ZAPATERO Y EL NACIONALISMO AUSENTE

 

 Editorial de   “ABC” del 12.10.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

La celebración del 12 de Octubre va a ser nuevamente la ocasión preferida de los nacionalismos para expresar su rechazo a toda manifestación del sentimiento nacional español. Nacionalistas vascos, catalanes, gallegos y aragoneses han decidido no asistir hoy al desfile de las Fuerzas Armadas, ni a los demás actos oficiales de la jornada. Incluso el dirigente de Esquerra Republicana Joan Puigcercós se ha permitido la ofensa gratuita de pedir a Maragall que aproveche su asistencia al desfile para aplacar a «la bestia», categoría en la que se deben de integrar todas las instituciones, partidos, entidades y, por supuesto, millones de ciudadanos que no quieren que se apruebe el proyecto de Estatuto catalán.

La reacción nacionalista no es, por desgracia, novedosa, porque expresa la profunda frustración de una ideología que se justifica en la provocación de un conflicto permanente de identidades y divisiones entre territorios y ciudadanos. La política de concesiones a los nacionalismos empezó con el reconocimiento de su superioridad «patriótica» en comunidades como el País Vasco y Cataluña, y siguió con la aceptación de toda su simbología partidista como señas de identidad colectiva. Poco ha servido este flujo unívoco de concesiones para enterrar definitivamente la obsesiva tensión territorial, porque el resultado ha sido la instauración de una situación de hecho y de derecho indiscutible, en la que los nacionalistas exigen y obtienen respeto para sus efemérides y símbolos -sin discusión posible sobre su veracidad histórica, aunque sean acreedores de ofrendas florales y reconocimientos oficiales- pero se esmeran en despreciar puntualmente todo cuanto implique la existencia de España como nación, a secas, sin adjetivos ni posesivos.

Además, cualquier intento de reconducción del problema se enfrenta al hecho de que a los nacionalismos les ha sido rentable su deslealtad histórica y la falta de reciprocidad en el respeto institucional. Incluso han conseguido que una parte de la izquierda española asuma sus idearios con más entusiasmo, a veces, que los propios nacionalistas. En este sentido, el proyecto de Estatuto para Cataluña es un manual de máximos nacionalistas y, sin embargo, viene avalado por el presidente de la Generalitat, con el apoyo decisivo del presidente del Gobierno de la Nación. Por eso, los nacionalistas no sienten ninguna motivación especial para abandonar su aversión a cuanto implique el reconocimiento de España, menos aún si, en la actualidad, son los socios preferentes del PSOE y están decidiendo el contenido y los ritmos de la política nacional sin coste alguno para su ortodoxia soberanista.

Evidentemente, esta política de alianzas está produciendo unos resultados desestabilizadores y sin visos de rectificación. Rodríguez Zapatero ha elegido libremente a sus aliados y éstos le han dado la espalda cada vez que se han planteado cuestiones de interés nacional, como el Plan Ibarretxe o el referéndum por la Constitución Europea. Y con estos socios pretende el Gobierno socialista hacer un proceso de reformas institucionales que haría que España, al final de esta legislatura, «esté más cohesionada», según palabras de Rodríguez Zapatero. Pero, sencillamente, no es posible hacer una política de interés nacional con quienes no creen en España, ni en su Constitución, ni en su proyecto común para todos los españoles. Y lo están demostrando con los proyectos de reformas que han enviado al Congreso de los Diputados.

La ausencia de los nacionalistas hoy en Madrid es un desaire más en la nómina del victimismo irreductible de unos partidos que, a pesar de haber gobernado o seguir haciéndolo con todos los medios políticos y financieros que nunca antes habían tenido, y en un régimen de autogobierno que es materialmente federal, no han sido capaces de articular políticas de estabilidad y convivencia pacíficas, sin tensiones ni agravios, en sus propias comunidades y en las relaciones con el resto de España. Pero, en esta ocasión, la sonora ausencia nacionalista señala al presidente del Gobierno y a su decisión de ponerse en manos de unos aliados para los que la idea de España es insoportable. Zapatero tiene otra oportunidad de calibrar hoy sobre el terreno dónde están unos y otros en esta hora de incertidumbres.