Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 29 de octubre de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
EN el
país llamado Trincolandia había un territorio que se
ufanaba de ser un oasis de civismo y progreso, una región moderna, desarrollada
y feliz que creía vivír en una burbuja de
particularidad identitaria al margen de los vicios
corruptos del resto. Pero ha bastado que los jueces metan un poco la nariz en
tan paradisíaco refugio para descubrir que el mentado oasis era una charca de
aguas putrefactas, un sucio manglar en el que nadan caimanes y cocodrilos. Nada
distinto, nada especial, salvo acaso la curiosa simbiosis transversal con que
los reptiles se reparten la carnaza sin distinción sectaria de clanes ni
manadas: todos juntos en torno al botín y en medio de un espeso silencio de
supervivencia. En Trincolonia, o Trincoluña,
se roba igual que en todas partes aunque hasta ahora se disimulaba mejor.
Se
trataba de un secreto a voces que Maragall estuvo a punto de destapar con su
célebre denuncia retráctil del tres por ciento pujolista,
asunto en el que quedó claro que lo único que había errado el ex president era la cuantía del porcentaje. Luego fue el
propio Maragall quien propuso bajar el soufflé que amenazaba con estropear todo
el banquete, quizá consciente de que en su propio bando había comensales que
aún estaban en el primer plato. El caso Millet,
primero, y el de Santa Coloma después han vuelto a revelar la existencia de un
sótano inconfesable en el que la distinguida burguesía catalana guarda sabrosas
viandas afanadas en su larga dominancia social y política, pero ahora se
empieza a atisbar que el nacionalismo convergente había entregado a los
socialistas, esos charnegos, una copia de la llave. La célebre sociovergencia, el sueño hegemónico del zapaterismo
frustrado por la ambición de Montilla, ha empezado por el reparto clandestino
de la rapiña.
La
clase política catalana, tan autista y autocomplaciente, tendría que hacerse
mirar esos síntomas alarmantes que la asemejan muy a su pesar a la media de un
Estado carcomido por la venalidad; se empiezan a parecer unos a otros como los
rinocerontes de Ionesco. Pujol, que algo sabe de ese sistema pútrido con
apariencia respetable, se quitó la careta la otra noche en una entrevista en
TV3 e instó a la dirigencia pública a «no hacerse daño», como en el chiste del
dentista. Pero ése es, por pragmático que resulte, justo el camino contrario;
lo que hace falta es una catarsis que fumigue toda la corrupción subterránea.
Aunque unos y otros acaben apestados como sugirió el Honorable; de todos modos
ya lo están y más vale darle una oportunidad a los justos que queden en esta
Sodoma de espurios intereses cruzados. Aunque eso se parezca mucho a una
refundación del sistema, la casta dirigente va a tener que elegir: purga o
todos al hoyo. Limpieza general o desafección ciudadana. Una democracia no
puede sostenerse con los cimientos anclados en una ciénaga. No hay libertad sin
honradez: Freedom for Trincolandia, freedom for Trincolonia.