RÍO REVUELTO EN MADRID
Artículo de Jesús Cacho en “El Confidencial.com” del 05 de octubre de
2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
La
fiesta española en Copenhague de este fin de semana resultó amenizada por el
Fondo Monetario Internacional (FMI), famosa banda de las desdichas que la víspera
se encargó de recordar a la alegre tropa ibérica que bailaba en el Hotel D’Angleterre que España será el último país desarrollado en
salir de la crisis, y que la tasa de paro llegará en 2010 hasta el 20,2% de la
población activa. El fin de fiesta corrió a cargo de Octavio Granado, conocido
vocalista del conjunto “Ministerio de Trabajo” que, el mismo viernes en que esa
Olimpiada con que nuestra clase política había decidido obsequiarse en 2016
marchaba a Río, anunció la existencia de 80.300 nuevos parados, más de un
millón en los últimos 12 meses.
La
situación no es mejor a nivel municipal, al menos en lo que al Ayuntamiento de
Madrid respecta. El mismo día en que el FMI hacía públicas sus previsiones de
futuro, este diario daba cuenta de que el Ministerio de Economía ha negado a Alberto
Ruiz-Gallardón una nueva autorización de endeudamiento, después de que el
consistorio cerrara 2008 con un déficit de más de 1.200 millones de euros,
cifra a sumar a una deuda global que a final de este año rebasará los 8.000
millones, suma que representa el 155% de sus ingresos corrientes y
ampliamente supera el 110% que como tope máximo de endeudamiento establece la
Ley de Haciendas Locales. Gallardón ha incumplido olímpicamente el Plan
Económico Financiero 2005-2008 pactado en su día con Pedro Solbes. En 2003, cuando el faraón
llegó a la alcaldía, la deuda de Madrid era inferior a la de Barcelona. Ahora
mismo es 12 veces mayor.
En 2003, cuando el faraón llegó a la alcaldía, la deuda de
Madrid era inferior a la de Barcelona. Ahora mismo es 12 veces mayor.
Intentando
tapar agujeros desesperadamente, el señor Alcalde de Madrid por el PP se la
lanzado a una desaforada subida de tasas e impuestos varios. No hay reunión
familiar que estos días se celebre en la capital que no aborde de entrada
la escandalosa subida del IBI, a la que se ha añadido una nueva Tasa de
Recogida de Residuos Sólidos, vulgares basuras, que supone a cada madrileño un arreón de más de 90 euros para un piso de cien metros
(aunque la herida puede llegar hasta los 190 euros al año, frente a los 24 que
se pagan en Sevilla). Un abuso manifiesto, que los ciudadanos terminan
aceptando resignados, porque esta es otra de las novedades de nuestro
tiempo: la indefensión del español de a pie ante el permanente abuso de poder
perpetrado por la casta política en sus distintas modalidades.
Y mientras esto ocurre en la España real, la alegre tropa desplazada a
Copenhague gratis total, con el Rey Juan Carlos a la cabeza, se afanaba en
convencer a unos señores dignos de toda sospecha de que votaran a Madrid. Y
todos vendían la misma falsa mercancía: el apoyo unánime de la población
madrileña, y aun de la española, al proyecto. Con una falta de pudor digna
de mejor causa, los responsables de fasto se han apresurado a vender el
silencio de los corderos como respaldo sin fisuras. La trapacería de
nuestra clase política ha contado para la ocasión con el apoyo casi unánime de
los medios de comunicación, en particular de las televisiones. Tópico hasta la
náusea. Un conocido locutor de radio, desplazado al efecto a Copenhague, metió
en antena a las 9,30 de la mañana del viernes a un madrileño que, francamente
cabreado, dijo pasar ampliamente de los Juegos malabares del alcalde para
preguntarle, en cambio, por qué en los últimos tres ejercicios le había
aplicado una subida del 14% anual en el citado IBI.
Pues
bien, el intrépido comunicador le cortó en seco: “O sea, que usted no está a
favor…” Ni le despidió. Pocas veces se ha podido visualizar de forma tan clara
la distancia que separa a la opinión pública de la publicada, así como la
connivencia entre la clase política y la periodística, en particular la de unos
dueños de los medios que siguen esperando como agua de mayo las ayudas
públicas que les permitan sortear la quiebra que amenaza a la mayoría de ellos.
Si a finales del XVIII, el revolucionario francés Babeuf se quejaba en su Manifiesto
de los Iguales de que
“la pobre especie humana ha servido de juguete a todas las ambiciones, de pasto
a todas las tiranías (…) Siempre y por doquier se arrulló a los hombres con
bellas palabras; jamás ni en ninguna otra parte han obtenido otra cosa que
palabras”, resulta desolador comprobar cómo dos siglos y pico después sigue
siendo tan fácil mover a la opinión pública a base de grandes campañas de
manipulación colectiva, consistentes en apelar a los sentimientos (la genuina
alegría de poder organizar unos Juegos) más elevados de la gente del común,
ocultando el lado oscuro que la aventura lleva aparejado.
España
ya no es la joven democracia que concita simpatías
Han
pasado 23 años desde que el 17 de octubre de 1986 y en Lausana, el COI eligiera
Barcelona como ciudad organizadora de la XXV Olimpiada por delante de París.
