Entrevista a José María Aznar, Ex presidente del Gobierno,
en “La Razón” del 10/04/2005. Por José Alejandro Vara / Carmen Morodo
Por su interés y relevancia, he seleccionado la entrevista que sigue para incluirla en este sitio web. (L. B.-B.)
El formateado es mío (L. B.-B.)
«No echo de menos el Gobierno y no pienso volver a la política activa»
Casi dos años después de su última entrevista a un periódico nacional, José María Aznar rompe su silencio para repasar, desde la quietud de su retiro, la evolución de España y del contexto internacional al hilo de su segundo libro, «Retratos y perfiles» (Ed. Planeta). Una obra en la que hace un ejercicio instrospectivo y dibuja en fino trazo las interioridades de algunos personajes ya con lugar en la historia.
Madrid- Tranquilo y relajado, José María Aznar se pasea por los despachos de
FAES. Vaquero beige, camisa de cuadros azules y corbata al tono. Delgado y
fibroso. Sonríe. Aznar sonríe mucho, pese a los ecos del vídeo de FAES, emitido
tan sólo unas horas antes de esta entrevista. Habla de su nieto, de sus viajes,
de libros, de Georgetown. Muy por encima de las marejadas. Allí donde las voces
se distinguen de los ecos.
–¿De dónde surgió la idea de escribir este libro?
–Es una idea mía. Pensé que de cara al primer
aniversario de dejar el Gobierno cabía hacer un retrato de algunas de las
personas que tuve oportunidad de conocer en el ejercicio de mis
responsabilidades políticas. Intuí que podía dar lugar a un libro interesante y
ahí está. Espero que guste.
–¿Qué proceso ha seguido en su elaboración?
–He trabajado muy minuciosamente y con el
déficit añadido de que aún tengo un problema por resolver, el de la ordenación
definitiva de mis archivos, que son muy voluminosos y no están bien
clasificados. Me he esforzado en buscar los personajes adecuados, en
ordenarlos... Cada uno tenía que tener una historia o varias historias y reunir
los ingredientes para que su lectura fuera atractiva.
Pinceladas iniciales.
–¿Cuándo empezó con las primeras anotaciones?
–A la vuelta del verano del año pasado,
aproximadamente en julio. En general, me ha parecido interesante que el libro
ofreciese la oportunidad de conocer a personajes de muy distintas partes. Y por
eso aparecen, entre otros, Chirac, Jospin, Berlusconi, Gadafi, Putin...
También desarrollo otros asuntos que han marcado mi trayectoria vital y
política, como el terrorismo, deteniéndome en mi atentado, en Miguel Ángel
Blanco, en Gregorio Ordóñez o en el 11-M. Y las Azores son otro punto culminante
con el retrato de Bush y de Blair.
Todos los personajes tienen además un hilo conductor, que es el del trabajo
individual, el de la responsabilidad, el del afán de superación, el afán de
triunfo... Y el eje que guía el libro es el amor por la libertad, la lucha
contra la tiranía, el elogio de la sana ambición y la voluntad para conseguirla.
–Si hay algo que esta segunda obra suya confirma es que la familia es la
savia de su vida. La impronta de su abuelo, con sabios consejos como el de la
aplicación siempre de esas tres «p», la prudencia, la paciencia y la
perseverancia... O la importante huella de su padre.
–Mi abuelo me llamaba la atención por muchas
cosas. Por su capacidad para escribir, pues tenía una pluma muy clásica, y ahora
que estamos otra vez con el debate educativo abierto cabe resaltar que la
profunda educación y esa escritura clásica nacen precisamente de sus años de
seminario, donde estudió latín y griego. Era además un personaje con una
experiencia histórica muy larga, que a mí, a aquella edad, me fascinaba. Cuando
yo le conocí, al final de su vida, la experiencia le había convertido en una
persona de buen consejo, de consejo sabio, capaz de observar las cosas con
distancia y templanza.
–¿Y le ha dado resultado la aplicación del consejo del abuelo?
–No me ha ido mal. No he administrado mal los
tiempos, creo; de paciencia..., ¡bueno!, he ido sobrado; y la perseverancia...,
ahí están los hechos.
