EL QUE SIEMPRE MIENTE
No es fácil clavar la estaca
en el corazón del jefe. Aunque el jefe esté muerto
Artículo de Gabriel Albiac
en “ABC”
del 15 de junio de 2011
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
EN política, gana el que mejor miente. Axioma. Pero, ¿cuál es la clave del buen mentir? Que no se note. Nunca. En el siglo XVII, Blaise Pascal daba este irónico ideal de verificación: un sujeto del cual supiéramos que miente siempre, sería infalible criterio de verdad. Bastaría invertir sus enunciados. Y el filósofo se lamenta de que tal sujeto exista sólo por hipérbole. Pero, cuando Pascal, no había Felipe González.
Vivimos en una maraña de ocultaciones. Estamos arruinados; sabemos que nadie podrá sacarnos indoloramente de esta ruina; que se va a requerir una larga paciencia y un gigantesco cúmulo de sabiduría para poner los cimientos de una recuperación sólida. Lo peor aún no ha llegado. Queda por delante una áspera travesía, antes de que la economía española pueda plantarse de vuelta en la casilla cero.
Mientras tanto, todos los que saben mienten. Los políticos más que ningún otro. Porque también el sueldo de los políticos corre riesgo. Y porque sólo un bien protegido engaño los pone a salvo de la ira ciudadana. En la penumbra de los selectos cenáculos a los cuales ningún común mortal puede tener acceso sin ser parte de la casta que prosperó a la sombra del erario público, se juega la serie de partidas cruzadas de un ajedrez cuyas piezas sobre el tablero chirrían como navajas. De esa red de partidas, la más mortífera es la que se está desplegando en el interior del PSOE. Por motivo muy prosaico. Dentro de un plazo máximo de nueve meses, un nutrido ejército de profesionales de la política con carné socialista quedará en la calle. Por primera vez en la vida de buena parte de ellos, el trueque equitativo de afiliación por sueldo perderá vigor. Por primera vez, toda esa gente habrá de buscar trabajo. Sin experiencia laboral. Sin más currículum que el de la perruna sumisión al jefe. Que se trueca en odio homicida, cuando el jefe aparece como principal causante de la ruina propia. Hasta hace nada, Zapatero era el líder amado por quienes en sus favores pacían. Hoy es el blanco a liquidar para salvar —si es que aún se puede— algo de la pitanza.
Rubalcaba —y quienes tras él mueven pieza con sigilo— necesita enterrar deprisa al apestado. Y hacerse con una Secretaría General del partido, sin el control de la cual la inminente derrota en las urnas pondría punto final a su propia biografía política. El preocupante estado mental de Zapatero lo empecina en fosilizarse hasta un final de legislatura, de llegar al cual ha hecho cuestión de honor. Nadie en el PSOE, salvo un presidente ya sin pie en la realidad, ignora que la última fecha electoral para minimizar costes es el otoño, cuando las estadísticas de paro sean las menos malas del año; y que, a partir de ahí, cada mes de prórroga irá reduciendo a arena la cuarteada fortaleza socialista. Pero no es fácil clavar la estaca en el corazón del jefe. Aunque el jefe esté muerto.
Nada es todavía claro. Algo se movió anteayer, sin embargo: Felipe González proclamaba su enfática convicción de mantener hasta marzo a Zapatero. Traducción más verosímil: verano de afilar cuchillos. Y los «idus de marzo» segarán cuello en septiembre. Expresión invertida —¿conocimiento o deseo?— de este raro prodigio: un sujeto que siempre miente.