«EL ESPAÑOL TAMBIÉN ES LA LENGUA PROPIA DE CATALUÑA Y EL PAÍS VASCO»
Entrevista a Irene Lozano, por Blanca Torquemada en “ABC” del
02.01.06
Por su interés y relevancia he seleccionado la entrevista que sigue para incluirla en este sitio web.
El formateado es mío (L. B.-B.)
Irene Lozano desenmascara en su
ensayo «Lenguas en guerra» la forma en que los nacionalismos utilizan el
catalán, el gallego o el vasco como «moneda de cambio política» y tratan de
aniquilar una realidad bilingüe. «España -dice- no puede perder el privilegio de
su lengua común».
Madrid. La conveniencia de cuestionar «verdades» instaladas más a fuerza de
reiteración e imposición que de honradez intelectual ha llevado a Irene Lozano a
huir del fango de la corrección política en su obra «Lenguas en guerra»,
galardonada con el Premio Espasa de Ensayo 2005. En un terreno pantanoso,
anegado de ampulosos ropajes identitarios y abonado por una insidiosa
«culpabilización» del español, Lozano argumenta sólidamente cómo a las lenguas
se les ha arrebatado en España «la inocencia original» de su función de
intercambio y comunicación para convertirlas en un elemento de exclusión y
discriminación que no se corresponde con su realidad social e histórica. En
Cataluña, en el País Vasco, en Valencia o en Galicia. «Es una falacia -dice-
cómo utilizan los nacionalismos la expresión «lengua propia», porque igual de
«propio» es en todas las Comunidades autonómas el español.
Tenemos la inmensa
fortuna de disfrutar de una lengua común».
-El PSOE acaba de aceptar que el nuevo Estatuto de Cataluña recoja el «deber» de
conocer el catalán. ¿Cómo interpreta el hecho?
-En primer
lugar, con sorpresa, porque el pasado mes de mayo el Partido Socialista no
estaba de acuerdo con ese punto, y ahora sí. Una vez más, se está utilizando la
lengua como moneda de cambio, en una intragable equiparación simbólica del
catalán y el castellano, por encima incluso del criterio del Tribunal
Constitucional, que ya calificó en su sentencia 84/1986 como contraria a la
Carta Magna la imposición del «deber» de conocer el gallego en la Ley de
Normalización Lingüística de esa Comunidad autónoma de 1983. Creo que los
socialistas se suben ahora al carro de una interpretación flexible de la
Constitución y aducirán que el deber de conocer el castellano no tiene por qué
excluir el deber añadido de conocer otra lengua en un determinado territorio,
pero ese camino es muy peligroso por el uso que el nacionalismo puede hacer de
él, como filtro laboral y elemento de discriminación. No es una medida
lingüística, sino política, que implica primar a los comprometidos con una
determinada ideología, a los «aculturados» en el catalanismo. En esa línea va
igualmente el hecho de que en Galicia se estén eliminando los test en castellano
en algunas oposiciones.
-La tesis principal de «Lenguas en guerra» es que
el bilingüismo es lo verdaderamente «propio», frente a la exclusión del español
en las regiones que además hablan catalán, vasco o gallego...
-Es lo
natural, porque ha sido así durante siglos. Hasta la dictadura de Franco en
España nunca hubo una utilización ideológica sistemática del español. Ha sido la
lengua de comunicación aceptada y libremente asumida en todas las regiones sin
la percepción de que la generalización de su uso significara el aplastamiento de
las lenguas minoritarias, porque han coexistido. El hablante la valoraba, y la
valora, como instrumento útil, como «lengua franca». Salvo algunas leyes del
siglo XIX sobre la obligación de redactar la documentación en castellano que
nunca llegaron a ser de general aplicación, en España la construcción nacional
jamás se sustentó sobre la lengua mayoritaria, como sí ocurrió por ejemplo en
Francia, Alemania o muy especialmente Italia. En esos países el ideal
revolucionario o el romántico, según el caso, sí contribuyeron a la asfixia de
las lenguas minoritarias. En España no.
-Usted recuerda en su libro un factor importante, que es la diferencia entre
competencia y uso de una lengua...
-Claro,
porque con las políticas de normalización se generaliza la competencia, pero no
se logra imponer el uso. Con las «inmersiones» es cierto que un porcentaje
creciente de los ciudadanos de esas autonomías es «competente» en catalán o
vasco, o sea, capaz de comprenderlo y de utilizarlo, pero el «uso» no se
incrementa ni mucho menos al mismo ritmo que la competencia. Actualmente, el uso
del catalán en Cataluña está en un 50 por ciento y el del euskera» en el País
Vasco en un 15. Incluso se está detectando que en determinados medios sociales
ese uso está descendiendo. Esto queda fuera del control de los políticos. Muchas
veces se exige el catalán para acceder a un determinado trabajo y luego no se
usa en ese ámbito laboral. Pero al impregnar el conocimiento y uso de la lengua
de la adhesión a unos determinados valores se hace saber, en definitiva, que
quien la haga suya va a gozar de unos determinados privilegios. Se convierte la
lengua en un factor de discriminación.
-También analiza cómo el franquismo ha distorsionado este debate...