–Ana Botella. Es una de las figuras decisivas en su existencia, según refleja
el libro.
–Ana es el cambio. Es pasar de decir «no sé qué
hacer» a decir «ya lo sé».
–Pero usted da la impresión de que ha tenido siempre muy claro el objetivo
que perseguía.
–No, no. En aquellos años jóvenes no tenía una
orientación definida. Ana es pasar de no saber a saberlo, y ése es el cambio más
fundamental que puede haber.
–¿Cómo es la vida de la familia Aznar después de dejar atrás ocho años de
residencia en La Moncloa?
–Pues precisamente estos son días estupendos
porque tenemos al nieto en casa... Los abuelos están para malcriar a los nietos
todo lo que puedan. En cuanto a la familia, pues está muy bien, siempre ha
estado muy bien, gracias a Dios. Mi hijo mayor vive en Nueva York desde hace más
de cuatro años, trabaja allí, y todos los días hablo con él. Mi hija vive en
Londres, casada, con su niño, y no hay tampoco un solo día que no hable con
ella. Además, en la medida de lo posible buscamos momentos para reunirnos todos.
–Llama la atención el «mimo» que pone en describir a la mujeres de cada uno
de los personajes retratados.
–Es que he comprobado que la mujer es
verdaderamente importante en la vida de un hombre. No sé hasta qué punto afecta
a su capacidad de decisión, pero sí me consta que su influencia, en general, es
trascendental. Laura Bush y Cherie Blair son dos ejemplos de mujeres
inteligentes y decisivas en las carreras de sus maridos, pero podría poner
cuarenta ejemplos más.
–¿Qué le aporta su nueva actividad como conferenciante y profesor?
–Una nueva forma de ver la vida. Es mi trabajo.
A mí me gusta trabajar, qué se le va a hacer, tengo ese pequeño defecto. Y esta
nueva ocupación me está permitiendo acercarme a los temas sin la presión de la
decisión y con la posibilidad añadida de encontrarme con gente de muy distintas
partes del mundo. El enriquecimiento personal es grande, conozco muchos sitios,
puedo explicar mis ideas, veo que en muchas partes lo que has hecho es conocido
y respetado. Eso es una alegría.
Despedida de Génova.
–La descripción de su salida de Génova, de la limpieza de papeles que hizo el 15 de abril de 2004 en su despacho, es un tanto melancólica.
–No, no guardo melancolía. La decisión de
retirarme voluntariamente es una vacuna contra la melancolía. Fue
extraordinariamente dura, sobre todo porque la tomé en un momento de plenitud
personal en todos los sentidos, pero descansa en la convicción y eso te vacuna
contra el peso de la melancolía. No tengo melancolía, no echo de menos el
Gobierno y no pienso volver a la política activa.
–Se hace difícil creer que después de tantos años llevando las riendas del
partido, no le genere al menos cierto desasosiego ver cómo otros hacen algunas
cosas.
–Hombre, sí hay cosas que echo de menos, y
muchas mañanas me digo «hoy empezaría a recorrerme España y a hacer no sé
cuánto...». Pero lo que hago me gusta y tomé esta decisión conscientemente. No
soy un prisionero de la melancolía y eso que son muchos años de recuerdos.
–«Sin estrépito, sin despedidas, en
silencio, di por cerrados los 15 años más importantes de mi vida». ¡Qué forma
tan austera de describirlo!
–Es que eso es lo que ocurrió. Yo no quería
grandes despedidas ni grandes ceremonias. Recogí los papeles y cerré la puerta.
–En el capítulo dedicado a Génova, habla con mucho cariño de sus
colaboradores. De compañeros de fatigas de toda la vida como Arenas, Cascos o
Acebes. Pero parece como si la retirada le hubiera obligado a marcar distancias
con todos. ¿Es así? ¿Hay «elegidos» que visitan con más frecuencia que otros su
despacho?
–Mantengo buena relación con todos, pero procuro
no estorbar. Si ellos necesitan verme, son ellos los que me llaman.
–¿Y quién lo hace más a menudo?
–Me llaman todos o casi todos.
–Los que no llaman no saldrán en su próximo libro.
