Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 17 de junio de 2009
Con el
debido respeto y si no es mucha molestia, si no perturba demasiado sus
urgentísimas obligaciones prioritarias, si lo tienen a bien, si no les incomoda
mucho, si no les causa estrés, si les viene de mano y no les interrumpe la
siesta, sus señorías los miembros del Tribunal Constitucional acaso deberían un
día de éstos tener la bondad de reunirse para, aprovechando que ya no va a
haber elecciones en año y medio largo, ultimar el recurso del Estatuto de
Cataluña, sentenciarlo y firmarlo de una puñeterísima
vez. Eso siempre que no tengan nada mejor que hacer, faltaría más, que ya se
entiende que han estado muy ocupados en los últimos casi tres años, que a unos
espíritus tan selectos no se les puede meter prisa y que se trata de un asunto
extremadamente delicado que requiere de una serena y reflexiva ponderación
incompatible con cualquier género de precipitaciones. Pero sería estupendo que
encontrasen el hueco, ahora que llega el verano, para hacer la merced de
evacuar ese expediente tan complejo y poderse tomar las vacaciones que su ardua
dedicación jurídica y su irreprochable diligencia merecen. Siempre que sea
posible sin quebrantos, claro está; tomándose su tiempo, que no es cosa de ir
con apremios ni urgencias.
Si
hallasen el momento tan ilustres próceres, la sentencia podría acaso aclarar el
enredo de la financiación autonómica antes de que el presidente Zapatero la
resuelva, como prometió ayer en El Prat, por cuenta propia y riesgo ajeno, ya
que resulta del todo impensable que el jefe del Gobierno disponga al respecto
de información privilegiada; esos honorables juristas no permitirían jamás una
declinación tan improbable de su independencia. El lapso estival acolcharía la
previsible controversia del fallo, y las instituciones autonómicas catalanas, y
en su caso las nacionales españolas, podrían al fin disponer de un marco al que
atenerse para desarrollar la arquitectura territorial del Estado.
Todo
ello aun el caso de que, como sostienen algunas mentes malpensantes,
la sentencia acabe discurriendo por cauces contemporizadores y efectúe encaje
de bolillos en torno a las cuestiones más trascendentes de la bilateralidad
institucional, la lengua o el reconocimiento de la nación catalana. Incluso en
esa hipótesis más o menos resignada, la resolución del recurso vendría a acabar
con la provisionalidad del encaje político de Cataluña en España, sometido en
los últimos tiempos al capricho de una clase dirigente poco diligente y sumida
en un profundo autismo de complacencia. El pronunciamiento del Constitucional
resulta imprescindible para marcar, aunque sea en medio del partido, las reglas
del juego. Pero para ello es necesario que sus abrumadas señorías tengan a bien
buscar, en medio de su azacaneado trajín, un ratito para ocuparse de esta
minucia. Sin prisa alguna, por supuesto, no vayan a precipitarse.