
-¿No interpreta que se haya
producido una desautorización?
-De cara a la opinión pública, sin duda. Y he lamentado las caras de
satisfacción con las que han recibido en el Parlamento vasco la decisión del
Tribunal Superior de Justicia \ porque se está haciendo mucho daño a la
Justicia, al Supremo. Pero en su día también me pareció que la decisión del
Tribunal Supremo era errónea, poco meditada.
-¿Ve un escenario electoral
vasco con una candidatura legal de Batasuna?
-Esta es otra cuestión: si la Batasuna ilegalizada o las gentes de Batasuna que
no están contaminadas por el pacto con ETA pueden crear un partido alternativo
que no sea susceptible de los mismos reproches de los que ha sido objeto
Batasuna. Pues seguramente sí. Y si lo hacen bien y son gentes que no han podido
ser inculpadas, mal lo tendrán las juntas electorales para rechazar la
inscripción de esas listas.
-Usted se ha mostrado
partidario de adaptar la Constitución española a la europea. Finalmente, por
indicación del Tribunal Constitucional, el Gobierno no lo ha hecho. ¿Qué
problemas pueden plantearse?
-A mi juicio, el Constitucional se ha equivocado. Pero lo que él ha dicho es la
verdad jurídica. Si el TC dice que no hace falta reformar la Constitución para
ratificar el Tratado europeo, así es y no tiene vuelta de hoja. Otra cosa bien
distinta es que a mí me parezcan convincentes las razones que llevan al Tribunal
Constitucional a esa decisión, que no me lo parecen. Ahora tenemos que ratificar
el Tratado y lo podemos hacer sin modificar la Constitución en modo alguno,
tanto más si esa ratificación recibe un apoyo fuerte el próximo 20 de febrero.
Pero las razones que había para reformar la Constitución me siguen pareciendo
perfectamente válidas, perfectamente vivas, y creo que la decisión del TC no
debería haber eliminado en modo alguno del programa de reformas del Gobierno la
necesidad de reformar la Constitución española para que refleje la realidad. Y,
sobre todo, el hecho de que nuestros jueces tengan que aplicar el Derecho
europeo por encima incluso de la propia Constitución, sin que eso tenga reflejo
alguno en ella, es por lo menos sorprendente.
-¿Nos hemos dejado llevar por
las prisas de ser los primeros en ratificarla?
-A mi juicio, sí.
-La reforma educativa es otro
punto caliente que enfrenta al Gobierno con el PP y la Iglesia. ¿Debe ser la
religión una asignatura evaluable en el sistema público de enseñanza?
-La verdad es que no. La mayor parte de los españoles, y desde luego mis hijos y
mis nietos, han recibido educación religiosa en la escuela, pero creo que eso
debe mantenerse en el ámbito de lo privado. Relevancia pública no la ha debido
tener nunca. Y ahora, además, vivimos en una sociedad que, nos guste o no, va a
ser cada vez más multicultural, y eso significa confesiones religiosas
distintas. Creo que, desde el punto de vista religioso, hay que neutralizar la
vida pública en lo posible.