Artículo de Phil Bennett en “El País” del 13 de junio de 2010
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para
incluirlo en este sitio web.
Tras recorrer España en las últimas semanas, el periodista estadounidense Phil Bennett
ofrece su retrato de la crisis. El relato incluye entrevistas a Salgado, Rajoy
y Rato, pero también a empresarios, trabajadores y parados. Esta es la visión
de España del ex director adjunto del 'The Washington
Post'
La crisis económica de España
no tiene una zona cero. El visitante tiene la impresión de que todos en
el país parecen narrar una parte distinta de un drama nacional, una poderosa
mezcla de dificultades y obsesiones universales. Pero si hubiera que empezar la
historia en un lugar en el que los orígenes y las consecuencias del desastre
estén más claros, una buena opción es el pueblo de Villacañas.
Hasta hace unos años, el rasgo
más característico de Villacañas eran sus silos.
Generaciones de agricultores pobres vivían en unos búnkeres subterráneos, en
muchos casos excavados con herramientas de mano en el suelo calcáreo de La
Mancha. Los silos eran baratos y ofrecían calor en invierno y fresco en verano.
En los años cincuenta del siglo pasado seguía habiendo centenares en uso, pero
hoy existen pocos visibles. El motivo es que, de la noche a la mañana, Villacañas se enriqueció de manera asombrosa. La gente se
compró pisos en Madrid, casas en la playa, y construyó nuevas viviendas sobre
las cuevas de sus antepasados.
La opulencia llegó a través de
una industria cuya audacia y simplicidad estaba a la altura de los silos: Villacañas fabrica puertas. No unas cuantas, sino 11
millones de puertas en 2006, más del 60% del mercado nacional en pleno apogeo
de la construcción. Las ventas aportaban a este pueblo de 10.000 habitantes
ingresos de más de 600 millones de euros al año. El sector proporcionaba 5.000
puestos de trabajo bien remunerados, daba empleo a familias enteras en turnos
que cubrían los siete días de la semana e hizo que chicos de 16 años
abandonaran el colegio, deseosos de poder comprarse un Audi
nuevo para cruzar a toda velocidad el primer y único semáforo de Villacañas.
Como es natural, la crisis
amenaza con dejar todo esto en chatarra. En una mañana reciente de domingo,
Raimundo García caminaba por la nave silenciosa de la fábrica de Puertas Visel, de la que es director general. Hijo de un carnicero
local, estudió Económicas en la Universidad de Chicago y luego regresó para
convertir Visel en una empresa de enormes beneficios.
En 2007, la empresa fabricó casi un millón de puertas y tenía 830 empleados.
Hoy, la fábrica cuenta con 320 trabajadores y sólo funciona cuatro días a la
semana. Como casi la mitad de las 10 empresas de puertas que sobreviven en la
región, está en suspensión de pagos y corre peligro de desaparecer. "Mi
gran pena es que no nos reorganizáramos antes de la crisis", dice García.
"Ahora podríamos tirar todo esto a la basura".
Villacañas quizá tenga que soportar ya siempre
la etiqueta de Ícaro -voló demasiado alto, sus alas se fundieron y cayó-, si no
fuera porque lo que sucede aquí hoy parece tan significativo como su edad de
oro. Como en otros lugares de España, los habitantes de Villacañas
se hacen preguntas fundamentales sobre su comunidad y su país, a menudo con
angustia, ira y frustración: ¿qué nos ha pasado?, ¿quién tiene la culpa?, ¿qué
va a ocurrir ahora?, ¿cómo va a ser nuestro futuro y cuánto podemos controlar?
Llegué a España a finales de
mayo, procedente de Estados Unidos, con preguntas similares. En Estados Unidos,
la crisis económica ha suscitado un debate sobre el papel del Estado, sobre la
justicia y la responsabilidad, sobre los valores sociales y la identidad. ¿En
qué está cambiando España por culpa de la crisis económica más compleja desde
su transición a la democracia? ¿Por qué un 20% de desempleo no ha desencadenado
un conflicto social? ¿Cómo están preparando los líderes del país la salida?