España aparecía entonces a los ojos del mundo como una joven democracia en
busca de una consolidación que concitaba las mayores simpatías. Desde aquel
1986 se han sucedido avatares que han variado sustancialmente el tablero de
juego. El mundo ha cambiado mucho. Se perciben nuevos equilibrios geoestratégicos
y un sinfín de nuevas naciones emergen con esperanzas
renovadas en un futuro de desarrollo y bienestar. España, sin embargo, ha
cambiado a peor. Hablar de nuestro déficit democrático resulta ya un lugar
común: ausencia de una Justicia independiente, sometimiento al Poder de los
medios de comunicación, falta de transparencia en el manejo de lo público,
creciente estatalización, Monarquía cuestionada, corrupción rampante, crisis de
valores, sindicatos peronistas, nacionalismos provincianos, más corrupción...
Es evidente que sería bueno un cambio de Gobierno, aunque lo realmente
necesario es un cambio profundo del sistema que debería comenzar con una
reforma a fondo de la Constitución, para rescatarla de las garras de quienes
han abusado de ella en provecho propio: la propia Monarquía, los dos grandes
partidos “nacionales” y los dos nacionalistas de derecha catalán y vasco.
Si a
ello le añadimos una crisis económica sin precedentes, con un déficit público
que rondará el 12% del PIB a final de año, un paro como el antes descrito, con
nulas perspectivas de empezar a crear empleo estable hasta finales de 2014,
llegaremos a la conclusión de que la pretensión de organizar unos Juegos en
Madrid no puede ser considerada más que como el acto de locura colectiva de un
país que ha perdido el norte de sus prioridades o como muestra de la
desvergüenza de una clase política decidida a darle hilo a la cometa
manteniendo al pueblo embebido en el opio de un panem
et circenses
financiado, además, con unos fondos públicos de los que carece el Estado. Lo
ocurrido el viernes en Copenhague era de sobra conocido por un Gallardón que ha
sido capaz de embarcar a toda España en una aventura que sabía imposible. Sin
una voz discrepante. Lo supo desde que el 17 de junio pasado
tuvieron lugar en Lausana las presentaciones técnicas de las ciudades
candidatas. Pero siguió adelante con toda su cohetería, porque el proyecto
olímpico era para él una coartada, el trampolín de prestigio que debía
franquearle definitivamente el liderazgo del PP y la presidencia del Gobierno,
permitiéndole, al tiempo, enmascarar la deuda de Madrid con las ayudas
públicas.
Queremos
saber cuánto ha costado la fiesta de Copenhague
Todo
ha resultado una gigantesca engañifa, empezando por el olimpismo de un señor
que jamás ha practicado deporte alguno y que, cuando aún se llamaba Alberto
Ruiz Jiménez y estudiaba en los jesuitas de Chamartín (Nuestra Señora del
Recuerdo), huía espantado en el recreo en cuanto veía acercarse un
balón, peligrosa arma de destrucción masiva capaz de manchar el terno
impoluto, con chaleco incorporado, que solía vestir. 18 añitos tenía entonces la criatura. La compañía de comedias que el
viernes representó en Dinamarca el sainete “Un paraíso entre zanjas” aterrizó
ayer en un Madrid imposible, endeudado para varias generaciones. Urge saber a
cuánto asciende el sueño megalómano de este sátrapa consumado. Conocer qué
ha costado el show de Copenhague, quién va a pagar los vuelos fletados al efecto, los
cientos de invitados a los que, al parecer, se regaló maleta, traje –¡oído cocina, señor Camps!- y corbata, quién ha
corrido con la cuenta de hoteles, convites y confetis… Sabemos que hemos sido
nosotros, cierto, pero queremos oírlo en boca y con el
verbo florido de ese insuperable orador que es Gallardón.
Y un
mensaje de ánimo para los muchos madrileños que, de buena fe, querían los
Juegos y han visto sus esperanzas frustradas. Aunque ciudadano del mundo, me gusta
ver a España ganar incluso cuando del Mundial de Canicas se trata. Pero aquí y
ahora no había nada que festejar, nada de lo que sentirse orgulloso. La
alegría, el sentimiento de pertenencia al grupo, la sensación de autoestima
colectiva se construye y mantiene trabajando por un país más abierto, mas
democrático, más rico y más libre; un país con una Justicia que funciona y unas
Instituciones respetadas y respetables; un país dispuesto a combatir a fuego la
corrupción y crear empleo, capaz de reclamar a los talentos que tiene
desperdigados por el mundo porque aquí no encuentran trabajo adecuado; un país
capaz de evitar la marcha de Barbacid del Centro Nacional de
Investigaciones Oncológicas porque le recortan el presupuesto. En esta España
nuestra no hay dinero para ciencia o I+D, pero sí para dilapidar en operaciones
como la de Copenhague. Este es el país del que tendríamos que sentirnos
orgullosos. Lo demás es hojarasca. No hemos perdido los JJ.OO, los han perdido
ellos. Y nos hemos ahorrado un buen dinero. Gracias, COI.