EL DESGASTE DEL PODER
Informe
de José Cabrera (psiquiatra) en “ABC” del 20-6-10
Por su interés y relevancia he
seleccionado el informe que sigue para incluirlo en este sitio web.
Cuando el gobernante
pierde la perspectiva de la realidad. O yendo más allá: ¿está Zapatero en
condiciones psíquicas para gobernar?
¿Quién
no ha opinado alguna vez sobre nuestro actual Presidente del Gobierno, el señor
Rodríguez Zapatero, y más en estos tiempos tumultuosos? Como siempre se ha
hecho con el que manda. Pero ¿quién se ha preguntado en serio, en profundidad y
sin folclore, cómo es realmente un presidente en persona, y el nuestro en
particular? O yendo más allá: ¿está en condiciones psíquicas para gobernar?
Zapatero, hundido por la crisis
Y es
que, psíquicamente hablando, la elección democrática de un dirigente no le
aporta más inteligencia que la que él trajera previamente, ni le modifica la
personalidad, ni estabiliza sus sentimientos o afectividad, ni siquiera le da
energías supletorias para vivir con su nuevo rol. Muy al contrario, le somete a
una tensión sin precedentes que ni el más multitudinario grupo de asesores
puede mitigar.
Pero,
¿cómo opinar sobre alguien sin conocerle personalmente? Menos aun siendo
psiquiatra, «pues buenos están los psiquiatras, dirán algunos» Muy sencillo
recurriendo a un pasaje evangélico en Mateo 7, cuando se dice textualmente:
«Por sus obras los conoceréis», punto de partida de la psicología política, que
basa los análisis psíquicos de los políticos en las técnicas psicobiográficas y
de expresión no verbal, y que podemos aplicar a nuestro presidente acogiéndonos
a la libertad de opinión y de expresión.
Una
sonrisa permanente, una mirada rígida, unos ademanes encorsetados, una
expresión corporal de inseguridad, unos trajes que no acaban de caerle bien,
unos cambios repentinos en la forma de hablar con altibajos en la seriedad y en
la afectividad, y así un largo etcétera enmarcan la visión que todos tenemos
del presidente. Y junto a lo visto, lo ofrecido con su conducta: una huida de
la realidad a todo trance, una tenacidad rayana en la obsesión en sus
directrices, un convencimiento propio alejado de sus ministros y asesores, un
afán por evitar el no y decir sí a todos los interlocutores en posturas
enfrentadas, una conducta a golpe de clamor social en vez de meditada y,
finalmente, una idea fija de reescribir el pasado histórico removiendo las
conciencias de todos para que cuadre con el suyo reinventado.
¿Y quién
es Rodríguez Zapatero? ¿De dónde procede? ¿Cuáles son sus méritos personales,
sociales, laborales o intelectuales para que podamos contrastarlos?
Para un
psiquiatra espectador sentado en el sillón de su casa, estaríamos ante un
hombre de biotipo leptosomático (delgado como Don Quijote), introvertido (con
más vida interior que exterior), intratenso (con preferencia en el uso de los
músculos aproximadores sobre los extensores), con una inteligencia media alta
más abstracta que concreta, una afectividad sobredimensionada, lábil y que le
puede jugar malas pasadas, un pensamiento no rápido, perseverante en la idea
preconcebida y muy dependiente del mundo interior, una memoria frágil «a
sabiendas» o no, y que por todo ello parece tener dificultades con la realidad,
o porque no la entienda, o porque «esotéricamente» no la acepte, o porque
llevado de un «idealismo extremo» quiera modificarla «a toda costa».
En este
sentido todos los ciudadanos sabemos que la conducta política es una conducta
compleja, que debe pasar muchos filtros, por lo que difícilmente es espontánea,
y menos en los tiempos que corren. No obstante hay situaciones, ya sean
puntuales o permanentes, que los diferentes líderes manifiestan y en las cuales
proyectan su autentica persona. En esta línea y con la cautela propia de estas
afirmaciones, podríamos decir a manera de ejemplo lo siguiente del señor
Rodríguez Zapatero: «La persistencia inicial que el presidente del Gobierno
mostró en la posibilidad de un “diálogo con ETA”, a todas luces inviable, su
posicionamiento con líderes iberoamericanos “infantiles” y autocráticos, su
rechazo un tanto inmaduro de la “política imperialista” de EE.UU., la
insistencia en doctrinas de difícil o inasequible logro como la Alianza de las
Civilizaciones, la inaudita persistencia en aunar posturas entre sindicatos y
patronal con posiciones “ambiguas y elásticas” y el flujo constante de
afirmaciones contradictorias ante hechos políticos nacionales o
internacionales, revelan la personalidad de la que estamos hablando, y que
algunos benignamente podrían etiquetar de una “ingenuidad incompatible con el
cargo”, y son conductas que perfilan la influencia que en él tiene su propio y
peculiar mundo interior».
Y por si
fuera poco, para enojo de sus opositores y espanto de su propio equipo, los
años en el poder con esa conducta compleja y confrontada con la realidad han
pasado factura como no podía ser menos.
