Informe
de Blanca
Torquemada | Madrid en “ABC” del 12 de julio de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el informe que sigue para incluirlo en este sitio
web
Último
papel estelar, Garoña. Rosa Díez corrió a la planta
nuclear burgalesa en cuanto el Gobierno anunció su «cierre al ralentí» para
proclamar que no sólo no estaba de acuerdo con la decisión, sino que abogaba
por la construcción de una «Garoña 2» como garante
del «mix» energético que España precisa.
Una
vez más, la dirigente vasca obró el milagro político de los panes y los peces y
multiplicó en los titulares de prensa la cuota de protagonismo que corresponde
habitualmente a una sola diputada. Lo malo, dice ahora Mikel Buesa, que acaba de abandonar UPyD
desengañado de «autoritarismos y divismos», es que los órganos internos del
partido no habían debatido previamente qué posición adoptar sobre la cuestión
nuclear, trascendental y sensible. Primó, opina el disidente y ya ex militante,
«el oportunismo». O la comprobación de que el jovencísimo partido es, en
opinión de otras fuentes, un traje a la medida de Rosa Díez en el que «tira de
la sisa» todo aquello que no se amolda a su arrolladora personalidad. Una
especie de «cesarismo» magenta.
Dardos interesados
Lo de
Garoña es un mero ejemplo con el que Buesa trata de ilustrar la primera y temprana crisis de
calado en el seno de UPyD, cuando esas siglas aún no
alcanzan los dos años de vida y acaban de obtener un meritorio escaño en las
elecciones europeas, con cosecha de votos mayor que en las generales de 2008.
La «tercera vía» en la marea bipartidista, esa formación estimulante y
comprometida «con los derechos de los ciudadanos, y no de los territorios»
empieza a ser observada con recelos, algunos justificados y otros inducidos por
intereses de parte: a nadie se le escapa que en Ferraz (y aún mucho más en
Génova) se están frotando las manos y amplificando el mensaje que más daño
puede hacer a ese «grano» molesto que empieza a ser UPyD.:
«Van a acabar como Ciudadanos».
En el
seno de UPyD se insiste en que sus poderosos enemigos
políticos están aprovechando el «caso Buesa» para
presentar su ejecutoria reciente (con decisiones disciplinarias contra una
veintena de militantes) como un «desastre» o una «descomposición» cuando,
aseguran en la formación, «ya podrían aplicarse otros el cuento de la
coherencia y la decencia interna en lo que a la Gürtel
se refiere, o al escándalo de la hija de Chaves».
En
todo caso, las fisuras de este frágil proyecto político son innegables: la
primera, el exagerado peso de la figura de Rosa Díez. El propio Fernando Savater lo señaló cuando a finales de 2007 se produjo el
alumbramiento de la «criatura», más como baza que como carencia: «Sin Rosa no
seremos nada». Y esa pauta establecida en el arduo rodaje de los primeros meses
sigue valiendo a día de hoy. Hasta el punto de que la fotografía de los
carteles de campaña de las últimas elecciones europeas era la de la diputada, y
no la del candidato Francisco Sosa Wagner.
Otra
de las debilidades de UPyD es su bolsa de votos
prestados: cuenta con la prometedora base de un electorado desencantado o hasta
ahora huérfano (harto del menú de dos platos PSOE-PP), pero también con un
apoyo circunstancial que se resume en una manida proclama: «Yo no voto al
Partido Popular mientras esté Rajoy».
De
manera que la pretendida «transversalidad»
fundacional de UPyD (es decir, su vocación de pescar
votos en distintos caladeros) inquieta más al equipo de Mariano Rajoy que a la
dirección socialista, pese a que determinada socialdemocracia «leída» y muy
minoritaria también se haya aproximado a la oferta de Díez.
Ahora
habrá que ver si se logra atajar la creciente sensación de inconsistencia (lo
de Buesa ha supuesto un auténtico mazazo), pues UPyD ha de afrontar su primer congreso en noviembre, bajo
la supervisión de Carlos Martínez Gorriarán, forjador
doctrinal del partido.
Entretanto,
la líder trata de situarse a distancia del epicentro del seísmo y continúa
volcada en su hiperactividad parlamentaria, impelida por su valiosa e
incuestionable fibra política: quienes la han seguido en actos públicos saben
que en un par de minutos se mete en el bolsillo a auditorios de cientos de
personas.
El 29
de agosto de de 2007 Díez convocó una precipitada rueda de prensa en Bilbao.
ABC había despachado esa mañana la primicia de su ruptura definitiva con el
PSOE y descolocó los tiempos que la entonces eurodiputada se había fijado para
anunciar a la opinión pública la gestación de su criatura política, de su nuevo
partido.
Enfundada
en un traje rojo, lucía en la solapa un gatito, un broche «naif» sin más valor
que el sentimental. Era un regalo de su hijo, una especie de talismán. Y
funcionó. Sólo seis meses después, bajo el paraguas de UPyD
logró el acta de diputada nacional, un cargo que, sorprendentemente, nunca
había desempeñado en su dilatada carrera política.
Congreso Federal
Daba
así carpetazo a tres décadas de militancia en el Partido Socialista, larguísima
etapa en la que pasó por el Gobierno vasco de coalición con el PNV como
consejera de Comercio y Turismo (argumenta que entonces, antes de Estella, se creía posible «constitucionalizar» a los
nacionalistas) y se convirtió después en cabeza de lista del PSOE al Parlamento
Europeo. Más adelante entró de lleno en la refriega del congreso federal del
PSOE de 2000, donde se postuló para secretaria general y, derrotada en los
primeros «rounds», no halló posterior encaje en el zapaterismo.
Hasta
que su figura se agigantó con su abierta oposición al «proceso» de negociación
con ETA, una postura coherente y disidente que la estigmatizó definitivamente
en Ferraz (donde José Blanco decidió no expedientarla ni expulsarla para no
concederle ni un solo motivo de notoriedad) pero la reforzó ante muchos
ciudadanos. Sobre esos cimientos de dignidad construyó la propuesta jacobina de
UPyD, la del Estado fuerte en favor de la igualdad de
todos los españoles. Un planteamiento lo suficientemente elevado como para que
en la foto de su prometedor partido quepa alguien más que ella misma.