EL 30-D SUPONE EL PRINCIPIO DEL FIN DE JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ ZAPATERO
Artículo de Alfonso Basallo en “El Semanal Digital” del 31.12.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Un atentado en una estación
contribuyó a que llegara al poder (11-M), un atentado en un aeropuerto (30-D)
debería suponer su caída política. Todo acaba pasando factura.
31 de diciembre de 2006. Como un eslogan cursi (hoy te quiero más que ayer pero
menos que mañana), Zapatero ha escrito involuntariamente su epitafio político.
El atentado de Barajas ha dejado en evidencia su optimismo antropológico sólo un
día después de que asegurara que estamos ahora mejor que hace un año y que aún
estaremos más guay el que viene.
"Hoy estamos peor que ayer" se ha visto obligado a admitir, pero no renuncia a
su ingenuismo (o a su cara dura) al vaticinar que en el futuro estaremos mejor.
El, desde luego que no.
Tras el atentado de Barajas y su decisión de no romper el proceso (aunque
suspenda el diálogo), Zapatero ha agotado en diez minutos el escaso crédito que
le quedaba. Y lo ha agotado porque:
- Ha cedido al chantaje terrorista. Y lo ha hecho con –probablemente- dos
muertos en la mesa. La decencia, esa rara avis del zapaterismo, le exigía
suspender no sólo el diálogo sino también el proceso.
- Se ha puesto al mismo nivel que los correveidiles del crimen, al coincidir con
el mismo mensaje de Arnaldo Otegi –otro que tampoco considera que el puente esté
roto-.
- Ha demostrado que no controlaba el proceso, y que los sagaces sabuesos de
Interior carecían de información: es evidente que un atentado de esta magnitud
estaba preparado mucho antes de que exhibiera su ingenuidad ("estamos mejor que
hace un año").
- Ha tomado el pelo a los españoles con el mal llamado proceso de paz. Resulta
sarcástico decir que con violencia no se va a ninguna parte, cuando los etarras
no han hecho otra cosa durante estos nueves meses (desde ataques a autobuses
hasta el intento de quemar vivo a un policía).
- Se ha reído de las víctimas del terrorismo.
- No ha garantizado la seguridad de los ciudadanos, el deber más elemental de un
gobernante. Porque con el atentado de Barajas vuelve a planear sobre nuestras
cabezas la espada de Damocles de las masacres y del miedo.
- Ha proporcionado un inestimable balón de oxígeno a los etarras, con estos
nueve meses de flirteo con el Mal. La banda si que está ahora mejor que hace un
año y, si no se recupera el consenso con la oposición y la lucha antiterrorista,
gozará de un estatus más privilegiado el año que viene.
Para este viaje no hacían falta estas alforjas. Cuando ETA declaró el alto el
fuego, dejó de apuntarnos… nada más. Es como el matón que levanta el dedo del
gatillo pero no lo suelta. Eso sólo significaba una cosa: que condicionaba el
uso de las armas a un precio político. Es evidente que si no mediara un precio
político, la banda terrorista podía haber entregado los kalashnikov y las
bombas. Si no lo hizo es porque esperaba a ver si el Gobierno cedía a sus
exigencias.
Ya se sabía, por tanto, que ETA no tenía interés en renunciar a la violencia
mientras no consiguiera sus objetivos: la autodeterminación de Euzkadi y la
llegada al poder, mediante una Batasuna legalizada. Pero el Gobierno ha jugado
irresponsablemente con el ansia de paz de los españoles y ha coqueteado con una
pandilla de delincuentes, provistos de coartada política.
Por todas estas razones, Zapatero debería dimitir. La actuación de ETA-Batasuna
y del presidente este fin de año tiene un coste político que el segundo debe
pagar al haber defraudado la confianza de los ciudadanos.
Si un atentado en una estación contribuyó a su llegada al poder (11-M), otro
atentado en un aeropuerto (30-D), debería significar su caída. Aunque,
paradójicamente, los autores del primero buscaban desalojar al PP y los del
segundo no han pretendido, probablemente, derribar a Zapatero.
Es hiperdudoso que el presidente coja la puerta. Aunque el numantinismo implica,
a su vez, un durísimo desgaste que le va a perseguir durante el resto de la
legislatura, con los lebreles del PP y la airada ciudadanía en los talones.
Lo patético es que el atentado no ha modificado el encefalograma plano de su
hoja de ruta. No ha cambiado ni su talante ni su inconsistencia. Lo único que se
le borró el sábado, en la rueda de prensa de La Moncloa, fue la sonrisa.