OPORTUNISTA POLÍTICA DE AGUA
Editorial de “ABC” del 16.04.08
Por su interés y relevancia he seleccionado el
artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
LA política del agua es
la primera víctima del desbarajuste territorial provocado por Rodríguez
Zapatero en la pasada legislatura y es probable por desgracia que no sea la
última. Cuando se quiebra el principio de solidaridad y se toman decisiones por
intereses puramente partidistas no es extraño que las consecuencias sean el
enfrentamiento y el fracaso de una política de alcance nacional. Ayer se firmó
en Barcelona el acuerdo entre José Montilla y la ministra Elena Espinosa para
realizar un trasvase de agua excedente del riego en Tarragona por medio de un
tubería de unos 60 kilómetros paralela a la autopista, con objeto de aliviar la
necesidad de agua de Barcelona y su área metropolitana. Se trata, obviamente,
de un trasvase en sentido estricto por mucho que se oculte bajo eufemismos
burocráticos tales como «interconexión de cuencas» o «aportación puntual de
agua». Montilla ha procurado darle al problema del agua la condición de
«emergencia nacional», en el sentido del Estatuto catalán, y ayer recibió a Artur Mas, en calidad de líder de la oposición, para darle
cuenta de los acuerdos alcanzados con el Gobierno, La nueva titular de Medio
Ambiente, Medio Rural y Marino se estrena así con un asunto heredado de su
antecesora, Cristina Narbona, cuya ineficacia en la gestión se ha sumado al
criterio oportunista en las decisiones sobre una cuestión que exige
perspectivas amplias y solidarias para lograr un uso racional de un recurso
escaso.
Hace más de un siglo
que Joaquín Costa hablaba de la «guerra interna contra la sequía», pero no
podía imaginar que las obras hidráulicas fueran un mero instrumento para las
ventajas coyunturales del Partido Socialista. Ahora la España seca se moviliza
contra este «gesto» de Zapatero hacia Cataluña e invoca con toda razón su derecho
a utilizar también el agua del Ebro. Francisco Camps
habla de «humillación» hacia la Comunidad Valenciana y ese sentimiento de
discriminación se refleja básicamente en la idea de que el Ejecutivo utiliza
una vara de medir diferente para catalanes y valencianos. A su vez, Ramón Luis
Valcárcel mantiene su reclamación de que se trasvase agua del Ebro al resto de
regiones deficitarias y defiende, en concreto, la ejecución del «pacto del
agua» de Aragón como primera actuación de una política hidrológica nacional. Lo
cierto es que la Generalitat había renunciado en 2005 a cualquier posible
trasvase o incluso «minitrasvase» y que ahora afirma
que es algo puramente estacional y transitorio. El argumento sobre la
provisionalidad resulta falaz porque también el PHN aprobado en la etapa de
José María Aznar contemplaba el trasvase del Ebro como una solución
provisional. Al parecer, lo que entonces no servía, ahora sí vale, pero sólo en
beneficio de Cataluña. Dadas las circunstancias, se comprende fácilmente el
sentimiento de agravio en la Comunidad Valenciana, en Murcia y en otras
regiones, de modo que el Gobierno no debería extrañarse de la indignación de
muchos miles de ciudadanos que se sienten de víctimas de la doble vara de medir
que aplican los socialistas.
Bien está la
solidaridad siempre que funcione con criterios de reciprocidad y no en una sola
dirección. Montilla tiene muy pocos argumentos para reclamar la ayuda de los
demás cuando el Estatuto que apoya contiene una regulación exclusivista sobre
la política catalana del agua, sin consideración alguna a las necesidades
ajenas. La opinión pública no se llama a engaño. Por mucho que la
vicepresidenta Fernández de la Vega diga que la solución elegida no implica
«ningún tipo de trasvase», ha quedado muy claro que el Gobierno acude a una
solución que antes rechazaba por razones puramente partidistas y que lo hace en
beneficio de la estabilidad del tripartito catalán, seriamente cuestionado por
su ineficacia a la hora de resolver los problemas de los ciudadanos. El agua
debe utilizarse en provecho de todos y para todos, al amparo de los principios
de igualdad y solidaridad, y de las reglas más elementales del sentido común.