–Mi relación es estupenda con todos. Son amigos
de toda la vida.
–Parece ser que usted peleó duro para que no se ocupara nunca el despacho de
don Manuel Fraga.
–Desde un punto de vista político siempre he
explicado que las democracias anglosajonas tienen sobre las democracias europeas
o continentales una ventaja evidente, la de que respetan mucho más las
instituciones. En el caso del PP, se trata de una organización joven, de
anteayer, y el asentar bien sus raíces es muy importante. También hay que tener
en cuenta el patriotismo de partido.
Elecciones gallegas.
–¿Comprende algunas de las reacciones que está teniendo el «barón» gallego?
–Yo lo que deseo es que Fraga gane las
elecciones en Galicia.
–¿Teme por ese resultado?
–No, no. No temo. Cada vez que hay una elección
no tengo temor, lo que deseo es que se gane.
–Se habla también mucho de su relación con Mariano Rajoy. Ha llegado ya un
punto en el que parece que se evita cualquier coincidencia, ni siquiera aunque
sea un acto de carácter no político como el homenaje que se rindió a Gregorio
Ordóñez en el décimo aniversario de su asesinato.
–Yo estoy aquí en FAES y paso la mayor parte del
tiempo fuera. En fin, mis relaciones son lo más normales posibles. No participo
en la vida del partido, no voy más que cuando me lo piden. Si no me lo piden, no
voy.
–Pero cada vez se lo piden menos.
–Pero entonces no me pregunten a mí. Yo soy un
político retirado. Entrará dentro de lo normal que haya personas que digan que a
un político retirado no hay que llamarle, y habrá otros que digan que un
político retirado sigue teniendo entre su electorado unas cotas altísimas de
popularidad... Bueno, pues es posible. Pero no dejas de ser un político
retirado.
El vídeo de FAES.
–Vaya revuelo que ha suscitado el vídeo del 11-M que ha elaborado su Fundación. ¿Cree que ha podido perjudicar a Rajoy como dicen algunos? ¿Entiende que la dirección del PP haya sentido esa necesidad de distanciarse?
–Creo, sinceramente, que los que tienen que
estar preocupados con lo que pasó el 11-M son los que montaron la manipulación.
Hay cosas que en una jornada de reflexión no se hacen y la izquierda es
consciente de que tuvo comportamientos que no debía tener. Que eso se diga no lo
considero un delito ni una cosa rara.
–Ni que perjudique a nadie.
–Ni tampoco veo por qué tiene que perjudicar a
nadie. Decir que nuestras sedes estuvieron rodeadas de manifestantes enviados
por algunas personas y por algunos grupos que insultaban, injuriaban y
coaccionaban a la gente del PP es un hecho histórico. Decirlo no puede
perjudicar a nadie. Decir a la izquierda que esas cosas no se deben volver a
repetir es una actitud de responsabilidad. Y si los hechos molestan... Lo peor
no es que los hechos molesten, lo peor es que los hechos puedan haber alterado
el resultado.
–En cualquier caso, da la sensación de que le están esperando con las armas
afiladas. Interviene en el último Congreso Nacional del partido y se la montan,
apunta cualquier cosa sobre el 11-M, y también. ¿No tiene la sensación de que
algunos siguen obsesionados con su figura?
–Simplemente hay gente que aprovecha para
enredar. Yo, por mi parte, al PP sólo le puedo desear todo lo mejor, y ya está.
Pero que consten tres cosas: estoy retirado, no intervengo en la vida de mi
partido y le deseo lo mejor posible. Si quisiera estar en la política activa,
habría sido diputado o senador. Ahora está mi mujer, ¡cada día más guerrera!
–Dentro del capítulo que dedica a Adolfo Suárez, hay un extracto que se puede
aplicar precisamente a lo que está sucediendo en esta última etapa. Cuando habla
de que la oposición inauguró con él una nueva forma de hacer política en nuestro
país, la de la destrucción personal del adversario.