Sea justo o no, los mercados
mundiales y los medios de comunicación tienden a dividir el mundo en dos
categorías: los países que tienen problemas y los que son problemas. Y hoy
consideran que España es un problema. Una consecuencia de ello es que los
titulares nacionales desatan temblores por todo el sistema, como ocurre casi a
diario desde principios de mayo. Otra, quizá más útil, es que empuja a ver cada
parte concreta de la crisis como un elemento relacionado con los demás.
En un análisis publicado al
día siguiente de mi llegada, uno de esos titulares que sacuden el sistema: el
Fondo Monetario Internacional lo hacía con este breve párrafo: "La
economía de España necesita reformas exhaustivas y de largo alcance. Los retos
son graves: un mercado de trabajo disfuncional, el estallido de la burbuja
inmobiliaria, un gran déficit fiscal, un sector privado y una deuda externa que
pesan mucho, un crecimiento de la productividad anémico, una competitividad
débil y un sector bancario con bolsas de debilidad". El país necesita una
"estrategia integral", decía, y "hay que hacerlo cuanto
antes".
No he hablado con una sola
persona, dentro o fuera del Gobierno, que esté fundamentalmente en desacuerdo
con este análisis. Es un caso poco frecuente de consenso. En casi todo lo
demás, España ofrece la imagen de unos responsables políticos profundamente
divididos. Existe la obsesión de restaurar la confianza de los extranjeros en
el país. Pero impresiona todavía más la falta de confianza de los propios
españoles en sus dirigentes y sus instituciones.
Es lo que sucede en Villacañas. El joven alcalde del pueblo, Santiago García
Aranda, me recibió en su despacho, que da a la modesta plaza de España, con
ocho sucursales de bancos herencia de la época de apogeo y filas de parados
cada mañana ante la oficina de empleo. García Aranda, del PSOE, observa el
debate político actual con abierto desprecio.
"La intensidad de la
crisis que estamos viviendo no es de hoy. La estamos viviendo de forma brutal
desde 2008. Este pueblo habla de la crisis desde 2008. El país, no", dice.
"Todos, incluyendo la prensa, están obsesionados con las elecciones y no
con el futuro del país. No es sólo Zapatero quien no está comunicando bien. Las
universidades, los medios de comunicación, también nos han fallado".
Los costes humanos de la
crisis ya son graves, dice. Durante el boom, Villacañas
tenía una de las mayores tasas de abandono escolar del país. "Hay en Villacañas personas de 40 años que habían trabajado desde
los 16", explica García Aranda. "Y ahora ya no trabajan y carecen por
completo de las cualificaciones profesionales y humanas y de los instrumentos
de adaptación para salir adelante".
El alcalde, cuya madre tenía
un puesto de periódicos en el pueblo, y que trabajó a tiempo parcial en el
sector de las puertas cuando era estudiante, dice que también se daba el
fenómeno opuesto: por primera vez, muchos padres de Villacañas
habían podido enviar a sus hijos a estudiar, como él, a obtener títulos
universitarios. Y me contó esta historia:
"Hace dos semanas tuve a
un padre exactamente donde tú estás sentado. Su esposa y él están en paro. Sus
dos hijos están estudiando en la universidad: la hija, ciencias veterinarias, y
el hijo, aeronáutica. Y el padre tenía que decidir a cuál de sus dos hijos le
debe permitir continuar sus estudios. Y se decidió por su hija porque le
faltaba solo su último año. Así que sacó a su hijo". Al alcalde se le
empañaban los ojos. "Ojalá pudiera poner a los que toman las decisiones en
el pellejo de ese padre", dijo.
Durante el periodo de
prosperidad -parte de una transformación general que el embajador de España en
Estados Unidos llamó hace poco "los mejores años de nuestra historia
colectiva de los últimos cinco siglos"-, lo extraordinario se convirtió en
corriente. Como consecuencia, hoy es normal oír a la gente sorprenderse e
indignarse por la crisis económica actual, algo que ha sucedido muchas veces en
muchos países, y, en cambio, calificar el asombroso ciclo de cambios anterior
como completamente normal.
