LOS «PIGS» Y EL EURO
Artículo de Álvaro Vargas Llosa en “ABC”
del 13 de abril de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Los expertos
que observan el drama económico de los «PIGS» -Portugal, Italia, Grecia y
España- insisten, razonablemente, en que no se puede tener una economía sur
europea y un tipo de cambio alemán. Quieren decir que el euro, dominado por la
poderosa y disciplinada Alemania, se ha convertido en una camisa de fuerza para
las economías deficitarias, endeudas e improductivas que no pueden devaluar su
moneda para salir de la crisis por haber cedido el control monetario al Banco
Central Europeo.
Pero
esos expertos son demasiado razonables. Sugiero lo opuesto. Precisamente porque
un tipo de cambio fijo entre economías tan desacompasadas entre sí es una idea
descabellada, la trampa en la que se encuentran los «PIGS» es la única
posibilidad, aunque mínima, de que transformen su modelo socioeconómico. Como
ciudadano español que ha pasado un tercio de su vida estudiando o trabajando en
Europa, ha sido para mí doloroso ver a la economía de España, cuya
transformación en los años 80 y 90 adquirió contornos de leyenda, despertar
metamorfoseada en un insecto kafkiano. Con uno de cada cinco adultos y cuatro
de cada diez jóvenes sin empleo, millones de propiedades por debajo del valor
de sus hipotecas, la mitad de las Cajas de Ahorro en estado de virtual
insolvencia y una deuda privada que duplica el tamaño de la economía en su conjunto,
España pasa por una crisis existencial.
El rudo
despertar de España es particularmente cruel desde una perspectiva histórica.
Aislados de sus modernos vecinos durante las largas décadas del régimen
franquista, la adhesión de los españoles a la Unión Europea fue algo más que
alcanzar la mayoría de edad política o económica: equivalió a un acto de
exorcismo contra sus demonios históricos, es decir, la decadencia que abarca
desde finales del siglo XVII hasta la muerte de Franco. Para Portugal y Grecia,
fue el salto del tercer al primer mundo; España la adoptó como una
transformación espiritual.
Lo cual
explica dos cosas. Primero, el pasmo de España tras enterarse de que ser
miembro de la Unión Europea implica costos y sacrificios terrenales. Segundo, y
haciéndose eco de sentimientos similares en Grecia y Portugal, el rechazo
general a considerar siquiera la posibilidad de abandonar el euro.
Si su
moneda pudiese reflejar los déficits, los altos costos laborales y la baja
productividad de España, ya se habría devaluado de forma natural. Sin esa
posibilidad, España se enfrenta a un doble castigo si desea evitar una
depresión interminable: la dislocación social que inevitablemente acarrearán
los esfuerzos por volverse disciplinada y competitiva, y el costo de tener que
experimentar una deflación de precios y salarios ante la ausencia de
flexibilidad monetaria en el corto plazo. España tendrá que tomar una decisión
fatídica: ¿quiere ser como Alemania y aceptar que la prosperidad es la
recompensa del esfuerzo, o pretende que el resto de Europa se una a los «PIGS»?
Es un
error centrarse en el euro como la esencia del problema. La moneda común ha
contribuido de linda manera al delirio de la economía española brindándole un
poder adquisitivo utópico y le está haciendo doblemente difícil superar la
recesión al no permitirle, como lo hicieron por ejemplo las economías nórdicas
cuando se metieron en problemas en los años 80 y 90, devaluar el tipo de
cambio. Pero la causa real de lo que está sucediendo es que la nación confundió
el crédito fácil, los subsidios y la protección social con la verdadera
riqueza.
© The Washington Post Writers Group