–Sí, lo que pasa es que no nos acordamos ya casi
de aquello. Como tampoco de que debe de ser espectacular el número de españoles
que no pudieron votar la Constitución en el referéndum, y sería interesante
conocer a cuántos de esos españoles les parece bien que se mantenga la
estabilidad constitucional. Lo que más me preocupa de la situación política es
estar viviendo un momento de retroceso histórico y que la transición y el
régimen del 78 esté puesto en cuestión por una vuelta atrás incomprensible, una
vuelta a los tiempos y modos radicales de la II República.
Operación de aniquilación.
–Su retiro es una buena atalaya para observar cómo se sigue aplicando la teoría de la destrucción del adversario.
–Pla, que era anticomunista, decía que la gente
no tiende a la memoria sino al olvido. Si no fuese así no serían explicables las
cosas que pasan en el mundo. Y por eso hemos olvidado las campañas que tuvo que
soportar Suárez, personales, además. La izquierda sigue la praxis de que cuando
el argumento político se termina, empieza el de la aniquilación. Y yo lo sé muy
bien porque lo han intentado conmigo.
–En el capítulo que dedica a Pujol, habla de que Cambó y él pudieron cambiar
la historia de España. ¿Usted lo intentó pero no se dejó?
–No se dejó porque no estaba convencido, nunca
lo estuvo, lo que no significa que no se lo pensase. Creyó que le estaba dando
el abrazo del oso y no era así. Yo intuía muy bien, alguna facultad en ese
sentido tengo, lo que podía ocurrir en Cataluña y, efectivamente, es lo que está
pasando. Le dije con claridad a Pujol que si jugaba o pretendía jugar a evitar
el triunfo de gente más radical por la vía de hacerse más radical, el fracaso lo
tenía garantizado.
No se puede entrar en una competencia entre radicales porque gana el
independentista. Es absolutamente de sentido común. Eso no es lo que debería
haber sido, en mi opinión, la aportación de Pujol. Desgraciadamente no se
atrevió a dar el paso, ya que, si lo hubiera hecho, tal vez la historia catalana
podría haber sido algo distinta. Pero siempre prevaleció en él su carácter de
nacionalista catalán.
–¿Sin los polvos de Pujol no tendríamos algunos lodos de Cataluña?
–Soy crítico con su política porque esto que ha
pasado en Cataluña demuestra que la famosa «teoría del oasis» es falsa. Pero el
oasis no se transforma en charca en 48 horas, sino que las cosas se van
encharcando progresivamente y por medio se han cruzado episodios que deben
entristecer a muchos catalanes. En suma, la política de Pujol, culminada con su
decisión final, fue una política equivocada. Excesivamente endogámica,
excesivamente nacionalista. Y desgraciadamente para Cataluña el resultado está
ahí: más nacionalismo hasta llegar al absurdo, hasta llegar a la anormalidad
política de que se interiorice que no puede haber un gobierno que no sea
nacionalista. Por ello, su herencia política la entiendo como mala, si bien
desde el punto de vista de la colaboración, de la relación personal, la
considero significativa y a tener en consideración.
–Avanzando en el libro se llega a la Cumbre de las Azores. La reunión en la
que se adoptó una decisión de la trascendencia de abrir la puerta a la
intervención aliada en Iraq fue más breve de lo que podría pensarse.
–No fue una reunión larga, la verdad. Estaba ya
todo dicho.
–Y ahí es donde, según usted, se inicia el capítulo de la recuperación del
papel de España en la historia después de 200 años de estar arrinconada.
–Es la expresión gráfica del retorno de España
al punto más alto de decisión internacional y de la plenitud de nuestro país en
el escenario de la política atlántica. Ésa es mi visión de las cosas. Si ahora
se me pide que resuma mi tarea de gobierno, lo veo claro: dotar a España de
mayor fortaleza institucional y de mayor fortaleza nacional, hacerla más fuerte
en un sentido liberal y resituarla en el plano internacional y atlántico. Azores
es la máxima expresión de esto último.
Cuando yo afirmaba «quiero que España sea una de las mejores democracias en
el mundo de aquí a 2010», no estaba pensando sólo en términos de prosperidad
sino también en ocupar la primera línea en el contexto internacional.
–Ahora que Zapatero pone el caso iraquí como ejemplo de democratización de un
país árabe, ¿qué valoración hace de la guerra?