¿Quién
no se ha fijado en la expresión fácil del presidente cuando tomó posesión del
cargo? Risueño, simpático, sin ojeras, con la mirada rápida a un lado y otro,
vestido como quien nunca antes hubiera usado corbata, con gestos espontáneos,
con «cara de quien no sabe aún lo que está pasando o no se lo esperaba y aún no
se lo cree». Y la cara hoy, seis años después, con la sonrisa hierática como
cristalizada, serio tras la sonrisa, labios apretados de preocupación,
perfectamente encorsetado en el traje oficial, con una mirada fija no de
sorpresa, sino de «buscar una salida y no encontrarla» y en cierto modo
estupefacto ante los acontecimientos que probablemente creyó que iba a cambiar
y que no solo no cambiaron, sino que empeoraron.
¿Es el
precio del poder? ¿Cada cual paga un precio parecido? O el síndrome de la
Moncloa.
Qué duda
cabe que la tensión del mando y el cargo afectan al «acero más templado». Pero
más duro que esto, con seguridad, es perder la perspectiva de la realidad
cotidiana, observar lo social desde una altura inmensa en la que se pierden las
siluetas de las personas, la desaparición de la línea que separa lo correcto de
lo incorrecto y hasta el bien del mal, y lo más doloroso, la imposibilidad de
distinguir en el poder quién es amigo y quién no, quién quiere algo de ti y
quién quiere dar algo, o quién es un profesional verdadero y quién es un
aficionado. Y todo ello en un mar de aduladores sin límites que defienden al
jefe porque en el reside su propio futuro laboral, ese es el verdadero efecto
psíquico del poder, diríamos que es el núcleo de lo que se ha venido en llamar
el Síndrome de la Moncloa.
Un
presidente sin apetito
Del
presidente Zapatero se ha dicho de todo, se le ha gloriado, se le ha insultado,
se le ha visto como un idealista por unos y un maquiavélico maligno por otros.
No hay epíteto o calificativo que no se haya utilizado, pero nunca se ha hablado
con rigor de su personalidad, aunque hoy los más audaces han aventurado la
palabra «deprimido» para calificar su estado de ánimo en los últimos tiempos. Y
es que se le ha visto cabizbajo, lento en las respuestas, con poco apetito
(según algunos cercanos a él) y ausente en muchos debates públicos, como
escondido y a la espera. En este sentido, no dudaría yo que al presidente no le
haya costado levantarse de la cama por la mañana en más de una ocasión; o que
en su juventud, ante contratiempos y zozobra, no se escondiera en la misma
algún día que otro, o que le costara conciliar el sueño, no es para menos. Y
por esta razón los ciudadanos debemos preocuparnos de la salud mental del
dirigente. Cuestión que no es intrascendente ya que de ella dependen decisiones
que a todos nos afectan, y a pesar de ello, que yo sepa, en ningún partido
político europeo se ha tratado este asunto ni siquiera en alguna comisión
«secreta», algo muy propio de la «política europea aficionada en su mayoría» y
muy contrario a la «profesionalidad política norteamericana» por poner un
ejemplo comparativo, aunque a algunos les pese.
¿Qué
está pasando, pues, con nuestros dirigentes hoy? ¿Cómo es posible aguantar a
Cristina Kirchner en Argentina con esa conducta manifiestamente bipolar que tiene
boquiabiertos a propios y extraños? ¿Cómo se puede tolerar un Chávez
militarista, autocrático y con un narcisismo más allá de lo saludable? ¿ Hasta
cuándo los cubanos van a poder soportar la pobreza y la desidia a las que les
tiene acostumbrados la familia Castro en una percepción de la realidad no sólo
obsoleta, sino en ocasiones delirante? Y sin buscar más anormalidades lejanas
en regímenes paranoicos «de libro», no nos sorprendemos de que Sarkozy tenga
que llevar calzas por tener complejo de bajo (Napoleón no las necesitaba) o
Ángela Merkel se queje diplomáticamente de «las efusiones físicas» de su colega
francés, o que Berlusconi se aplique maquillaje a escondidas con un pañuelo
como si se secara el sudor. Y así podríamos ir revisando uno por uno los
perfiles «psíquicos» de los políticos dirigentes. No me gusta la frase, pero
¿no tendremos lo que nos merecemos?
Pero lo
preocupante, a nuestro juicio, es que no existe mecanismo social alguno, ni
mucho menos político que exija al candidato previamente seleccionado para la
campaña una cierta estabilidad emocional, una inteligencia amplia y práctica,
una ausencia de «traumas o preocupaciones de juventud o infancia», y así un
largo etcétera.
Lo he
dicho en otros foros, en libros y artículos, y lo repito aquí a manera de
colofón, la salud mental de mi presidente del gobierno me importa, me interesa
mucho y me preocupa, y esa misma preocupación debería tenerla su partido
político, debería debatirse en las tertulias como hacen los norteamericanos. No
es asunto banal, porque de él depende la marcha -aunque sea «relativamente»-
del país, y hasta el clima de crispación y desconcierto que se ha implantado
hoy en la opinión pública, en la que no se puede ni decir sí o no a nada
concreto, porque en realidad no sabemos dónde vamos, y, como decía Séneca, «no
hay viento favorable para el que no sabe a qué puerto va».