Economistas de todo el
espectro político dicen que los dos periodos están unidos. La historia se
resume así: más de 10 años de préstamos baratos de Europa ayudaron a alimentar
un fantástico aumento del gasto y las inversiones. España construyó un
ferrocarril y unas carreteras de primera categoría y llevó a cabo proyectos
turísticos. Construyó más viviendas nuevas que Alemania, Francia e Italia
juntas... y vio cómo se duplicaban los precios de las casas. El gasto de
consumo se incrementó dos veces más que la media europea durante esa década, y
los salarios subieron un 30%. Cinco millones de inmigrantes nuevos se
incorporaron al mercado laboral. En una especie de maquinaria en movimiento
perpetuo, se necesitaba a los inmigrantes para que construyeran casas para sí
mismos.
"Cuando la economía va
bien, España crea más empleo que ningún otro país", dice Joaquín Arango,
director del programa de Migraciones Internacionales y Ciudadanía en el
Instituto Universitario Ortega y Gasset. "Cuando la economía va mal,
España destruye más empleo que ningún otro".
A finales de 2009, la deuda
exterior total de España era de 1,735 billones de euros, equivalente al 170%
del PIB. La banca privada, que evitó los peores excesos de la crisis financiera
de 2008, posee en la actualidad aproximadamente la mitad de las viviendas
vacías españolas. El Gobierno, mientras tanto, aumentó el gasto público un 7,7%
anual a partir de 2005. Esto, unido al descenso de los ingresos, convirtió el
superávit presupuestario de 2007 en un déficit del 11%. Más de cuatro millones
de trabajadores perdieron su empleo; la tasa de paro española, del 20%, es más
del doble de la tasa media en Europa. Las prestaciones de desempleo, las más
generosas de Europa, cuestan al Estado otros 32.000 millones de euros al año.
Cuando estalló la crisis
crediticia griega en abril, las preocupantes cifras de España se volvieron tan
imposibles de ocultar como los bosques petrificados de grúas que vigilan las
entradas a tantas ciudades.
Los economistas en España
suelen destacar los factores internos para describir la anatomía de la crisis y
justificar los cambios estructurales que dicen que son necesarios. "La
hora de la verdad llegará cuando nos demos cuenta de que las principales causas
de la crisis son internas", dice César Molinas, director de la consultora
Multa Paucis, que ha ocupado varios cargos económicos
en el Gobierno español.
Las autoridades y otros
políticos, por el contrario, tienden a prestar más atención a las raíces
internacionales. Para el Gobierno de Zapatero, esa respuesta parece ser casi un
reflejo. Cuando le pregunté a Elena Salgado, la animosa y elegante
vicepresidenta económica, sobre los obstáculos al crecimiento de la economía,
lo primero que dijo fue: "A nosotros nos está penalizando el
desconocimiento internacional de dos cuestiones importantes...", y
emprendió una explicación del estado constitucional de las comunidades
autónomas y la solidez de las cajas de ahorro. Al final acabó diciendo que,
cuando se completen la reestructuración de las cajas y la reforma del mercado
laboral, "habremos puesto las bases para recuperar nuestro crecimiento
potencial, que en España es alto".
La decisión entre buscar las
claves de la recuperación económica dentro o buscarlas fuera puede reflejar las
diferencias sobre la urgencia y la dimensión de las reformas estructurales
necesarias para conseguirlo. En cualquiera de los dos casos, muchos economistas
se han vuelto pesimistas sobre las perspectivas de crecimiento. Después de
contraerse un 3,9% en 2009, la economía española será la única del G-20 que no
va a crecer en 2010. El Gobierno ha reducido sus proyecciones de crecimiento
para 2011 al 1,8%; la agencia de calificaciones Fitch
las sitúa a un nivel aún más bajo. Molinas y otros creen que la recuperación
será en "L", más parecida a la de Japón en los últimos 20 años que a
la de Estados Unidos.