–Hombre, ¡todo tiene sus límites políticos y
morales! No se debe nada a muchos ni en la libertad de los iraquíes, ni en las
elecciones de los iraquíes, ni en lo que está suponiendo la transformación del
mundo como consecuencia de la intervención en Iraq y de la decisión de extender
las libertades. Este proceso en marcha, que se está percibiendo en algunas
repúblicas asiáticas, en Iraq, en Líbano, en lo que se está moviendo en Siria,
en Egipto, en Arabia Saudí..., deriva de la actuación en Iraq y de la política
que se fundamenta en el principio de que la democracia es el mejor servicio para
la paz, la seguridad y la estabilidad.
Que hombres y mujeres iraquíes hayan votado libremente, que puedan salir por
primera vez de su país, es, si se me permite decirlo, gracias a las Azores,
entre otras cosas. Y estoy seguro de que ahora a muchos de mis críticos les
hubiera gustado estar allí.
Atentados de Madrid.
–Entrando en la arena nacional, la comisión de investigación del 11-M quema sus últimas naves y la «pistola humeante», como la describe en el libro, sigue sin aparecer.
–Lo que tenía que decir de eso ya lo he dicho.
Tengo la impresión de que la posición de mi partido, al menos oficial, es que
los trabajos parlamentarios tienen que continuar, y a mí me parece muy bien esa
tesis porque las cosas que se han conocido son especialmente graves y sigue
habiendo preguntas muy importantes sin respuesta. Es clave que se continúe
buscando la verdad y que se refleje que lo que querían algunos no era la
respuesta a la pregunta «¿quién ha sido?», sino estar sentados donde están
sentados ahora mismo.
–Usted hizo de la lucha antiterrorista uno de sus caballos de batalla. Los
mensajes ambiguos que ha lanzado el propio presidente del Gobierno a ETA y al
entorno «abertzale», ¿le hacen temer por lo conseguido?
–Yo nunca daría pasos atrás en la lucha
antiterrorista. Desde un punto de vista intelectual y político tiene que estar
claro que la equidistancia es absolutamente inaceptable y mucho más pensando en
las víctimas. Y, segundo, todos los terrorismos son iguales. No hay negociación
posible, sólo cabe la derrota, y la derrota llegará siempre que se esté
dispuesto a practicar una política global y total contra las organizaciones
terroristas y contra su entramado.
En el caso de la amenaza del terrorismo islámico, que tiene en Oriente Medio
un punto clave de referencia, la extensión de la democracia es la mejor garantía
de estabilidad y seguridad. Por eso es tan importante fortalecer las alianzas
que pueden, a su vez, expandir la democracia, y no hablar de Alianzas de
Civilizaciones, un término vacío y sin ningún tipo de contenido. La Alianza
Atlántica es la expresión de la democracia, de la libertad y de la estabilidad,
y si eso se extiende, si tenemos el poder de extender la libertad y la
democracia, el mundo será mucho más seguro. Las democracias rara vez pelean
entre ellas, rara vez crean inseguridad. Yo no creo en los argumentos pesimistas
que afirman que la democracia no es posible establecerla en Iraq. ¿Cómo que no
es posible? Y en Líbano es posible, y en Palestina y en todas partes. Como ha
sido posible en Israel. ¿Cómo no va a ser posible? Y será posible en muchos más
países. Lo que no conduce a ningún sitio es la retórica vacía. El problema es
que muchas veces la gente no se da ni siquiera cuenta de lo que dice.
Futuro de España.
–En la dedicatoria del libro, habla de aquellos que «no están dispuestos a levantarse un día y descubrir que España ya no es nada». ¿Es posible que España llegue algún día a no ser nada?
–Haré todo lo posible para que no sea así. Y si
es así, sufriré. No hay que olvidar que los países y las naciones se pueden
hacer y se pueden deshacer. Jugar con construcciones históricas de tantos siglos
de antigüedad, como es España, sin ser conveniente, con frivolidad…, me parece
una gravísima equivocación. Y si se me dice, «España se puede ganar», sí, claro,
y se puede perder también. Y en la historia del mundo hay ejemplos que así lo
demuestran. España bien merece la pena, y no vamos a encontrar los españoles un
marco de convivencia como el que tenemos. Los estados nacionales, en general,
van a seguir siendo el marco de convivencia de futuro, al margen de todos los
procesos de integración en marcha. Si se me pregunta si hay riesgos, la
contestación es que sí que los hay.
