CUANDO LA DEMOCRACIA MUERE EN EL PARLAMENTO

Artículo de Alvaro Ballesteros en “El Imparcial” del 15-2-11

http://www.elimparcial.es/clicko.php?n=78946&t=Cuando+la+democracia+muere+en+el+Parlamento+por+%26Aacute%3Blvaro+BallesterosPor su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Hay más política en el palco del Camp Nou, en el Bernabéu, San Mamés, La Bombonera o San Siro, que en el anodino hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, en el Palacio del Congreso bonaerense o en el Palazzo di Montecitorio”.

José Antonio Ruiz, “Fútbol, pan y circo. La metáfora patriótico-deportiva de España”. Fragua, 2010.

La admiración por el Parlamento británico se cura yendo allí y viendo lo que hacen sus señorías”.

Walter Bagehot (1826-1877)

Hoy quiero comentarles algo muy interesante con respecto al Parlamento de la República de Serbia; ese bello país balcánico de atormentada historia, sometido hasta hace poco al yugo de la dictadura milosevichiana, envuelto en una serie de guerras que horrorizaron al mundo en los 90, y cuya población trabaja duramente desde hace años para levantar cabeza y volver a ocupar el puesto que merece en el seno de la familia europea, a la que pertenece por razones obvias.

Verán qué interesante les parece lo que les comento hoy sobre los modos de funcionamiento de la Asamblea Nacional de Serbia. Como en las demás democracias europeas, en este país hay elecciones parlamentarias cada cuatro años aunque es raro desde el final de la era Milosevic que un gobierno complete toda la legislatura. De hecho, ni uno solo hasta ahora ha conseguido completar un mandato de cuatro años al frente del Ejecutivo.

El caso es que en las elecciones, los votantes serbios no votan a unos diputados concretos (listas abiertas) como en el Reino Unido, ni tampoco votan a un listado determinado de candidatos (lista cerrada) como en España. Al parecer, en Serbia se vota a un partido determinado (y créanme, hay un montón de ellos para elegir), que luego, una vez contabilizados los votos y decidido el número de escaños que corresponde a cada partido, asigna esos escaños a las personas que la cúpula del partido considera oportuno. Ellos son los que se convierten en diputados nacionales, tras haber sido ungidos por la dedocracia de la todopoderosa institución llamada Partido Político. Es más, el primer día de la legislatura, cuando sus señorías toman posesión de sus escaños, la cúpula del partido correspondiente exige de los nuevos parlamentarios que entreguen a sus superiores políticos una carta firmada de renuncia a su escaño, sin fecha, y que queda en los archivos del partido.

Si alguno de ustedes se pregunta, ¿y eso por qué?, la respuesta es maquiavélicamente simple: la cúpula de cada partido se asegura así la lealtad ciega (muda y sorda también) de cada diputado en sus filas, ya que si su señoría se permite la más mínima crítica a la línea impuesta por el partido, éste rápidamente saca del archivo la carta de dimisión y le pone fecha, con lo que el diputado o diputada en cuestión se ve de patitas en la calle; en un país donde el índice oficial de paro es del 20%, aunque como en España dicha cifra está aún muy lejos de las cifras reales extraoficiales.

Las consecuencias de este control férreo de los partidos a la hora de analizar la vida parlamentaria y política en Serbia son obvias. El absoluto control y poder de las estructuras de los partidos sobre los parlamentarios es tal que éstos ni pían en toda la legislatura. No me malinterpreten, no es que estén mudos de puertas afuera: como en España, se dedican todo el rato a acusar e insultar a los diputados de otros partidos, calentándole la cabeza a la gente, pero a la hora de criticar a su propio partido en el gobierno, no se oye una mosca en la Asamblea Nacional. El Parlamento, la política y por ende la vida de los ciudadanos se ven por completo presas de los designios de unas estructuras partidistas tan opacas como poderosas, tan hambrientas de poder y sobornos como alérgicas a la menor señal de autocrítica.

Y ustedes se dirán, “qué putada de sistema, así cualquiera. Pobres serbios y pobres diputados, todos cogidos por los cataplines, sin poder alzar la voz contra su partido por mucho que éste se eche al monte y defienda políticas que no tienen nada que ver con lo inicialmente propuesto a la sociedad antes de las elecciones”. La situación es tan obviamente antidemocrática que supone la muerte en vida del parlamentarismo, la imposibilidad del desarrollo de la escena política del país, y la imposibilidad para los parlamentarios de desarrollar su labor constitucional. Tal es la situación, que hasta la propia UE ha tenido que tomar cartas en el asunto y recomendar al Parlamento serbio que obligue a los partidos a presentar listas de diputados (con nombres y apellidos) en las elecciones, a acabar con la técnica de exigir las dimisiones firmadas sin fecha a los diputados, e incluso a permitir que el diputado pueda abandonar el partido con el que accedió al escaño, lo único que garantiza que dicho escaño pertenece al diputado con nombres y apellidos y no al partido como ente etéreo. Está aun por ver lo que Belgrado hará con estas recomendaciones, en una región (la del Sureste de Europa) donde estas prácticas parlamentarias se extienden por países dentro y fuera de la UE.