"El mayor riesgo es que
en 2013-2015 la renta per cápita vuelva a ser la que era hace 10 años",
dice Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales.
"Va a ser una economía más delgada con peligro de anorexia".
Fernando Ballabriga,
director del departamento de economía en la Escuela de Negocios ESADE, también
ve un "horizonte de estancamiento". "Lo que es más preocupante
no es la crisis inmediata, sino el estancamiento a largo plazo", asegura.
"Es muy importante que la solución sea un paquete. Yo estoy convencido de
que hay que hacer todo a la vez. Que la política esté o no preparada para eso,
es la gran pregunta".
"Todo a la vez"
significa llevar a cabo reformas estructurales, además de medidas de
austeridad. Incluye una reforma laboral que cree flexibilidad salarial y más
igualdad para el 30% de trabajadores con contratos temporales; la reforma de
las cajas de ahorros, que albergan el 50% de los depósitos, consolidar su
número y proporcionar los medios para la recapitalización; crear una
financiación pública sostenible; ocuparse de una población mayor cada vez más
numerosa; impulsar la productividad, que se redujo bruscamente durante los
últimos 10 años.
Rodrigo Rato, ex ministro de
Economía y ex director del FMI, que este año ha sido nombrado presidente de
Caja Madrid, me dijo que "lo que tiene que hacer España es tomar
decisiones sobre su política tanto macroeconómica como microeconómica, y
explicarlas a la gente. Esas decisiones son difíciles. Lo importante es que las
decisiones no sólo resuelvan nuestros problemas inmediatos, sino que
introduzcan correcciones en la forma de abordar nuestros problemas a largo
plazo".
Rato confía en que la reforma
de las cajas va a seguir adelante. "Estoy seguro de que de aquí a dos o
tres años tendremos menos cajas en activo, mayores y más capitalizadas".
Pero ninguna medida es por sí
sola una contraseña mágica para salir de la crisis. La reforma del mercado
laboral, por ejemplo, no es un medio para crear nuevos puestos de trabajo. Y
algunos de los mecanismos que los Gobiernos utilizaban en el pasado para
restablecer la competitividad -como las seis devaluaciones de la peseta entre
1977 y 1997- desaparecieron con la creación de la eurozona, lo cual supone una
presión añadida para la unión monetaria y España.
Javier Vallés, principal
asesor económico de Zapatero, dice que en estas circunstancias no existen
buenos modelos que España pueda imitar. "Entre los economistas suelen
hacer papers con economías de
laboratorio", explica. "España es un ejemplo real de una economía que
va a ser estudiada en los próximos cinco años. Ahora es el momento de la
consolidación fiscal y un ajuste que marque el crecimiento de la próxima
década. Las decisiones que estamos tomando ahora tendrán impacto en los
próximos 10 o 20 años".
Para Salgado, la eurozona
realza la "dicotomía" entre austeridad y crecimiento. "El
problema es que nosotros tenemos que financiar nuestro déficit en los mercados
y no estamos en la situación de Estados Unidos ni estamos en la situación de
los países de fuera del euro, que, aunque no hagan una devaluación, pueden ver
cómo su moneda se deprecia, en términos relativos, y eso les origina una
ventaja competitiva", dice. "Nosotros estamos en una zona económica
que está ligada a una moneda y, por tanto, las herramientas que tuvimos en los
años noventa ya no las tenemos. Entonces, claro, siendo verdad que debiéramos
hacer más por el crecimiento, lo cierto es que, día a día... los mercados en
este momento están primando más la austeridad en el gasto".
"Es cierto que la
confianza es muy difícil de construir y muy fácil de perder. Así que vamos a
pagar un precio por la pérdida de confianza", dice Rato. "Algunos de
nuestros problemas deben resolverse al nivel del euro. Seamos francos: no sólo
hay falta de confianza en España, sino falta de confianza en el sistema del
euro y en su capacidad de resolver sus propios problemas. Y ahí creo que
necesitamos una definición clara de lo que debe ser una política fiscal del
euro. Algo que en estos momentos está faltando".
