EL PACTO FISCAL DEL NACIONALISMO
Artículo de Mikel Buesa en "Libertad
Digital" del 25-2-12
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El mantra del "pacto fiscal" se ha convertido
en el tópico recurrente con el que los nacionalistas catalanes reafirman su
esencia identitaria cada vez que ésta puede verse en
entredicho en virtud del pragmatismo que impera en su política práctica. El
último ejemplo nos lo ha dado Artur Mas, hace poco
más de una semana, cuando, para compensar el apoyo parlamentario de CiU a los
planes reformistas del Gobierno, se ha despachado declarando a Le Monde que, si
ese pacto fuera rechazado, "Cataluña podría perfectamente ser un Estado
independiente dentro de la Unión Europea".
Son interesantes estas declaraciones porque, en ellas,
se desgranan todos los tópicos que forman parte del cansino discurso
nacionalista: por una parte, la apelación al agravio de los catalanes revestido
de déficit fiscal, de manera que se alega que éste supone entre el 8 y el 9 por
cien del PIB regional y, de paso, se sugiere que las dificultades financieras
de la Generalidad viene de lo mucho de Cataluña paga a España, pues "si
fuéramos independientes, tendríamos entre 10.000 y 15.000 millones de euros
más"; por otra, la inevitable comparación con Alemania, en cuyo Estado
Federal, se dice, "el déficit de los länder está
limitado al 4 por ciento", para a continuación afirmar que eso mismo «es
lo que nosotros queremos»; y, finalmente, la idea de que la sublimación del
autogobierno constituye una condición necesaria para la continuidad del
desarrollo económico, singularmente en estos tiempos de crisis, y por ello
resulta ineludible declarar que "Cataluña es una nación y debe tener
derecho a decidir su futuro".
Conviene someter estos tópicos al análisis y al
contraste empírico. El del tamaño del déficit fiscal no resiste el primer
embate, pues de acuerdo con las estimaciones que publicó en 2008 el Instituto
de Estudios Fiscales, su cuantía es del orden del 6,5 por ciento del PIB si,
como recomienda la sensatez metodológica, se calcula bajo el prisma de la
"carga-beneficio"; o sea, si se tienen en cuenta por una parte los
impuestos que soportan realmente los residentes en un territorio y, por otra,
los beneficios que esas mismas personas obtienen del gasto público.
Pero más allá de la cifra concreta a la que se llegue,
lo verdaderamente relevante es el hecho de que cualquier déficit fiscal se ve
compensado siempre por un superávit comercial. Y así, según nos informa el
Instituto de Estadística de Cataluña en sus últimos cálculos de la Contabilidad
Regional, en 2010 el saldo comercial de la región con el resto de España sumó
12.162 millones de euros; o sea, una cantidad equivalente al 5,8 por ciento del
PIB catalán.
El lector no debe sorprenderse de que esto sea así, pues
ello no es sino el resultado de una identidad contable, de manera que los
países o las regiones que disponen de una sólida posición exterior —y por ello
exportan más bienes y servicios de los que importan— siempre presentan un flujo
financiero negativo, del mismo modo que las economías menos competitivas —que
saldan su comercio con más compras que ventas— siempre registran un saldo
financiero positivo por la sencilla razón de que alguien de fuera tiene que
poner los dineros que se necesitan para pagar ese exceso. Y como Cataluña es
una de las regiones más industriosas de España, nadie debiera asombrarse porque
venda más que compre y tenga un saldo fiscal negativo.
¿Nadie? Bueno, es claro que a Artur
Mas lo que acabo de señalar sí le asombra. Este político catalán, como tantos
otros de su cuerda nacionalista, responde al prototipo que, hace ya muchos
años, en las páginas finales de su Teoría general de la ocupación, el interés y
el dinero, describió John M. Keynes como el de
"los hombre prácticos que se creen exentos de cualquier influencia
intelectual, … (que) oyen voces en el aire, destilan
su frenesí inspirados en algún mal escritor académico de algunos años atrás …
(y) son generalmente esclavos de algún economista difunto". No hay que ser
un lince para comprender que, en este caso, el economista difunto, el mal
escritor académico, no es otro que el que fuera catedrático de economía
política en la Universidad de Barcelona, don Ramón Trias Fargas,
pues no en vano da su nombre a una de las fundaciones vinculadas con
Convergencia Democrática de Cataluña.
