ENTREVISTA A JOSÉ ANTONIO
DURAN I LLEIDA
Duran i
Lleida: «Sería bueno tener un catalanista en el Gobierno español»
El político más valorado de España
charla con ABC
Entrevista
de Josefina Martínez del Álamo
en “ABC” del 02
de enero de 2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado la entrevista que sigue para incluirla en este sitio web.
Resulta que este político
correcto y sensato es el más valorado de España. Tal vez porque Duran i Lleida
dice lo que piensa. Un milagro. Pero lo dice con un tono de voz suave, comedido y, con tal habilidad, que incluso los miembros del
gobierno en alguna ocasión le agradecen los reproches. Un milagro todavía
mayor. Aunque Duran cree que esa es sólo una postura para contrastarlo con
Rajoy. O sea, que además es realista. Su imagen, su vida, es admirablemente
tradicional: un matrimonio acertado, tres hijas ya universitarias, una
dedicación que le apasiona, una apariencia de sobria elegancia. Amable, educado
y algo distante. Tiene el sentido común como norma, y unas ideas tan claras,
tan firmes, que resultaría difícil hacérselas cambiar. Pero en medio de la
conversación, a través de las gafas, encuentras a veces unos relámpagos de
mirada fija, observadora y atenta a tu reacción.
Le gusta la lectura, el
cine, la música y el deporte. Y aunque me advierte que ahora la falta tiempo
para practicarlo, en el Congreso sube y baja los tramos de escaleras —los
ascensores no existen para él— a tal velocidad, que apenas le sigo jadeando.
Desde luego es
hiperactivo. O su día tiene otra medida. Sin embargo, no sufre de estrés… Pero
a cambio padece —dolorosamente en algún momento— de colon irritable. Lo que
viene a ser una consecuencia semejante.
En el coche, ojea los
periódicos —todos—; y a la vez, pregunta. Habla por el móvil —cinco, seis
llamadas—; y a la vez va quitándose con un pañuelo de papel el maquillaje de la
última entrevista, esta misma mañana, en televisión. Saca sus cuatro bolígrafos
y rotuladores y se los distribuye ordenadamente en un bolsillo. Y mientras,
concreta por teléfono un encuentro con Rubalcaba para dentro de veinte minutos,
en cuanto llegue al Congreso…. y «cuando usted quiera, podemos empezar».
—Lo
curioso de su buena imagen es que usted sea tan valorado por la derecha como
por la izquierda. ¿Cómo lo ha conseguido?
—Creo que la gente está harta de la
confrontación política. No le gusta la descalificación continua, y prefieren a
alguien que se exprese con respeto. Además, el ciudadano está cansado de que
los políticos no hablemos su mismo lenguaje. Y yo lo procuro. Pero le advierto
que me valoran algo más en las encuestas; pero tampoco apruebo.
—¿Por qué se ha llegado en España a ese desprestigio
de los políticos?
—Por muchas razones. Los políticos
de hoy, entre los que me incluyo, hemos bajado el nivel respecto a los
políticos de la transición española... Si a esto añadimos el problema de la
financiación de los partidos; y la corrupción, de partido o personal; y la ley
electoral que no propicia un contacto directo de los electores con sus
elegidos.... Incluso los propios medios de comunicación que a menudo destacan
en titulares lo que menos interesa a la opinión pública… Pues ahí tiene usted
las causas de que los españoles vean a los políticos como un problema.
«La política social es hacer que
una persona trabaje, no que se le pague por no trabajar»
—¿Querría que alguna de sus hijas se dedicara a la
política?
—No. Por supuesto que no… con uno en
la familia ya basta. Sin embargo, la mayor ya frecuenta la sede de Unió porque
milita en las juventudes…
—Pero
a usted le gusta la política.
—Me apasiona… Yo la concibo como un
servicio público.
—¡Vaya! No parece esa la imagen que transmiten los
políticos.
—Habrá de todo… Pero sí: la opinión
pública cree que somos una cuadrilla de vividores. Los políticos están mal
vistos y, le advierto, que mal pagados. Por eso cada día es más difícil encontrar
gente válida que quiera dedicarse a la política; porque nadie desea estar en el
ojo del huracán.
—Para
los españoles la única preocupación, por encima de ustedes, es la crisis
económica y el paro. ¿Es tan grave la situación?
—Digamos que es preocupante. Fíjese:
hoy España es un país bajo la vigilancia de la Unión Europea y del Fondo
Monetario Internacional. De hecho el Gobierno va tomando medidas obligado desde
el exterior… Todo pone de relieve la situación de gravedad en la que España se
encuentra.