En España es frecuente
comparar a los políticos, y de forma desfavorable, con el sector empresarial
del país. España posee un plantel de grandes compañías de categoría
internacional: Banco Santander, BBVA, Telefónica, Ferrovial, Iberdrola, FCC,
ACS y otras. Cuenta con tres de las mejores escuelas de negocios del mundo. La
inversión en energías renovables le ha dado fama internacional por parques
eólicos como el que está cerca de la universidad de mi hija en Pensilvania,
operado por Gamesa, que ha obtenido millones de dólares de los fondos de
estímulo en Estados Unidos.
Por el contrario, los
dirigentes políticos españoles son objeto de críticas feroces por parte de la
opinión pública. Las informaciones constantes sobre la corrupción política, la
incomprensible alergia -curada hace muy poco- del Gobierno de Zapatero a la
palabra "crisis", el ferviente empeño de la oposición en buscar
ventajas electorales a costa del consenso, han acabado con la fe en que las
autoridades puedan conducir al país hacia la recuperación.
"Las soluciones requieren
o un gran consenso o un Gobierno fuerte. Y no tenemos ninguno de los dos",
dice Fernando Fernández, profesor de economía en la IE Business School. Añade: "Que tenemos un problema de competencia
profesional en la clase política, es objetivamente cierto... Nunca hemos tenido
un Gobierno más débil, nunca en la historia de España".
Gran parte del problema de
credibilidad del Gobierno al hablar de economía tiene que ver con que todavía
hoy no ha ofrecido una visión clara y global del camino que tiene España por
delante. Y la montaña rusa del último mes no ha ayudado. Zapatero no ha
explicado del todo por qué declaró el 5 de mayo que la economía no necesitaba
un ajuste "drástico" y a continuación anunció ajustes drásticos e
"imprescindibles" una semana después.
De hecho, los miembros del
Gobierno siguen dando la impresión de que su fe en la austeridad es resultado
de una conversión obligada. Salgado dice que el Gobierno cree, como proclamó
Zapatero el año pasado, que la salida de la crisis "será social, o no
será". Al preguntarle si el gasto social actual es sostenible, contesta,
con brevedad, que "es sostenible porque según nuestras prioridades lo
hemos puesto en el máximo lugar".
"Nosotros estamos
resistiendo lo máximo posible antes de afectar a ninguna partida del gasto
social. Ahora hemos tenido que afectar mínimamente a un 0,5% del gasto social,
pero queremos quedarnos ahí", añade.
La endeble convicción del
Gobierno parece corresponderse con el celoso oportunismo de la oposición. Me
entrevisté con Mariano Rajoy en su despacho de la planta alta de la sede del
Partido Popular en la calle de Génova. Con amabilidad y después de apartar su
cigarro, Rajoy se lanzó a enumerar las diferencias entre su estrategia para la
economía y la de Zapatero con el fervor de un fiscal que sabe que él también
está siendo sometido a juicio.
En el fondo, dice Rajoy,
"el problema del Gobierno no es su posición, sino su inacción". Y en
el fondo, cada vez más, parece que el plan económico de Rajoy consiste en
apartar a Zapatero del poder.
"Nosotros pensamos que el
principal factor de desconfianza que hay en este momento en la economía
española es el Gobierno", dice. "El principal, por encima de cualquier
dato objetivo o económico".
Rajoy explica por qué votó en
el Parlamento contra las medidas de austeridad del Gobierno no sólo por las
medidas en sí, sino como parte de una estrategia para obligar a que se presente
una moción de confianza. Las encuestas dan al Partido Popular suficiente apoyo
para lograr la mayoría absoluta. Algunos analistas políticos dicen que una gran
derrota del PSOE en las elecciones catalanas de otoño pondría en peligro los
dos años que le quedan a Zapatero en su puesto.