A mí lo que me queda es la sensación de que en España, por desgracia para nuestra marchita democracia, la situación es distinta en las formas, pero no en el resultado. Nuestros diputados son elegidos en listas con nombres y apellidos (el escaño es suyo, les pertenece si salen elegidos). Nadie les exige, que sepamos, una carta de dimisión firmada sin fecha con la que el partido pueda amenazarlos hasta el fin de la legislatura. E incluso se prevé que un diputado pueda abandonar su partido e integrarse en el Grupo Mixto.

Sin embargo y a pesar de esas libertades formales, que hacen que objetivamente la situación de los parlamentarios españoles sea muchísimo mejor que la de sus homólogos en otros países, la realidad es que en España no se oye en el Congreso de los Diputados una discusión democrática real en mucho tiempo. Todo es un circo de orquestadas declaraciones y aplausos, zapateos y abucheos, en función de quien tome la palabra en cada momento. Se le ha hurtado definitivamente al pueblo español el debate democrático profundo, siendo esto lo que dota al sistema parlamentario de su razón de ser. Si no, ¿para qué diantres costeamos un Congreso y un Senado?

En nuestro maltratado país no hay quien dimita, ni quien se rebele contra los despropósitos de su propio partido. Todo es genuflexión y prebendas, teatro de cara al público y lamer culos de cara adentro. Los culos a lamer están claros, son los de las élites partidistas a todos los niveles: locales, provinciales, regionales, nacional y europeo. Vamos, que hay culos para lamer como para secar muchas lenguas.

Y eso es lo que pasa, damas y caballeros, que nuestros diputados (con algunas excepciones que aun dignifican la labor parlamentaria) están más preocupados de salir en la foto, lamer el culo de turno, y agasajar a su líder incuestionable, que de lo que tienen que hacer: que no es otra cosa que defender los intereses de los ciudadanos que los han elegido frente a los desmanes de esas estructuras partidistas que lo acaparan todo y que viven de espalda a la realidad.

En nuestro país no existe la cultura de la crítica al sistema cuando se está dentro, ni la de la dimisión, y solo ambas aseguran la mejora del sistema, la libertad personal, la decencia moral, y la salvaguarda individual del honor de cada uno de nosotros. En nuestro país se ha impuesto el culto al líder, por muy obviamente inútil que éste y su camarilla lo sean, como es el caso de Zapatero and company. Y ello, esa falta de crítica dentro del sistema por miedo a perder la silla y la falta de la cultura de la dimisión, es sencillamente incompatible con la democracia.

Iluso yo, me pensaba que el problema era que teníamos solo parlamentarios estilo Zapatero, que no habían dado un palo al agua en su vida y que se lo debían absolutamente todo al partido. Pero lamentablemente no es así. Siguiendo la recomendación de Walter Bagehot, si uno va al Congreso de los Diputados puede ver cómo alguien de la talla de la diputada Cándida Martínez (responsable de Educación en el PSOE, una intelectual y académica de pro, que tuve la suerte de tener como Profesora hace muchos años en la Universidad de Granada y por la que sentía un gran respeto), se rompe las manitas aplaudiendo como los demás de su bancada al Ministro Rubalcaba cuando éste acusa al PP y a no se qué medios de ser de “extrema derecha”.

Hace poco, Felipe González lo resumió todo claramente en lo de “ante las dificultades, militancia pura y dura”. Algo que puede sonar muy socialista, pero que es muy poco democrático e ilusionante. Y es que es precisamente en los momentos de dificultades cuando las grandes Naciones han de dar cabida a la pluralidad de opiniones y propuestas para sacar al país adelante y hacer frente a los desafíos comunes. En lugar de eso, los españoles parecemos habernos resignado sin rechistar a que los mismos que llevan años contradiciéndose a diario sin saber qué hacer ante la crisis nos sigan hundiendo y ahogando un poco más cada día.

Nuestro sistema ha fallado, damas y caballeros. Todo él está en crisis, y hemos de acometer su reforma si queremos sobrevivir como país. Esta situación no es del todo mala, pues aun podemos sacar lo mejor que hay en los españoles para reinventarnos de nuevo y salir adelante, como es costumbre en nosotros cada equis generaciones. A los primeros que tenemos que domar es a los partidos políticos. Se trata de ellos o de nosotros, damas y caballeros. Los que llevan una vida viviendo de los partidos lo tienen claro: hace mucho que eligieron la fidelidad a las siglas por encima de la lealtad a la Patria o a la Nación. Nosotros deberíamos tenerlo claro también. Se trata de ellos o de nosotros. Ustedes eligen. Es la belleza y la putada de la democracia. Como me escribía recientemente José Antonio Ruiz, “el mundo entero es un teatro y todos nosotros, simplemente comediantes. ¡Cuánto mejor nos iría si nuestros gobernantes leyeran a Shakespeare!

Les dejo con la ilusión que transmite esta cita del gran Julio Cortázar: "Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo". Nos viene como anillo al dedo cuando la democracia muere en el Parlamento.