LA ALTERNATIVA DEL TC
Editorial
de “ABC” del 13 de
abril de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web
EL
Tribunal Constitucional decide a partir de mañana no sólo el futuro del
Estatuto de Autonomía de Cataluña, sino también la solidez del sistema
constitucional español para asegurar la continuidad del pacto constituyente de
1978, por encima de los compromisos partidistas y de las coyunturas de los
gobiernos. Sería dramático para España que el TC aplicara a su resolución
condicionamientos derivados de los posibles perjuicios políticos que su
decisión causaría en la estabilidad de tal o cual ejecutivo. Lo que está en
juego no es un pacto de conveniencia entre partidos, sino la continuidad
constitucional de España como un Estado unitario organizado en comunidades
autónomas o su suplantación por una confederación entre Cataluña y el resto de
España. Cada poder del Estado debe asumir sus propias responsabilidades, y al
TC no le incumbe tapar las chapuzas cometidas contra la Constitución en el Estatuto
catalán, sino depurarlas del ordenamiento jurídico, porque cualquier otra
opción, por ejemplo, por vía interpretativa, sólo sería una fuente de
conflictos latentes para los próximos años. Si de alguna forma el TC se desliza
por el terreno de las funciones legislativas es mediante el empleo de las
nefastas sentencias interpretativas. Mejor será para el Estado saber qué es
constitucional y qué no, según esté escrito en la sentencia, y no según decida
en cada momento el Gobierno catalán de turno.
Tampoco
debería ser un gravamen para la libertad de criterio de los magistrados del TC
el cúmulo de leyes de desarrollo estatutario aprobadas por el Parlamento
catalán, con el aliento del Gobierno de Rodríguez Zapatero, el primer
interesado en intimidar al TC con la magnitud de las consecuencias de una
sentencia de inconstitucionalidad. Mucho más importante que la tranquilidad de
Zapatero en La Moncloa es la estabilidad constitucional de España. La
responsabilidad de aprobar una ley inconstitucional siempre es de la Cámara que
la aprueba y del Gobierno o los partidos que la impulsan.
Sí es
responsabilidad del TC la asombrosa dilación que ha sufrido este proceso
constitucional, causa directa del desprestigio de la institución y de la
presión política sobre sus magistrados. Más que problemas de valoración
jurídica, el TC ha sido presa de una excesiva atención hacia el exterior, hacia
los efectos políticos de sus decisiones. El empeño de la presidenta del TC en
lograr una mayoría que evite su voto de calidad ha invertido las prioridades de
esta institución, sustituyendo la recta defensa de la Constitución de 1978 por
la comodidad de un consenso exculpatorio. Mañana tienen una oportunidad para
enmendar este error.