En efecto, fue Trias Fargas el
que, en su Introducción a la economía de Cataluña, publicada en 1972, después
de recordar a sus lectores que «por definición … a un superávit en la balanza
comercial ha de corresponder u déficit en alguna de las otras cuentas», hizo
una pirueta intelectual para afirmar que, en el caso de Cataluña, «parece que
el superávit de mercancías —que, por cierto, él estimó en el 3,6% del PIB
para 1967— es más que compensado por el déficit de las otras cuentas, y queda,
al final, un déficit general, más o menos grande, en nuestra balanza con el
resto de España». Naturalmente, después de esta cabriola no podía esperarse
otra cosa que la instauración de los dos fundamentos doctrinales de carácter
económico que el nacionalismo catalán ha venido repitiendo desde entonces: el
primero señala que ese desequilibrio metodológicamente imposible pero
cuantificable según la particular invención estadística de su autor,
"priva a Cataluña de fondos para autofinanciarse"; y el segundo afirma
que "Cataluña podría subsistir sola".
Pero dejemos el incorrupto legado intelectual de don
Ramón Trias Fargas —tan venerado, sin saberlo, por
sus epígonos, los actuales dirigentes del que fuera su partido— para
adentrarnos en la cuestión de si, además del agravio español, existe otro
cuando se compara a Cataluña con las regiones alemanas. Convivencia Cívica
Catalana, la meritoria asociación ciudadana que opone in situ las virtudes
democráticas a los excesos totalitarios del nacionalismo, acaba de publicar un
informe que viene muy bien para elucidar este asunto. Se titula Mitos sobre el
déficit fiscal catalán: comparación de Cataluña con los länder
alemanes; y en él se muestra que, en Alemania, «los mecanismos de nivelación
interregionales no incorporan en absoluto ninguna limitación en las balanzas
fiscales de los länder del 4%». Además, esa
restricción del 4% del PIB, tan cacareada por los nacionalistas catalanes, no
se menciona «en ninguna sentencia judicial del Tribunal Constitucional ni en
artículo alguno de la Constitución alemana». Y, para corroborarlo
empíricamente, el informe recoge, a partir de los datos del Statistiches
Bundesamt Deutschland y de
la Generaldirektion für Wirtschaft und Finanzen, las estimaciones para 2005 del déficit fiscal de Hessen (10,1 por ciento del PIB), Baden-Württemberg (9 por
ciento), Hamburgo (7,4 por ciento), Baviera (6,7 por ciento), Nordrhein-Westfalen (2,4 por ciento), Schleswig-Holstein
(1,6 por ciento) y Rheinland-Pfalz (0,9 por ciento). Unos déficit fiscales que, lógicamente, financian los
superávits que contabilizan Bremen, Sarre, Baja Sajonia, Berlín, Mecklenburg-Vorpommern, Turingia, Brandenburgo,
Sajonia-Anhalt y Sajonia.
Las conclusiones de Convivencia Cívica Catalana, no por
demoledoras, son menos ciertas. Y con ellas me quedo: «es falso que el déficit
fiscal de los länder alemanes esté limitado al 4 por
ciento de su PIB como afirman destacados dirigentes de CiU; …
también es falso que Cataluña tenga más déficit fiscal que los länder alemanes». Por ello, recuerdan los autores del
documento, es exigible «a los políticos que nos representan honestidad
intelectual» para que «no falseen la realidad en beneficio de sus intereses
partidistas y electorales».
Llego al final, pues en el extremo de todo esto no está
sino la idea de que, para que el progreso de la sociedad y de la economía
hermosee los hogares y haga más apacible la vida de los catalanes, es necesario
profundizar en el autogobierno como si existiera un «dividendo económico de la
descentralización». Andrés Rodríguez-Pose, catedrático en la London School of Economics, ha dedicado
un extenso programa de investigación a este asunto, con análisis empíricos de
países como Alemania, Italia, Estados Unidos, Brasil, China, India, México y,
naturalmente, España. Es posible que, algún día, con más espacio disponible,
dedique un artículo a explicar a mis lectores los pormenores de estos
interesantísimos trabajos. Pero, por ahora, baste con señalar que las ventajas
económicas de la descentralización no aparecen por ninguna parte y que el
desarrollo económico de las regiones, aunque no se ve impedido por la
progresión en la autonomía de sus gobiernos locales, tampoco se ve impulsado
por ella. El autogobierno no es, por ello, la panacea del bienestar.
El Sr. Buesa Blanco es
catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid.