RAJOY PIDE
ELECCIONES ANTICIPADAS, PERO ZAPATERO SE AFERRA AL PODER
En un discurso sin
propuestas, el presidente del Gobierno ha asegurado que seguirá «cueste lo que
le cueste»
Informe
de Mariano Calleja / Madrid en “ABC”
del 15 de julio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el informe que sigue para incluirlo en este sitio web.
Los diputados socialistas aplaudieron ayer de pie, algunos casi con rabia, al presidente Zapatero cuando acabó su discurso y defendió la reforma laboral, la del sistema de pensiones y el tijeretazo social que llevó a cabo hace un par de meses, incluida la congelación de pensiones y el recorte del sueldo a los empleados públicos.
Fueron
los mismos diputados que hace un año ovacionaron al jefe del Ejecutivo cuando,
en el mismo escenario, en el Debate sobre el estado de la Nación, aseguró que
no habría ninguna reforma laboral sin el acuerdo de empresarios y sindicatos y
prometió ser fiel siempre a su programa y a sus principios, que incluía el máximo
respeto al Pacto de Toledo y al sistema de pensiones, «la joya de la corona».
Idénticos aplausos para un jefe del Ejecutivo transmutado, censurado a sí mismo
y con un programa por delante radicalmente opuesto al que defendió cuando fue
investido presidente del Gobierno en 2008.
Esta vez
no hubo conejos en la chistera, propuestas improvisadas ni, en realidad, nada
nuevo en el discurso de Zapatero, quien en el último año ha dado un bajón tanto
en el fondo como en la forma de sus intervenciones. A estas alturas parece
incapaz no ya de despertar algo de ilusión entre los ciudadanos, sino incluso
de parecer optimista.
«Hemos
iniciado el crecimiento», fue lo máximo que se atrevió a decir, además de
constatar nada más empezar que «llevamos unos días de gran alegría colectiva»
por la victoria en el Mundial de Fútbol. Nadie le cree en la Cámara, aparte de
sus diputados, como ha vuelto a verse. Sus reclamos en forma de pactos ya no
convencen a la oposición, sobre todo tras el Proceso de Zurbano,
que el jefe del Ejecutivo volvió a poner como ejemplo de diálogo entre los
grupos, pero que en realidad creó más frustración que otra cosa, al quedarse en
un minipacto de medidas aisladas contra la crisis.
El
protagonista del Debate de la Nación no ha sido la crisis, ni siquiera el paro,
que es el principal problema para la inmensa mayoría de los ciudadanos. El
protagonista indiscutible ha sido Zapatero y su falta de respaldo en el
Congreso, donde la mayoría le ha retirado su confianza, al menos de palabra. En
esta situación de soledad y debilidad parlamentaria, Mariano Rajoy se dejó de
medias tintas y formalizó lo que en su partido era ya un clamor: exigió al
presidente del Gobierno que dé voz a los ciudadanos y convoque elecciones
anticipadas, tras liquidar su programa de Gobierno. El aplauso de los diputados
populares respaldaron a su jefe de filas como diciendo: «¡Por
fin!».
Tres
veces
Ya
puesto, Rajoy no pidió la disolución de las Cortes una vez, sino tres, una en
cada uno de sus turnos: «El mejor servicio que puede hacer a España es disolver
el Parlamento y convocar elecciones. Su tiempo está agotado y lo sabe», dijo
primero. Zapatero se limitó a contestar que en este «momento crucial», tomará
las decisiones que España necesita: «Voy a seguir ese camino, cueste lo que cueste,
y cueste lo que me cueste».
Rajoy
volvió a intentarlo por segunda vez: «El obstáculo es usted, que no tiene
crédito ni confianza. Si quiere ser útil a España, diga a los españoles que
opinen. Convoque elecciones». Ahí sí que entró Zapatero, quien recordó que es
facultad del presidente del Gobierno convocar elecciones. Dicho esto, señaló a
Rajoy que tiene en sus manos presentar una moción de censura, y le aconsejó que
haga uso de ella: «Si usted es coherente, preséntela, pero para eso hay que
tener un programa y el valor de explicarlo, claro».
El jefe
de la oposición pidió elecciones por tercera vez: «Es lo que me faltaba, que me
dé consejos. Usted —espetó a Zapatero— es un tapón para la recuperación
económica de España. Es necesario que hable la gente y decidan los españoles».
