EL LABERINTO DE 2006
Editorial de “ABC” del 02.01.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.
EL Gobierno de Rodríguez Zapatero
se enfrenta al nuevo 2006 con la presión de quien tiene que salir de un
laberinto antes de perderse definitivamente en él. En 2007 empieza la temporada
electoral. No hay otro responsable de esta situación que el propio Gobierno y su
política de selección de aliados, porque nunca antes un Gobierno en minoría,
como el de Zapatero, había negado tan absolutamente al principal partido de la
oposición cualquier posibilidad de acuerdo, incluso en materias en las que sus
bases electorales comparten criterios fundamentales. La exclusión del PP,
solemnizada en el Pacto del Tinell y aplicada a rajatabla por el PSOE, aísla al
Gobierno en su responsabilidad exclusiva por tener que abordar este nuevo año
como una prórroga para deshacer los entuertos del anterior. Por lo pronto, la
despedida económica de 2005 contrasta con la excelente autocalificación que se
dio el propio presidente del Gobierno. Incurriendo en lo que él mismo criticaba
hace apenas un par de años -la complacencia de Aznar con la macroeconomía y el
desinterés por las economías familiares-, Rodríguez Zapatero inaugura el año con
una inflación muy alta, superior al crecimiento económico, y coincidente con un
incremento de los tipos de interés que se suma a los anunciados aumentos de luz,
gas, agua y transporte. El «patriotismo social» es un eslogan vistoso para un
acto de partido -aun haciendo cuentas de becas y pensiones, que las han hechos
todos los Gobiernos, en todo tiempo-, pero es corto para tapar la realidad
cuando ésta no se deja disfrazar. Las familias están al límite de su capacidad
de endeudamiento y nuevas cargas económicas, sin un correlativo control de
precios, pueden ser el anticipo de un colapso financiero. Pese a que los
indicios negativos vienen de largo, el Gobierno no ha aprovechado este primer
tiempo de su mandato para hacer reformas estructurales en el mercado laboral o
en aumentar la competencia de servicios. Reformas que deben hacerse en
coyunturas de bonanza económica, para anticiparse a un cambio de ciclo cuya
llegada es una seria amenaza.
En el terreno político, el laberinto es más complicado para Rodríguez Zapatero
porque a cada paso que da, cambia el trazado y pierde el camino de vuelta. El
Gobierno socialista ha abierto en canal la Constitución desde el momento en que
la alianza con los ultranacionalistas catalanes permitió llevar a las
instituciones del Estado propuestas, como el nuevo Estatuto de Cataluña, que no
pretenden un desarrollo del modelo autonómico, sino una suplantación pura y
simple del régimen constitucional por otro en el que los principios serán la
confederación, la soberanía y la autodeterminación. El caldo ideológico que
alimenta el cambio impulsado por Rodríguez Zapatero al calor de sus peligrosas
alianzas no puede ser más dañino para el interés nacional. El proyecto de
Estatuto para Cataluña es el síntoma de todo un cambio histórico en la izquierda
española -o, al menos, en una buena parte de ella-, que ha decidido rehacer la
Transición con grupos e ideas que eran y son incompatibles con los valores
constitucionales. Por eso, 2006 empieza como acabó 2005, anegado de las
incertidumbres que provoca la falta de definición del presidente del Gobierno
ante asuntos esenciales que ya habrían merecido un pronunciamiento público y
decisivo por cualquier gobernante europeo que se preciara de su función. España
no se merecía llegar al 2006 con un horizonte plagado de dudas, sin confianza
-lo dice el CIS- en su futuro económico y político, con un Gobierno desvinculado
de la defensa constitucional -en sus alianzas políticas, en sus propuestas
partidistas, en la inaplicación de la legalidad frente al terrorismo no armado
de ETA- y, menos aún, en manos de la insolencia reivindicativa de minorías
separatistas, que hoy parecen más de lo que son gracias a las credenciales
socialistas.
En este contexto de ruptura de amarras con los mejores valores de la vida
constitucional de España, no extraña que la actitud del Gobierno ante ETA -roto
el Pacto Antiterrorista y muerta la Ley de Partidos- carezca ya de imperativos
éticos, y sea un peón táctico de la estrategia general de crisis constitucional;
tampoco que la relación que el Gobierno quiera imponer a la Justicia sea de
sumisión, ni que la sociedad y sus principales fundamentos, como la familia o la
educación, se hayan convertido en el campo experimental de prejuicios
progresistas, más atentos a eliminar todo aquello que, según el manual
izquierdista, connote valores cristianos o tradicionales, que a ofrecer
soluciones sensatas para problemas reales. Un laberinto, en definitiva, en el
que PSOE ha metido a toda España.