–¿Cuántos errores de Gobierno socialista harían falta para llegar a ver ese
final de España?
–No sé. Depende de lo que haga el Gobierno. Yo a
cualquier gobierno le deseo suerte. Siempre he dicho que las cosas no se hacen
bien o mal por ser de uno u otro signo, sino en función de que las políticas que
se aplican sean buenas o sean malas.
Si yo veo al dirigente más importante de mi país diciendo que tiene dudas
sobre la existencia de la Nación española o llamando fundamentalista a quien
defiende la Constitución, tengo que preocuparme. Si los que defienden la Carta
Magna son fundamentalistas y los que quieren acabar con ella son los moderados,
estamos construyendo la casa al revés y haciendo explotar toda la arquitectura
desde el año 78. No es posible que desde esa fecha hayamos tenido veintisiete
años de fundamentalismo masivo hasta que ahora nos vienen a descubrir algunos
que el camino correcto es otro.
–¿Cómo ve las elecciones vascas que se libran dentro de una semana?
–María San Gil es una candidata magnífica y
tengo la impresión de que está haciendo una gran campaña. Creo que puede tener
un resultado muy bueno. Pero la situación es preocupante. Se han cometido
últimamente muchos errores. Uno de ellos fue dejar que el «plan Ibarreche»
entrase en el Congreso de los Diputados. Era una reforma constitucional
encubierta y se debía haber devuelto para no dar cobertura a un engaño.
–Cabe la posibilidad de que si los nacionalistas obtienen una nueva mayoría
absoluta hagan como han hecho ya en otros momentos históricos, seguir manoseando
el proyecto soberanista pero sin ejecutarlo. ¿O piensa que vamos camino de la
independencia?
–¡Si depende de los nacionalistas, vamos a la
independencia de cabeza! Esta vez no nos están enredando. Tirarán para adelante.
La clave no está en qué van a hacer ellos, sobre lo que no tengo ninguna duda,
sino en qué van a hacer los demás dentro de unos meses.
–En un contexto como el que describe, ¿lo que hay que hacer es aferrarse a la
bandera de que no tiene que haber ningún tipo de reforma constitucional o
estatutaria o, por el contrario, lo que conviene es entrar en ese proceso para
jugar un papel de moderación desde dentro?
–Cada uno dirá, y el PP dirá lo que tenga que
decir. Es el partido el que tiene que fijar posición.
–No hay modo de pillarle en un renuncio fuera del contenido del libro.
–Es que he venido a hablar de eso.
Castro y los Reyes.
–Volvamos a él entonces. Tiene mucha gracia, por ejemplo, el capítulo que dedica a Fidel Castro y algunos de los comentarios que éste le hace. Usted siempre se opuso, por cierto, a una visita oficial de los Reyes a Cuba, y sabrá que últimamente han corrido rumores de un posible viaje de los Monarcas a la isla caribeña.
–Me opuse porque todas las acciones que puedan
llevar a fortalecer el régimen de Castro son un error. En la época en que yo era
presidente del Gobierno, esas visitas no se consideraban oportunas, y en las
épocas en las que eran otros presidentes del Gobierno, pues tampoco. No sé si
ahora se va a producir ese viaje, pero mi opinión sigue siendo la misma.
–En líneas generales, el poso que deja el libro de su trato con todos los
personajes retratados es positivo, quitando el caso de Marruecos, que es
tangencial.
–Es un libro amable. Hasta me he convertido en
una persona amable.
–De lo que también se hablará es de los que no salen. ¿Por qué la ausencia
del Rey, de Rodríguez Zapatero o de Rajoy?
–El Rey por razones obvias. Y luego, es que hay
gente que está retratándose todos los días y no hace falta que yo les retrate.
Todo además tiene su dimensión. Me parece absurdo que yo pueda hacer un retrato
del señor Zapatero o del señor Rajoy.