Pero las cifras de la opinión
pública también contienen trampas para la oposición. Los votantes han perdido
la confianza en todos los líderes. Y, como prueba del ansia de soluciones que
tienen, una gran mayoría insta a la oposición a apoyar las medidas económicas
del Gobierno, aunque dichas medidas sean impopulares. Rajoy se ha negado.
Algunos teóricos alegan que,
como ocurre en la economía, la política española sufre unos profundos
desequilibrios estructurales, que van desde la promoción interna en los partidos
hasta la relación entre el Gobierno central y las comunidades autónomas. Las
comunidades representan el 57% del gasto público. Más de la mitad de los casi
tres millones de funcionarios públicos trabaja para los Gobiernos regionales,
muchos en una red burocrática opaca (685 entidades autónomas solo en Cataluña).
Los intereses políticos regionales desempeñan un papel crucial en las cajas de
ahorros.
"La crisis deja al
descubierto los límites de las relaciones entre el Gobierno central y las
autonomías", dice Joan Subirats, catedrático de
ciencia política en la Universidad Autónoma de Barcelona. "No hay
entrenamiento para gobernar el país colectivamente". Menciona, como un
ejemplo positivo, la cooperación entre las autoridades centrales y regionales
en el asunto de la gripe porcina. La situación económica requiere algo más.
"Esta no es una crisis,
es un cambio trascendental", dice. "El país no puede ser el
mismo".
Es de destacar que el
electorado no está tan polarizado como los políticos, dice Jordi Capo, politólogo
y especialista en votaciones en la Universitat de
Barcelona. Ese puede ser un factor que contribuye a la paz social pese a la
escasez de recursos, la incertidumbre sobre el futuro y las frustraciones de la
vida cotidiana. Quizá llegue el estallido social -algunos afirman que la
tardanza del Gobierno en abordar la crisis puede hacer que el estallido sea
todavía más explosivo-, pero, por ahora, cualquier agitación está soterrada.
Para un estadounidense, sobre
todo, el caso de los inmigrantes parece especialmente revelador. Los
inmigrantes constituyen más o menos el mismo porcentaje de la población en
España y en Estados Unidos. En España, que ha tenido una mayor entrada de
extranjeros que ningún otro país europeo salvo Irlanda, donde se calcula que el
20% de todos los recién nacidos son de madre extranjera y el desempleo entre
los inmigrantes es al menos un 30% superior al de los españoles, no hay un
Arizona, no hay indignación nacional sobre quién tiene derecho y quién no tiene
derecho a estar.
"En España, a pesar de
todo, no ha habido rechazo y hostilidad, no ha habido partidos xenófobos",
dice Joaquín Arango. Ahora bien, añade, el país tendrá que reabsorber a un
millón de inmigrantes desempleados en la economía, sobre todo porque la mayoría
parece dispuesta a quedarse. Y, a largo plazo, debe resolver cómo seguir
atrayendo a nuevos inmigrantes.
"Hay que reflexionar
sobre el futuro. No va a ser igual", dice. "La economía tiene que
cambiar y volverse más productiva. Va a necesitar un nuevo tipo de inmigrante".
El 29 de abril -13 días antes
de que Zapatero anunciara el primer gran paquete de austeridad del Gobierno-,
Raimundo García habló en una nave de su fábrica de Villacañas
y anunció un último esfuerzo para salvar Puertas Visel.
Trescientos empleados, incluido él, votaron a favor de reducirse el salario a
un máximo de 900 euros al mes y prestar el resto a la empresa durante los
próximos ocho años para que pueda pagar su deuda, además de ganar tiempo para
elaborar una estrategia a largo plazo que le permita sobrevivir.
"En cierto modo, están
votando conservar sus puestos de trabajo", dijo García más tarde. "Mi
preocupación es que no se cierren las fábricas para no perder nuestro tejido
industrial".