—Usted
dijo que la actitud del gobierno era optimista y perezosa.
—Sí. Lo dije respecto a los
presupuestos, porque se basan en un cuadro económico irreal; luego se nutrían
del optimismo antropológico del presidente. Creer que España va a crecer un 3%
cuando ningún organismo internacional lo prevé así, es un optimismo fuera de
lugar... Y pensar que aumentará el consumo, cuando la gente sólo intenta
ahorrar porque no confía en el futuro, me parece un exceso. Además, ese
optimismo va acompañado de pereza. Ha hecho una reforma laboral tarde y mal. Y
está haciendo mal la reforma del sector energético…
Ninguna idea económica
—Pero
el nuevo gobierno debía acabar con las contradicciones ¿no?
—Veamos: el presidente justificó la
renovación de ministros porque así situaba al país en mejores condiciones para
superar la crisis. Sin embargo, no ha habido ningún cambio en el equipo
económico, ni hay ninguna idea económica distinta. Y, sobre todo, no toma
ninguna medida para generar ocupación… Por tanto, el señor Zapatero practica
una incoherencia extrema. Habla de política social. Pero la política social es
que una persona trabaje; no que se le pague por no trabajar… O sea que seguimos
en las mismas. Así van las cosas.
«Es fundamental para todos volver
a valorar el esfuerzo, el respeto y el ahorro»
—También
dijo usted que el último cambio de gobierno respondía más bien al interés del
partido que al interés del Estado.
—Creo que ese cambio de gobierno es
útil para el PSOE, pero no tiene utilidad para la sociedad española. El
presidente lo hizo hábilmente para que su artillería tenga más fuerza explosiva
frente al PP. Su único objetivo era acortar distancias con los populares… Si yo
fuera Rajoy, me tomaría en serio enfocar mejor mis estrategias. Pero en
definitiva, es un cambio que no aportó nada nuevo para superar lo que nos
preocupa.
—¿La situación se agrava por una crisis moral? Porque
usted habla a menudo de la pérdida de valores.
—Sí. Yo estoy convencido de que
detrás de los problemas económicos, hay una pérdida de valores. Se ha perdido
el prestigio del esfuerzo y el respeto a la autoridad. Hemos valorado más el
tener que el ser. Y durante estos años nos hemos comportado como nuevos ricos,
que son los peores personajes posibles.
—…
Y no lo éramos.
—No. España no es un país rico. Y
para colmo, íbamos por el mundo sacando pecho. Nos creíamos mejores que Italia,
que Francia, que Alemania… Cuando es evidente que crecíamos por un excesivo
peso del sector de la construcción, con una mano de obra la mayor parte
emigrante y poco cualificada. Pero aquí se practicaba el continuo pelotazo:
comprabas tres pisos, los vendías antes de pasar por el notario y te ganabas
una buena cantidad de dinero fácil y rápido, sin ningún esfuerzo. Eso es letal
para una sociedad.
Empresas no competitivas
—¿Nadie se daba cuenta del peligro?
—Yo lo venía denunciando en los
debates económicos... Y encima, para agravarlo, consumíamos más de lo que
debíamos. La gente usaba coches de alta gama. Los bancos daban créditos con
unos intereses bajísimos para comprarte un piso y amueblarlo… Y soportábamos un
gran déficit, porque nuestras empresas no eran competitivas. Todo esto tenía
que explotar un día. Y explotó. Explotó a raíz de la crisis financiera
norteamericana. Pero de cualquier forma, en España habría explotado.
—Pero
¿cómo hemos llegado a esto?
—Pues por una conjunción de
circunstancias… Hoy la autoridad está debilitada en la escuela, en la familia,
en la sociedad. Hasta las mismas leyes han propiciado que esos valores
desapareciesen. Veamos: cuando permitimos a un alumno pasar de un curso a otro
con cuatro suspensos, no se está premiando el esfuerzo precisamente, sino todo
lo contrario. Nos hemos equivocado. Hemos introducido en el sistema educativo
unos valores denominados progres, que no funcionan. Sin embargo el sentido de
la responsabilidad, él de toda la vida, había que conservarlo.
—¿Y la solución, señor Duran?
—Recuperar esos valores. Es
fundamental volver a apreciar el esfuerzo, el respeto, el ahorro… el ser. Yo
soy hijo de una familia humilde. Y en casa, lo único que se hacía era ahorrar.
Ahora, en cambio, vivimos por encima de nuestras posibilidades. Creo que hay
que dar protagonismo a la sociedad y a la familia. Las sociedades son más
fuertes, cuanto más fuerte es la familia.