–¿No saldrán ni en su siguiente libro?
–Los siguientes ya tendrán más que ver con
memorias, dos tomos, aunque por medio queda otro. De momento no tengo pensado
escribir más en la línea de este último.
–¿Sobre qué será ese libro que precederá a las memorias?
–Un ensayo sobre el terrorismo.
«Retratos y perfiles»
José María Aznar afrontó la elaboración de «Retratos y perfiles» (Ed. Planeta, que se publica esta semana) como un libro de recuerdos y reflexiones sobre diversas circunstancias y personajes que han significado algo importante en su vida. Parte del autor queda, también, reflejado en cada uno de ellos. Su abuelo, su padre, su esposa, Génova, La Moncloa, el Papa, la caída del Muro, Fraga, Bush... Con la ayuda de José María Marco, la obra (segunda desde que abandonara voluntariamente la política activa) es un fresco, personal y expresivo, de buena parte del último cuarto de siglo y el arranque del presente. Subjetivo e incisivo, amable y certero, los personajes más relevantes de la reciente historia del mundo aparecen aquí «retratados». Mucho de lo que se cuenta no había visto la luz. Mucho de cuanto se dice, sorprende. Todo lo que se recoge es verdad. Norma de la casa. No son unas memorias. Pero también. Al cabo, ésta es su vida. Eso sí, son todos los que están pero no a la inversa.
La familia, el partido
Manuel Aznar Zubigaray. «Conocí a mi abuelo tarde.
Me solía dar un consejo de hombre sabio. Las tres “p”: “paciencia, prudencia,
perseverancia”».
Manuel Aznar Acedo. «Mi padre fue un hombre bueno. De él aprendí el sentido
de la familia, el valor de la rectitud, de la seriedad, de la honradez».
Ana Botella. «Es la persona más importante de mi vida. Hemos pasado juntos
veinticinco años intensos. Con Ana a mi lado, toda la vida que venga a partir de
ahora será como un regalo».
Génova 13. «Volví a mi despacho y me quedé unos momentos solo. Sin estrépito,
sin despedidas, en silencio. Di por cerrados los quince años más importantes de
mi vida».
Moncloa. «Vivir allí ha sido un privilegio. Es la casa en la que más tiempo
he vivido».
16-abril-1995. «Del Gobierno llamó el presidente Felipe González, que no
acudió a la clínica. Se acercó a visitarme Juan Alberto Belloch. La ministra de
Sanidad, Ángeles Amador, telefoneó. Excepto estas tres personas, nadie más del
Gobierno se presentó en la Clínica Ruber ni llamó por teléfono».
Manuel Fraga. «Es la encarnación misma de la pasión política».
Adolfo Suarez. «Le gustaba decirme que de los cuatro presidentes del Gobierno
que él ha conocido, yo era el mejor».
Retratos del poder
George Bush. «No le gustaba nada la idea de mi
retirada de la política».
Tony Blair. «Las sociedades modernas se gobiernan desde el centro. Ésa es su
tercera vía».
Fidel Castro. «Sólo hablamos dos horas. Pensar en pasar seis horas con Castro
me provocaba aburrimiento».
Álvaro Uribe. «Piensa que todos los terrorismos son iguales. No hay ideal que
justifique el terror».
Bill Clinton. «Es como un presidente de toda la vida».
Jacques Chirac. «Francia cometió un grave error en la crisis de Perejil, del
que creo que tiempo después Chirac fue consciente».
Silvio Berlusconi. «Decía siempre que yo era su maestro en la vida política».
Hassan II. «No puede decirse que fuera un amigo de España».
Helmut Kohl. «Ganamos las primeras elecciones generales de 1996 en contra de
su voluntad».
Margaret Thatcher: «Siempre me atrajo su firmeza. Prefiero a una persona
firme, aunque algo terca, que a un débil sin consistencia».
Jordi Pujol. «Cambó y Pujol pudieron cambiar el rumbo de la historia de
España». «Mantuvo siempre una política de ambigüedad calculada». «Me reconoció
que Cataluña gozaba del mayor autogobierno en los últimos 300 años».