THATCHER, LOS
CICLOS POLÍTICOS Y EL PSOE
Artículo de José Luis Alvarez en "El
País" del 23-1-12
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
La primera ministra británica desarrolló un ciclo
conservador, contrarreformista, de larga duración,
gracias a importar, sin complejos, elementos de trabajo político propios de las
opciones progresistas
La canonización en marcha de Margaret Thatcher,
irónicamente basada en lo que ella despreciaría, la sentimentalización
del liderazgo, poco provecho puede traer a Rajoy. Es difícil imaginar a alguien
más alejado de Thatcher que Rajoy, el gran reticente
a la acción decisiva, el conservador esquivo, cuya pulsión retentiva de capital
político haría las delicias clínicas de Freud.
Si un partido español puede beneficiarse de una reflexión
sobre Thatcher es el PSOE, el cual debería aspirar a
lo que ella consiguió: un ciclo político (conjunto de soluciones ideológicas,
institucionales y electorales a los retos sociales y políticos más relevantes)
sostenible, independiente de líderes concretos, y hegemónico aún en caso de
perder el Gobierno. Como en el Reino Unido, donde Blair sustituyó el
autoritarismo de Thatcher por modernidad mediática,
pero no recuperó el Estado que ella descartó, limitándose a modernizar lo que
quedaba. Resignación similar experimentó Clinton respecto a Reagan, primer
admirador de Thatcher, quien acusaba al Estado de ser
el origen de todos los problemas. Clinton se limitó a responder que la solución
estaba en las personas -el mismo lenguaje del PP-. Obama
se presentó a su primera presidencia como pospartidista,
evitando cuidadosamente la confrontación con la herencia reaganita.
La larga sombra de Thatcher llega incluso a Zapatero,
quien ni intentó revertir la reforma liberal del capitalismo español llevada a
cabo por Aznar, tan aplicado pupilo de la líder conservadora que hasta imitó su
sobreactuación autoritaria y malhumorada. Y, por supuesto, Europa está
respondiendo a la crisis con parámetros thatcherianos:
control de la inflación, reducción del déficit, disminución del papel del
Estado, etcétera.
Desde Thatcher la izquierda
está a la defensiva. Del trío que formó, con Reagan y Wojtyla, los grandes repudiadores del Estado de bienestar y el liberalismo
cultural, ella es la más influyente. Los descendientes de Reagan han
enloquecido, salvo Romney; y Wojtyla fracasó en su
intento de convertir Occidente en una piadosa Polonia. Tal es la pervivencia
del legado de la gran contrarreformadora de la
economía social de mercado, que la izquierda debería obviar la antipatía que le
produce y preguntarse ¿qué aprender de cómo construyó un ciclo político
robusto?
Son cuatro las lecciones principales y solo la primera
depende de la persona de Thatcher: la relación entre
su trayectoria y su ideología. Thatcher no alcanza en
1975 el liderazgo conservador por sus méritos, a pesar de ser la mejor
preparada de su generación, habiendo desempeñado eficazmente responsabilidades
en Pensiones y Seguridad Social, Vivienda, Hacienda, Energía, Transportes y
Educación. Al contrario, sus características de adscripción -clase media baja,
joven y mujer- la habían discriminado en un partido cuyas élites semejaban un
club para caballeros (lo opuesto a lo que, según Alfonso Guerra, era el PSOE de
Zapatero). Nunca fue tomada en serio como líder potencial. Si llegó a la
dirección de su partido fue aprovechando -con riesgo, ambición, habilidades
conspiratorias y suerte- las grietas que se producen en las oligarquías de los
partidos tras una derrota.
La experiencia vital de Thatcher
en el Partido Conservador hasta conseguir su liderazgo fue, precisamente, que
el mérito solo se reconoce como consecuencia de una lucha competitiva
individualista de alta intensidad. Y esa experiencia, convertida en valores, es
la que acabará constituyendo el núcleo ideológico de la derecha moderna. Que
muchos de sus correligionarios adopten esta cosmovisión hipócritamente, como
retórica, o que su ideología sirva precisamente para perpetuar las injusticias
que la discriminaron, puede invitar a una interesante tesis marxista sobre
"Thatcher y la falsa conciencia", pero no
detrae de su eficacia.