-Sí, por
dos factores fundamentales: Primero porque ideologizó de forma generalizada la
lengua española (la del «imperio»), y en segundo término porque al convertir al
catalán, al gallego o al vasco en lenguas marginadas en los espacios públicos
aproximó a los sectores nacionalistas y a la izquierda, lo que consolidó una
sintonía que no es natural y que ahora sigue vigente. No olvidemos que la raíz
de la izquierda es internacionalista. El tradicionalismo catalanista defensor a
ultranza de la lengua es de raíz ultraconservadora, igual que el vasco que,
después de haberse fundado en la raza, traspasó esa identificación excluyente a
la lengua porque el nazismo y la Segunda Guerra Mundial convirtieron en
inaceptables los planteamientos etnicistas. A unos y a otros, nacionalistas e
izquierda, los unió en la dictadura su condición de «víctimas» y esa anomalía
pervive hasta el punto de que se convierte hoy en la «pinza» que pretende
culpabilizar a la lengua, al español, lo que considero un gravísimo error. Esto
provoca que hoy en Cataluña la «normalización» atenace a la sociedad y que, como
reacción a este y a otros excesos, haya nacido la plataforma de Albert Boadella.
-Además, su ensayo reflexiona sobre cómo han cambiado las tornas: antes del
franquismo se reivindicaba la españolidad de las otras lenguas peninsulares
(salvo el portugués, claro) y ahora ese planteamiento es marginal en todos los
foros de discusión.
-Así es. En
1931, con la llegada de la Segunda República, se debatió si se debía denominar a
la lengua oficial español o castellano porque muchos diputados de la periferia
consideraban que ello podría poner en cuestión la españolidad de las demás
lenguas. Gabriel Alomar, intelectual y parlamentario mallorquín argumentó su
temor de que se negara el carácter español a la lengua catalana. Ahora el
interés de los nacionalismos extremistas es el contrario, el de negar a toda
costa la españolidad de las otras lenguas.
-¿Por qué se convirtió en lengua común el español, si, como usted defiende, sólo
durante durante unas pocas décadas ha funcionado a golpe de imposición?
-Precisamente por su carácter de lengua dúctil, sin temores a la
«contaminación». Siempre se ha dicho que el euskera fue la «partera» del
castellano, al que debe su fonética, las cinco vocales. La realidad lingüística
bilingüe de muchas zonas de España no es de anteayer y está magníficamente
reflejada en las glosas de San Millán de la Cogolla donde se han encontrado
acotaciones a lo escrito en latín en castellano y en euskera. Aquellos cenobitas
eran perfecta y naturalmente bilingües. Luego, el español se extendió y
generalizó en América más por el empuje de la burguesía de los nuevos Estados
después de independizados que bajo dominio del «imperio». De hecho, antes se
había considerado que para la evangelización eran más útiles las lenguas
indígenas, y ocurrió que algunas de ellas incrementaron su implantación mientras
aquellos territorios fueron españoles. El Imperio español se fundó en la fe, no
en la lengua.
-Otro dato interesante es que la Constitución de la II República impedía
cualquier tentación de arrinconar al español...
-Sí, en el
artículo 4 se decía literalmente que «a nadie se le podrá exigir el conocimiento
ni el uso de una lengua regional». Otro aspecto importantísimo es que se
salvaguardaba el derecho de todos los ciudadanos a no verse privados del acceso
al español culto, a través del artículo 50, que estipulaba que era obligatorio
«el estudio de la lengua castellana, y ésta se utilizará también como
instrumento de enseñanza en todos los centros de instrucción primaria y
secundaria de las regiones autónomas».
-Sin remontarnos a esos años, hoy en día tampoco en el resto de Europa se suelen
utilizar las lenguas minoritarias como las únicas vehiculares para la
enseñanza...
-España es
hoy con diferencia el país más proteccionista con las lenguas minoritarias.
Algunos aspiran a que esto sea como
Suiza, con sus cuatro idiomas oficiales, pero es realmente absurdo porque
nosotros tenemos la suerte y el privilegio de contar con una lengua común y
ellos no.
-¿Por qué considera tan dañino el concepto de «lengua propia» que esgrimen
algunos nacionalismos?
-Al menos
es uno de los más insidiosos, porque no responde a la realidad. Es lamentable
cómo se recoge ese concepto, por ejemplo, en el Estatuto de Baleares.
Lo que
implica tal uso de «propia» es que la que no es esa lengua queda catalogada como
«ajena», lo que relega al castellano a la categoría de algo artificial e
impuesto. Se impregna de valores a la «lengua propia» frente a la otra. Es una
estrategia delirante, casi como del siglo XIX. Tiene únicamente el propósito de
proyectar todos los sentimientos del grupo sobre lo particular.
-¿Hay actualmente persecución del castellano en Cataluña o el País Vasco?
-El término
«persecución» es duro y hay que matizarlo mucho. Sí hay persecución moral y
dificultades objetivas para escolarizar a los niños en castellano. Ahí se
demuestra que al español no se le da la misma consideración que al catalán. Y en
el País Vasco la imposición del euskera es especialmente artificial, dado su
nivel de uso. En el País Vasco y en Galicia hubo una renuncia de las élites
sociales a la lengua, porque se asociaba el gallego y el vasco al mundo rural.
El castellano tuvo una rápida penetración en el País Vasco en buena parte por la
enorme fragmentación dialectal del euskera, circunstancia que lo hacía menos
útil para la comunicación.
-¿Es la actual Constitución culpable de esta «guerra de lenguas»?
-Sí, en
parte. En ese aspecto de la Constitución hubo absoluta dejadez. En su redacción
se dejó el terreno abonado para los problemas cuando ni siquiera se enumeran las
otras lenguas de España. Ahí cabe todo, el bable, el canario...
Además, la Carta
Magna comete el error de ceder al poder autonómico la regulación de la lengua,
lo que ha propiciado que se intente convertir a la lengua minoritaria en
dominante y excluyente. Para los políticos es una ventaja, porque les otorga
parcelas de poder y de influencia, pero para los ciudadanos es un grave
perjuicio.