—¿La crisis terminará afectando al estado del
bienestar?... Escuché decir a Sagardoy que ahora
entramos en un «estado del medioestar».
—Verá, yo tengo una expresión
acuñada desde hace años: Hay que pasar del estado del bienestar a la sociedad
del bienestar. Hemos creado un estado recaudador, presente en cualquier
servicio y con una presión fiscal muy fuerte. Y todo ello ha influido para que
la sociedad no valore lo que cuesta ese bienestar. No podemos pensar que
vivimos en un Estado-papá que lo cubre todo. Esto es imposible de garantizar y
además cuesta mucho dinero.
—¿Usted es partidario de reducir el papel del Estado
en nuestras vidas?
—Es que el Estado no debe de tener
la pretensión de ocuparse de todo, porque acostumbra a gestionar mal y caro. En
cambio la iniciativa privada suele funcionar bien y resulta más barata. Pero
para esto, hay que creer en la sociedad. No se trata de eliminar el Estado,
atención: porque el Estado es necesario para corregir; pero dándole peso a la iniciativa
social.
—¿En todos los campos?
—Bueno, pues en la sanidad, por
ejemplo. Desde luego el Estado debe garantizar a cada ciudadano el acceso libre
a la sanidad gratuita; pero no tiene que gestionarla él obligatoriamente,
porque supone un coste menor si se concierta con entidades privadas. Y lo mismo
ocurre con la educación. Me pregunto qué pasaría si de golpe se cerraran las
escuelas concertadas... Supongo que no habría capacidad suficiente de
escolarización. Si la iniciativa privada ofrece esas plazas, garantiza la
educación y los padres libremente la escogen... ¿para qué tiene que intervenir
el Estado?. Se deberán construir escuelas públicas
cuando la concertada no cubra la demanda.
—Pues
se han levantado algunas voces pidiendo que se supriman las escuelas
concertadas.
— Sí… Se trata de hacer la puñeta
tanto como se pueda, en función del color ideológico.
Llegará el pragmatismo
—Me
temo, señor Duran, que en España se antepone demasiadas veces las posiciones
ideológicas a los análisis objetivos.
—Pero ya llegará el pragmatismo...
El pragmatismo ha hecho mover montañas ideológicas.
—También
hay otros problemas. Por ejemplo, se está cuestionando mucho la existencia de
las Autonomías. Dicen que aumentan el gasto y duplican la burocracia. Dicen que
cuando en Europa hay un mercado único, ¿como va
sobrellevar España 17 mercados distintos?
—No tenemos 17 mercados. Pero yo
comparto ese diagnóstico. Hay una superposición de administraciones y hay un
exceso de gastos. Y eso lastra la posibilidad de salir de la crisis económica…
Ahora bien: ¿Quién duplica a quien?. ¿Por qué existe
esa superposición de administraciones, cuando ya se han transferido una serie
de competencias?... Es la Administración general del Estado la que no se adapta
a la nueva situación.
—¿Usted cree que España puede sobrevivir con sus 17
Autonomías?
—Ese es el debate profundo que
convendría plantear en España... Pero dudo de que alguien tenga el valor
político de entrar en la autentica cuestión. Y pienso que el PP tampoco lo
hará. ¿España necesitaba 17 autonomías, o con menos podía pasar?. ¿En España había 17 realidades distintas que lo
exigían?... Sin embargo, se aprobó el café para todos. Ahí yo creo que España
cometió un error.
—¿Y
nuestra ley electoral no será otro error?. Muchos
votantes se plantean si es razonable que partidos nacionalistas o regionales,
con pequeña representación, determinen el presente y el futuro de toda España.
—Vamos a ver, me parece injusto
enfocar el debate así. Cuando el PNV o Coalición Canaria o Convergencia y Unió
pactan, ya sea con el PP o ya sea con el PSOE, siempre se habla de precio o de
moneda de cambio. Pero cuando el PP y el PSOE pactan estamos ante un acuerdo de
Estado.
—Usted
no cree, imagino, que los nacionalismos pueden ser perjudiciales. Toymbee decía que: «El militarismo y el nacionalismo son
los más graves pecados destructores de la civilización».
—Pero es que cuando se refieren a
los nacionalismos sólo se piensa en el catalán o el vasco... Y sin embargo,
también existe un nacionalismo español. Hay nacionalismos
malos; claro que los hay. Siempre depende de cómo se entienda. Por
ejemplo un nacionalismo como el nuestro, es constructivo. Un día habría que
hacerle justicia. Convergencia i Unió ha sido capaz de contribuir, y mucho, al
desarrollo de España en momentos muy difíciles.