Zapatero, a la tercera, se creció y soltó un chascarrillo que hizo estallar en
risas a los diputados socialistas: «Es cierto, sí, he perdido confianza en este
último tiempo. Pero ni que usted estuviera para echar cohetes en las encuestas...»
Tensión
en los escaños
Por
estos derroteros tan profundos y trascendentales avanzó el debate político más
importante del año. El rifirrafe entre Zapatero y Rajoy se trasladó a los
escaños. El momento más tenso se produjo cuando el diputado del PSC Joan Canongia llamó «cabezón» a Rajoy, según escucharon varios
diputados del Grupo Mixto que están justo en la fila de abajo.
Algunos
diputados del PP, más alejados, entendieron «maricón», y montaron en cólera, lo
que obligó al presidente del Congreso, José Bono, a pedir orden y respeto a los
oradores. Durante el debate, varios diputados del PP pidieron a gritos la
dimisión de Zapatero y alguno incluso arrancó a cantar aquello de «yo soy
español, español, español...»
Quien
esperase un balance sobre el estado de la Nación por parte del presidente del
Gobierno se encontró ayer con que su prioridad ahora parece ser salir del lío
del Estatuto de Cataluña, tras prometer durante años que era plenamente
constitucional, y sin embargo resultar que la columna vertebral de esta ley
chocaba de plano con la Carta Magna. Zapatero se esforzó por parece magnánimo
con Cataluña —de donde proceden los 25 diputados del PSC, que le dieron la
victoria en las elecciones generales de 2008—, y de mostrar al PP como partido anticatalán, con lo que buscaba un nexo de unión con los
nacionalistas y la izquierda de la Cámara. A ello se dedicó a fondo.
«El
Tribunal ha dictado su sentencia. La acato, la cumplo y la haré cumplir»,
señaló, pero acto seguido aseguró que el Tribunal Constitucional ha respaldado
«globalmente la constitucionalidad del Estatut», algo
que choca con la reacción del presidente de la Generalitat, José Montilla, y de
la mayoría de los partidos en aquella Comunidad Autónoma. En todo caso,
Zapatero no dejó de enviar guiños a los nacionalistas-socialistas catalanes y
se comprometió a desarrollar el Estatuto, porque su Gobierno «no teme la fuerte
identidad política de Cataluña». «¡¿Y la crisis,
qué?!», gritaron impacientes desde la bancada del PP, al observar que el jefe
del Ejecutivo se alargaba sin entrar en el principal problema.
Dos
«zapateros» diferentes
Más allá
del Estatuto de Cataluña, que ocupó buena parte del debate, el presidente
Zapatero de este Debate 2010 no tuvo nada que ver con el presidente Zapatero del
Debate 2009. Las contradicciones son continuas, y algunas muy llamativas. Ahora
pide un acuerdo dentro del Pacto de Toledo para elevar la edad de jubilación
hasta los 67 años, pero en mayo hizo añicos ese Pacto
al aprobar unilateralmente la congelación de pensiones.
Hace un
año puso sobre la mesa una Ley de Economía Sostenible que iba a ser el motor de
la recuperación económica, y un año después no se sabe nada de ella, sólo que
no se aprobará antes del verano, como prometió el Gobierno. Eso sí, desde el
año pasado, hay un elemento que no falta nunca en los discursos de Zapatero: el
coche eléctrico. El presidente del Gobierno está muy empeñado en un asunto que
lo pone como ejemplo claro de la nueva economía a la que aspira, pero algunos portavoz ya se lo toman a broma.
«¿Cómo se puede confiar en una persona que dice una cosa y la
contraria y luego le echa la culpa al mundo y a la oposición?», se lamentó
Rajoy, quien subrayó que el principal problema de Zapatero es la falta de
confianza: «No es posible creer en usted». Zapatero replicó que la confianza la
dan los ciudadanos en las urnas: «Y nosotros tenemos mayoría», subrayó. De paso
recordó a su oponente las derrotas de 2004 y 2008.
Todos
los portavoces tuvieron ayer motivos de crítica a Rodríguez Zapatero, quien
tuvo poco éxito en sus llamadas al acuerdo, pese al cortejo descarado que
practicó con CiU y PNV.