La industria de las puertas en
Villacañas tiene un padre fundador -Abilio Cuesta, un
carpintero que abrió el primer taller en los años setenta- y un momento en el
que los residentes dicen que vieron el principio del fin: el 5 de enero de
2008, cuando circularon las noticias de los primeros despidos. A lo largo de
los dos años siguientes se evaporaron 3.000 de los 5.000 puestos de trabajo
locales. Fue un derrumbe monumental. Desaparecieron los sueldos iniciales de
hasta 40.000 euros anuales y los puestos de director comercial que llevaban a
casa hasta 300.000. En otra época, Puertas Mavisa
patrocinaba a un equipo en la Vuelta a España. Hoy, en la puerta de su fábrica
cuelga un cartel: "Liquidación de maquinarias por cierre".
A pesar de su éxito, García
dice que la industria local no supo adaptarse. Algunas empresas llevaron a cabo
transacciones con dinero negro. No supieron modificar su estilo de puertas para
responder a nuevas demandas. Y el 95% de sus ventas se hacían en el mercado
interior. Dice que el Gobierno ahora debería ayudar al sector a consolidarse.
"Lo que están haciendo con las cajas de ahorros tienen que hacerlo con
nosotros", afirma. "Pero predico en el desierto".
Era inevitable que la
velocidad de transformación de Villacañas tuviera
consecuencias positivas y negativas. Creó riqueza y oportunidades de mejorar.
También atrajo las drogas y provocó un elevado índice de abandono escolar.
Desechó una cultura conservadora y rural para adoptar otra más moderna, urbana
y materialista. García dice, riéndose, que ha visto cómo el pueblo pasaba de
ser un lugar en el que "se iba a la iglesia" a otro en el que
"se va al banco, también para confesar".
Desde su elección en 2007, el
alcalde García Aranda ha contratado a asesores económicos y ha obtenido una subvención
del Fondo Europeo de Ajuste a la Globalización. Sin embargo, dice, "la
responsabilidad de la autoridad es anticipar lo que puede venir. La crisis era
impensable, pero todo el mundo decía que esto no era sostenible. Debimos haber
actuado en 2004".
La matriculación en educación
de adultos se ha triplicado en Villacañas. Antes, los
residentes despreciaban el empleo en el sector público porque estaba mal
pagado; cuando el pueblo anunció hace poco una bolsa de trabajo para
funcionarios, hubo 170 solicitantes. También han aumentado ligeramente, dice el
alcalde, los casos de violencia doméstica, así como la demanda de atención
psicológica.
El alcalde cuenta, entre
risas, que un psicólogo le había dicho de su paciente que "me dijo que el
diagnóstico de este señor era clarísimo, y la medicina para curarlo, también:
un trabajo y 1.200 euros al mes".
La gente menciona varios
factores familiares que mantienen unida la comunidad: generosas prestaciones de
desempleo, que a menudo se complementan con los ahorros o alguna chapuza; una
red familiar y social que sigue siendo fuerte, aunque se haya debilitado; la
contribución de la sociedad civil, y por último, una resignación pasmada pero
persistente, que algún día se disipará.
Rufino López, de 39 años, que
invirtió lo que había ganado en la fábrica para establecerse como carpintero
independiente, está sin trabajo, como su mujer. Y ya no cobra el paro.
Sobreviven gracias a sus ahorros, pero tienen que pagar los 400 euros de
hipoteca para no perder la casa. Han vendido el coche y han aplazado tener un
segundo hijo.
"Yo veo que la gente pone
el grito en el cielo", dice. "Pueden y deben surgir conflictos. Es la
única manera de ver la gravedad de la situación".
Cuando le pregunté a Elena
Salgado lo que el Gobierno podía ofrecer a Villacañas,
contestó: "Primero, una cierta dosis de realismo: la actividad de la
construcción no va a volver a ser lo que era". Y concluyó: "Yo creo
que se trata, primero, de ganar en productividad y tecnología, y después,
encontrar los nichos de mercado... pero con una posición realista de
incrementar la formación para tener la capacidad de encontrar empleo en otros
sectores".
Según el alcalde García
Aranda, las soluciones deben ir más allá de la creación de empleo. Ahora es el
momento de convertir la comunidad en algo mejor, algo duradero.
"En tiempos de crisis,
uno ve las cosas más grandes y duras de la condición humana", dice.
