LA GARRAPATA NACIONALISTA PINCHA EL GLOBO DE LA TRANSICIÓN
Artículo de Alfonso Basallo en “El Semanal Digital” del 17.06.07
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Balance agridulce. España ha
ganado en libertad y prosperidad con la Transición, pero está pagando ahora el
oneroso peaje de los nacionalismos.
17 de junio de 2007. "España no necesita admirar a otros países, como en siglos
pasados" ha sentenciado Zapatero.
¿Ah no? Una España que es el hazmerreír de Europa, cuyo proyecto más notorio es
la Alianza de Civilizaciones, una democracia donde los servicios secretos espían
a empresarios privados, donde una banda terrorista dicta la agenda y somete a
chantaje al Estado de derecho, una economia cuya seguridad jurídica ponen en
cuestión bochornosos affaires como el de Enel-Endesa o el de la Comisión del
Mercado de Valores…
Zapatero ha querido marcarse el farol a cuenta de la Transición. Ha querido
posar en la galería de presidentes… sin darse cuenta de que quizá haya uno que
sobre. Porque con su gestión desleal, frívola e irresponsable se ha cargado el
más preciado legado de aquella aventura –el consenso-.
Lo tremendo del caso es que la culpa no es enteramente suya. Lo tremendo del
caso es que el guión estaba si no escrito, sí al menos esbozado en la
Transición.
El pueblo español y los políticos (por este orden) dieron un ejemplo de madurez
al pasar página y construir un escenario de concordia y prosperidad. El gran
salto a la democracia era obligado, tras la extinción del dictador y su régimen.
Superar la pulsión cainita, incubada desde 1808, y alimentada durante las
guerras carlistas y la civil de 1936, fue sin duda uno de los mayores logros.
Una especie de milagro cívico, gracias a la generosidad de muchos y, en parte
también, a un sanísimo temor.
En este esfuerzo por no imitar a la mujer de Lot se inscribe el audaz gesto de
legalizar al Partido Comunista. Conciliadora para unos, temeraria para otros… la
iniciativa salió bien, aunque había cierto colchón (Washington estaba detrás
tutelando el proceso).
El tiempo (y el viento de la Historia) ha demostrado que no se equivocaban. En
cambio, donde sí erraron lamentablemente fue en ceder a las presiones de los
nacionalismos. Aquello fue pan para hoy y hambre para mañana, como ha demostrado
la legislatura Zapatero.
Una elevada factura que los españoles estamos pagando treinta años después.
Unida al IVA de una ley electoral que da el poder a las minorías y unas listas
cerradas y bloqueadas que se han traducido en la profesionalización de los
políticos y en la conversión de los partidos en oficinas del INEM.
Mientras que en los primeros años de la Transición era frecuente ver a cátedros,
ingenieros, abogados y hasta filósofos tener escaño de diputado… lo común ahora
son los Marcelinopanyvinos, es decir huerfanitos abandonados a la puerta del
partido, recogidos por los frailes-aparatchik, y convertidos en políticos que
hacen lo imposible por no soltar la teta del escaño. ¡Los pobres! No tienen
donde caerse muertos fuera de la burbuja… es decir en la vida real.
Tres casos reales: Pepino Blanco, Ibarretxe que aterrizó en el Congreso con sólo
26 años o un tal Rodríguez Zapatero, ayuno de currículo brillante, al que no se
le conoce trabajo de envergadura al margen de la política, más allá de su etapa
de penene semienchufado en la Universidad de León.
Y las listas cerradas han abierto una brecha abismal entre los políticos y sus
representados, engordando así a las oligarquías partidarias, cuya capacidad
de confeccionar las listas evita discrepancias.
Treinta años después tenemos a una España invertebrada, un equipo de fútbol mal
entrenado (como ha dicho Rajoy), sometida al órdago de los nacionalistas y con
la desgracia añadida de un gobernante que cede al chantaje centrífugo al tiempo
que practica la negociación-interruptus con ETA.
Nos quejamos de la irresponsable hoja de ruta zapateril, de la frivolidad (o la
codicia) de los revanchistas del puño y la rosa y de los insolidarios del
lauburu y la barretina. Pero, en el fondo, no hacen otra cosa que seguir el
esquema trazado en la Transición.
No es fácil juzgar a quienes diseñaron España entre 1976 y 1978: aquello fue un
encaje de bolillos político y jurídico. Pero no tuvieron la visión, el coraje o
la falta de complejos de librarse del lastre nacionalista –esa antigualla del
romanticismo-
No nos engañemos. El modelo de la deconstrucción se escribió hace 30 años,
dictado por la debilidad frente a los insaciables nacionalismos vasco y catalán.
Lo único que han hecho, ahora, ZP y los autores de esa joya del
constitucionalismo llamado Estatut ha sido tirar del hilo y deshacer en cinco
minutos un vestido trenzado durante tres décadas.