—Cuando
CIU ha apoyado al gobierno español, ¿no pedía compensaciones?
—No. Fíjese: en los últimos años de
Felipe González, con las acusaciones del Gal y de la corrupción, nosotros
estuvimos apoyando a un gobierno que hacía aguas, porque la economía española
tocaba claramente el suelo; y había que sacar al país rápidamente de esa
situación. España presidía la Unión Europea, y era preciso que tuviéramos éxito
en esa presidencia donde nos jugábamos los fondos de cohesión. Entonces nuestro
papel fue fundamental. Y lo hicimos a cambio de nada… Pero de cualquier forma,
en democracia hay que respetar que unos partidos pacten a cambio de unas
contrapartidas. Esto es perfectamente democráticos.
—Nadie
dice, supongo, que no sea democrático. Pero desde un ángulo realista, ¿usted
cree que el PNV y Coalición Canaria han aprobado los presupuestos porque eran
convenientes para España, o lo han hecho por las contrapartidas a recibir?
—No lo sé. Ellos sabrán. Mi opinión es
que los presupuestos no son buenos. No lo son para Cataluña y no lo son para
toda España. Para nosotros, porque no cumplen la disposición sobre inversión
pública en Cataluña. Y no lo son para España porque, como dije, contemplan un
marco macroeconómico totalmente alejado de la realidad. Y porque aunque reduce
gastos —y eso lo aplaudo—, los reduce sobre todo en sanidad, educación y
fomento. Y esto es otro error. No lo son además porque congelan las pensiones,
porque pretenden nacionalizar las mutuas de accidentes de trabajo…
—No le gustan mucho estos presupuestos.
—¡No
me gustan por tantas razones…! Ahora bien, si el PNV y Coalición Canaria opinan
que sí, en eso no me meto. Ellos asumen su responsabilidad. Y yo no tengo nada
que decirles, porque la mayor responsabilidad la tiene el PSOE.
Intereses de partido
—Ellos
asumirán su responsabilidad. Pero las consecuencias, buenas o malas, recaen
sobre los ciudadanos. Quizás una de las mayores críticas a los políticos es que
a veces piensan más en los intereses de sus partidos, que en España. Según
Churchill, un político se convierte en estadista cuando piensa antes en las
próximas generaciones que en las próximas elecciones.
—Mire, yo he dicho esto precisamente
en el Parlamento: en los momentos críticos se necesitan gentes que no piensen
sólo en las elecciones. España necesita ahora alguien dispuesto a asumir el
riesgo. Un estadista; no un político. Alguien que se atreva a hacer a fondo las
reformas que requiere el país. Pero es más, un buen estadista sabría explicar
con pedagogía por qué en España son imprescindibles esas medidas. Y pienso que
todos serían capaces de entenderlo.
—Volvemos
otra vez a Churchill, ¿no?... A ofrecerle a los ciudadanos: «sangre, esfuerzo,
sudor y lágrimas».
—Esa es hoy la filosofía que pide
España. Todavía nadie le ha dicho a los ciudadanos la
verdad de dónde estamos. Nadie se ha atrevido a anunciar que tendremos que
hacer sacrificios, que las cosas serán distintas a partir de ahora, y que no
hay otra alternativa. Nadie lo ha dicho. Y el principal responsable es el
gobierno, porque no ha sido capaz de explicar a la ciudadanía cuál es la
auténtica realidad de este país.
—¿El sentido común es una característica del pueblo
catalán?
—Yo lo intento practicar ¿eh?. Pero no siempre lo consigo...
—Si
el próximo gobierno español, sea quien sea, le ofreciera un ministerio, ¿
estaría dispuesto a aceptarlo?. Ahora que, según
dicen, usted ha preferido no ser conseller en cap, ¿no sería bueno para España poder contar con un
catalanista sensato?
—No piense en mí… Pero sí. Creo que
sería bueno que un día los catalanistas formaran parte del Gobierno español.
Sería bueno para Cataluña y también sería bueno para España. Yo no renuncio a
que el catalanismo político se implique en la gobernación de España. Pero,
atención, dejen de lado a Duran i Lleida. Hay otras personas mejores que yo que
podrían ser ministros.
Y aunque aconseja que nos
olvidemos de Duran, él es muy consciente de su valía y popularidad. Pero no es
malo ese convencimiento; quizás de ahí se retroalimenta su envidiable sentido
común.
Más tarde admite que aquí,
en Madrid, se le acercan algunos ciudadanos y le preguntan: «Señor Duran, ¿por
qué no es usted el candidato en las próximas elecciones?»