En contraste con el arraigo biográfico de su pensamiento
político, hay mucho de artificialidad en la actual discusión sobre ideas en el
PSOE, como si estas fueran entes desvinculados de las trayectorias de los
posibles líderes, que se pueden elegir o no según conveniencia electoral. Por
supuesto que la izquierda necesita ideas, ya que precisa referencias de futuro como
guías de transformación. Pero las creencias que generan energía son las que
arraigan lo político en lo personal, las que responden directamente a las
vivencias de los ciudadanos. Son ideologías: cosmovisiones vitales que orientan
a la acción política. Hay una ironía interesante en que la izquierda, quien
desarrolló analíticamente el concepto de ideología, haya olvidado su
importancia, obsesionándose con las ideas. ¿O es que Reagan, Bush, Aznar,
Aguirre o Rajoy destacaron por la sofisticación de las suyas?
Otra clave para la sostenibilidad de un ciclo es
reconocer que estos no se basan principalmente en las instituciones
representativas de la democracia, como los partidos o el Parlamento. Felipe
González comentó, hace años, que una de las reacciones conservadoras a lo que
en los años ochenta parecía una serie inacabable de victorias socialistas fue
la ocupación deliberada de los ámbitos del Estado más autónomos de la voluntad
popular. Así, la derecha, envió a sus jóvenes generaciones, especialmente
aquellas disciplinadas por instituciones religiosas, a hacer oposiciones a
altos cuerpos de la Administración y la judicatura. Como ejemplo en reverso, Thatcher, estratégicamente, destruyó a los sindicatos
ingleses porque constituían la línea de defensa del Estado de bienestar y
elemento principal del ciclo político de economía social. Un ciclo para durar
precisa apoyarse en todos los poderes del Estado y la sociedad, fuerzas
sociales, asociaciones, think tanks,
élites, la academia, la calle, etcétera. Los partidos, el Gobierno, no dan
perdurabilidad a un ciclo. Y con Zapatero el PSOE limitó su acción al ámbito
institucional y legislativo.
Que sea la derecha y no la izquierda quien mejor
reconozca que la política representativa es superestructura constituye una segunda
ironía.
Una tercera clave es el cambio como leitmotiv de los
ciclos. Thatcher fue la primera que, desde la
derecha, se apropió de un lema que debería ser específico del progresismo. Uno
de los símbolos más reveladores de las pasadas elecciones fue el eslogan del
PP: "Súmate al cambio". Que el PSOE haya permitido a Rajoy, el líder
del PP más conservador de la democracia, quien cuando habla de cambio lo hace
con la misma intención -pero sin el encanto- de Tancredi
Falconeri en El Gatopardo, adueñarse del lema del
cambio revela su desconcierto. En política gana quien pretende cambiar y pierde
el que, estático, solo defiende el statu quo.
Nueva ironía: los partidos de izquierda se han convertido
en conservadores, aunque sea del Estado de bienestar, y los de derecha, desde Thatcher, y aunque sea falsamente, en partidos de cambio.
¿Qué quiere cambiar de España el PSOE? Se desconoce.
La lección final de Thatcher
sobre ciclos es que estos se basan en el conflicto radical, constante, sin
consenso, en todos los ámbitos sociales, contra algo y alguien, a quien se
intenta desplazar del poder. Este conflicto es el que permite una fricción
permanente, el que proporciona tracción política. Así empezó a actuar Thatcher en Europa, fracturando a Reino Unido entre, por un
lado, una alianza de clases altas y medias, incluso con los sectores de clase
obrera de psicología más autoritaria y, por otro, los restos de clase obrera y
otros sectores desfavorecidos. Este modo de acción conflictivo es especialmente
difícil de practicar por nuestra izquierda, que llegó al Gobierno todavía en el
ambiente de consenso de la Transición. González implementó sin resistencia el
Estado de bienestar español, amparado en su legitimación europeísta. Zapatero
evitó todo conflicto con los poderes económicos, limitándose a moverse en los
márgenes -temas de ciudadanía- del dominante ciclo conservador. Desde el
asentamiento de la democracia, el PSOE nunca ha desarrollado tácticas de alta
fricción, en contraste, por ejemplo, con el PP de Aznar. ¿Contra qué y contra
quién va el PSOE? No se sabe.
Otra ironía: una visión dialéctica de la política, de
lucha, que es esencial a la cosmovisión progresista, ha sido apropiada y
practicada por la derecha europea y española -al menos hasta Rajoy presidente-.
Las cuatro ironías que acompañan a los elementos
esenciales de los ciclos -ideologías más que ideas, estrategias sociales además
de representativas, cambio como lema, conflicto permanente- se resumen en que Thatcher desarrolló un ciclo conservador, contrarreformista, de larga duración, gracias a importar,
sin complejos, elementos de trabajo político propios de las opciones
progresistas. Con lo que estas, si quieren desarrollar su propio ciclo, acorde
con sus claves de acción más distintivas y esenciales, han de copiar, ironía
máxima, de Thatcher.