EL DILEMA DEL PSOE
Editorial de “ABC” del 08.10.05
Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
El formateado es mío (L. B.-B.) Yo no le llamaría ala izquierdista y federal a eso. Le llamaría ala menos socialista y anacrónica.
DESDE que el Parlamento
catalán aprobó el proyecto de nuevo Estatuto, el Gobierno de Rodríguez Zapatero
se ha visto obligado a ser progresivamente explícito en el reconocimiento de que
el texto tiene que ser modificado en el Congreso de los Diputados. A medida que
se acreciente el debate político y social y aumente la presión, es probable que
vaya reduciéndose la resistencia del PSOE a aceptar que el proyecto precisa más
que meros retoques. Sin embargo, el nuevo Estatuto catalán ha provocado una de
esas situaciones históricas en la que todos los resortes del Estado y de la
sociedad son puestos a prueba de forma absoluta, porque, diga lo que diga el
Gobierno, está en juego la continuidad del orden constitucional de 1978. Por
esto mismo, las costuras internas del PSOE están sufriendo las consecuencias de
un proyecto político que ha desbordado sus límites ideológicos más arraigados,
dentro de los cuales la igualdad nunca era menos importante que la diversidad y
la solidaridad no constituía una rémora de las «fuertes identidades» locales.
Cabría preguntarse por las razones que han llevado a Zapatero a empeñarse en
convertir la diversidad territorial en dispersión y desarraigo respecto de la
nación y del proyecto nacional que supuso la España constitucional hace más de
veinticinco años. Hoy, el PSOE tiene muchas dificultades para reconocerse como
un partido de izquierda social e igualitaria desde el momento en que su acción
de gobierno está supeditada a una iniciativa, la del tripartito, que desfigura
el Estado actual para resucitar una organización retrógrada basada en el
privilegio económico, la sociedad estamental -segregando ciudadanos- y las
jurisdicciones especiales. En definitiva, una vuelta al modelo superado por las
ideas ilustradas de la igualdad, la libertad, la división de poderes y la nación
como única fuente de soberanía del poder político.
Uno de los errores más graves de Rodríguez Zapatero está en ignorar la tradición
ideológica del socialismo, aunque en el caso español también es cierto que la
colaboración con los nacionalismos ha sido una piedra de reiterado tropiezo
socialista. Pero la situación actual supera con creces cualquier antecedente
histórico de convergencia entre socialismo y nacionalismo. Y el PSOE está
empezando a resentirse, bien porque todavía hay quienes tienen convicciones
sociales y políticas incompatibles con los objetivos nacionalistas, bien porque
algunos temen más perder el escaño que perder la nación. Sea cual sea el motivo,
Rodríguez Zapatero también está poniendo en el alero de la historia a su
partido, porque son muchos los procesos de alto riesgo que ha puesto en marcha,
sin tener claro el resultado final y sin haber hecho un recuento previo de sus
posibilidades. Lo mismo sirve este análisis para el nuevo Estatuto de Cataluña,
que para la estrategia de final dialogado con ETA o para la política exterior de
no alineado que tanto prodiga el jefe del Ejecutivo. No es improbable que, al
final, España quede convertida en un Estado fuera de órbita en el plano
internacional y sumida internamente en un largo desconcierto político y moral.
No resultaría extraño, por tanto, que algunos miembros del PSOE se pusieran en
contacto con el PP para frenar conjuntamente una dinámica que, si para Rodríguez
Zapatero es de progreso, para otros compañeros de partido es de pura y simple
caída libre. Y nadie sale ganando si el PSOE pierde la conciencia de su papel
insustituible en la corresponsabilidad, junto con el PP, de defender el sistema
constitucional actual, como ayer mismo sugirió Felipe González. Pero, antes que
nadie, son los socialistas quienes deben tomar nota de su compromiso para actuar
como contrapeso de los impulsos centrífugos que se están produciendo
en su ala más izquierdista y federal
y en sus aliados nacionalistas. Nadie niega en la actualidad que uno de los
factores decisivos del éxito de la Transición ha sido la capacidad de la derecha
democrática de neutralizar cualquier manifestación organizada de extremismo en
este sector ideológico. El PSOE, hoy, no está respondiendo con la misma lealtad
porque ha alimentado iniciativas de fractura, como la del proyecto de nuevo
Estatuto catalán, legitimando a formaciones políticas extremistas y
secesionistas, hasta ahora excluidas de los consensos básicos. En esto sí se
puede decir que la segunda transición ha empezado, pero como la peor imagen
antagónica de la primera.
No cabe duda de que el haber permitido que el proyecto estatutario catalán -o si
se prefiere, la impugnación del pacto constitucional de 1978- llegara hasta
aquí, provoca en el PSOE un dilema complejo: rectificar sustancialmente, aunque
esto implique coincidir nuevamente con el PP para encauzar el futuro de este
país; o dejar que el rechazo irracional al consenso con la oposición sea más
fuerte que la obligación de soportar responsablemente el edificio
constitucional. El PSOE decide.