CATALUÑA Y LA LOAPA AL REVÉS
Editorial de “ABC” del 30.01.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.
La financiación autonómica y la
definición de Cataluña como nación son las cuestiones más llamativas del
Estatuto de cara a la opinión pública. aunque, sin embargo, hay otros aspectos
que merecen muy serias reservas. Ante todo, el reconocimiento de «derechos
históricos» como fundamento del autogobierno, que choca con la Constitución como
fuente única de legitimidad hasta el punto de que el PSC se opuso en su día a
invocar en el texto a las instituciones seculares y la tradición jurídica
catalana. El propio Consejo Consultivo expresó su crítica hacia planteamientos
más propios del historicismo romántico que del Estado democrático. El Estatuto
supone, además, una mejora sustancial del ámbito competencial de la Generalitat,
en la que se sustenta buena parte del mensaje «Cataluña gana» lanzado a los
cuatro vientos por los beneficiarios del acuerdo. De hecho, casi un tercio de la
futura ley se dedica a una regulación minuciosa y prolija de las competencias.
El objetivo político es muy claro: «blindar» dichas competencias para crear un
territorio inmune a la acción legislativa y ejecutiva del Estado. De este modo,
queda claro que el PSOE está dispuesto a hacer dejación de las funciones
estatales para satisfacer su estrategia coyuntural.
El Estatuto se hace eco de una vieja reivindicación victimista del nacionalismo,
incapaz de reconocer la evidencia de que el Estado de las Autonomías permite un
despliegue generoso del pluralismo territorial. Como es sabido, la Constitución
no atribuye directamente competencias a las comunidades autónomas, sino que
ofrece una relación de materias susceptibles de ser asumidas por ellas. Cataluña
y el País Vasco han expresado siempre su insatisfacción ante las competencias
recibidas por vía extraestatutaria, ya sea por medio de leyes orgánicas
sectoriales o de leyes de transferencia y delegación al amparo del artículo
150.2. La razón es muy simple: esta fórmula deja abierta la puerta a que el
Estado recupere tales competencias por el mismo procedimiento legal. En cambio,
el carácter materialmente paccionado del Estatuto (que no puede ser alterado sin
acuerdo del Parlamento territorial) ofrece a las instituciones autonómicas una
especie de derecho de veto frente al poder legislativo del Estado. Dicho en
términos coloquiales, Zapatero acepta la cláusula «lo que se da no se quita».
Así, la Generalitat asume todas las competencias posibles e incluso consolida
las que había adquirido de facto ante la pasividad de los poderes centrales.
Hay algo más. El TC (a pesar de algunas sentencias más que discutibles sobre
urbanismo, medio ambiente o patrimonio cultural) no ha conseguido ganar fama de
árbitro imparcial a los ojos del nacionalismo insaciable. De hecho, la fórmula
«bases más desarrollo» (la técnica más característica de distribución
competencial en el sistema vigente) ha generado continuas disputas. La queja
reiterada y casi siempre injusta es que el TC amplía el ámbito de las bases
estatales. Para evitarlo, el Estatuto desmenuza al detalle las competencias de
la Generalitat, con objeto de impedir una eventual interpretación expansiva de
aquellas. Aunque el Gobierno prefiere mirar para otro lado, se trata de un
evidente vicio de inconstitucionalidad. No es admisible otorgar preferencia al
derecho catalán sobre cualquier otro en el territorio autonómico. En particular,
es inaceptable que las bases estatales sólo puedan establecerse en forma de
«principios» en una norma con rango de ley y con la exclusión de aquellas
materias que el Estatuto disponga. Hace ya tiempo, con motivo de la célebre
Loapa, la STC 76/83 estableció que el legislador no puede «definir» los
conceptos que aparecen en la Constitución. Como es obvio, tampoco un estatuto
puede decir qué son y qué no son bases y mucho menos cerrar la puerta a su
determinación por las Cortes generales. O sea, que se pretende imponer una
especie de «loapa al revés», con grave quebranto del ordenamiento vigente.
Aunque Zapatero asegura que aquí el único que «blinda» es el TC, el Gobierno
está promoviendo una norma que desapodera al Estado de sus funciones legítimas.
Se sitúa así en el polo opuesto del criterio expresado por el Consejo de Estado
sobre el carácter «intangible» de la legislación básica. Una propuesta que,
curiosamente, algunos descalifican recordando que la Constitución supone un
marco abierto, cuando el acuerdo entre Zapatero y Mas pretende todo lo
contrario. El debate en el Congreso debe modificar estos elementos del futuro
estatuto, porque la soberanía no sólo se cuestiona mediante definiciones más o
menos explícitas, sino que se diluye a través de concesiones inaceptables en la
letra pequeña de la ley.