"Lo que está pasando aquí no se resuelve solamente con volver a crecer. Si
se hace eso, sería perder una oportunidad de reflexionar sobre aspectos de la
cultura social y sobre el papel que debe desempeñar la ciudadanía".
España no ha producido todavía
una literatura de la crisis como la que ha dominado las listas de libros más
vendidos en Estados Unidos. A medida que vayan surgiendo títulos, uno que debe
estar incluido es Jóvenes en tierra de nadie. Se trata de una tesis
doctoral recién terminada por Cecilia Eseverri, una
estudiante de posgrado en la Universidad Complutense.
Los jóvenes de los que habla
son hijos de inmigrantes que viven en el barrio madrileño de San Cristóbal de
los Ángeles, un dominó de bloques de pisos densamente poblados que cuenta con
17.000 residentes y el mayor porcentaje de inmigrantes de toda la ciudad. Eseverri comenzó sus investigaciones en él en 2005; fue
maestra en el colegio local y vio cómo el barrio tenía que enfrentarse a dos
pruebas, "la de la inseguridad económica y la de la transformación
demográfica".
La "tierra de nadie"
que describe Eseverri es, más que un lugar, una etapa
de lo que significa hacerse mayor en la España actual. Los jóvenes inmigrantes
a los que estudió y sobre los que ha escrito se alejan de un futuro productivo,
abandonan la escuela y pierden el empleo, y luego vuelven gracias a su sólida
identificación con el barrio y la red de apoyos con que cuentan.
"Con los jóvenes hay este
tiempo muerto y después su reenganche, pero han dejado pasar mucho tiempo para
encontrar un trabajo", explica. "La creación de asociaciones es una
enseñanza política muy importante; es una forma de apoyo social bastante barata
y una inversión que crea un contagio".
Los frentes de batalla de la
crisis económica de España están llenos de jóvenes. Me dicen que pertenecen o a
una generación perdida -excluidos de escuelas y carreras, y buscándose como
pueden algún trabajito- o a una generación estrella: muy preparados, productos
de la vitalidad de estos años de cambio, comprometidos con Europa y abiertos al
mundo.
De cómo sorteen estos dos
grupos la escasez de oportunidades dependerá cómo sale España de la crisis.
¿Qué les ofrecerá el país? ¿Se arriesgarán como lo hizo, por ejemplo, un
inmigrante dominicano de 21 años llamado Dailán
Santana al inscribirse en un curso de ordenadores en San Cristóbal? ¿O Cecilia Eseverri cuando optó por seguir adelante con su carrera
académica pese a que hay plazas de profesor disponibles en la universidad?
También está el caso de Manuel
Huete, un joven de 26 años que reconoce con timidez
que "tengo que decir que la crisis ha sido buena para mí".
Huete creció en Villacañas.
La industria de las puertas colocó a su familia en una situación acomodada.
"Toda la familia trabajaba en las puertas: mi padre, mi hermana, mi
cuñado, mi tío", dice. "Teníamos que diversificar un poco".
Pese a las objeciones
familiares, estudió Empresariales en la Universidad Complutense en Aranjuez y
Economía en la Carlos III. Cuando se graduó, el verano
pasado, y no consiguió trabajo, se fue al Reino Unido a aprender inglés y le
contrató Luis Garicano, un economista español que
trabaja en la London School of Economics.
Hoy, Huete trabaja en el Banco de España, en un
proyecto de tecnología de la información para el Banco Central Europeo.
"Si no hubiera sido por
la crisis, quizá estaría haciendo puertas", dice. Ahora "quiero ser
economista. Es una ciencia muy noble. Intentamos resolver los problemas de las
necesidades, en especial las necesidades más básicas".
¿Y cómo ve el futuro de Villacañas?
"Yo espero que Villacañas tenga futuro", responde. "Es un pueblo
que se ha arriesgado y ha sido fértil. Durante unos años no va a vivir de las
puertas. Dará pasos atrás. Pero no regresará a los silos".