LA
SECESIÓN VIRTUAL
Artículo de Ignacio Camacho en “ABC” del 14 de diciembre
de 2009
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
EL fenómeno político catalán más importante de esta
década no es la célebre desafección, que al fin y al cabo representa un estado
de ánimo recurrente por fases en la larga y compleja conllevancia
-Ortega dixit- entre Cataluña y (el resto de) España. Lo que caracteriza el
guión dominante en la escena pública de Cataluña es la descomposición de la
clase política institucional y su progresiva subordinación a la minoría radical
soberanista. Un doble proceso que no se entendería sin la rendición del
hegemónico Partido Socialista a sus socios independentistas del tripartito,
auténticos motores de la dinámica de secesión virtual que ha empezado a
imponerse como hecho consumado en una sociedad que estadísticamente no la
desea.
Sin esa condición de rehén con que el PSC se ha
envuelto a sí mismo -siempre bajo la anuencia de un Zapatero proclive al pacto
con ERC-, episodios como el multirreferéndum de ayer
no pasarían de una chusca parodia. Que no otra cosa es si se atiende a sus
resultados; pero a sus convocantes lo que les importa es la consulta en sí, no
su balance. Y la consulta, el hecho propio, está hoy en todos los periódicos y
noticiarios europeos asociada a la palabra «independencia», con un eco
infinitamente superior a su importancia objetiva gracias al beneplácito
silencioso de un poder que no ha tenido agallas para desautorizar el simulacro.
Oficialmente por miedo a acentuar su repercusión; en realidad por incapacidad
práctica de contradecir a quienes sostienen a Zapatero y a Montilla en sus
respectivas poltronas.
La estrategia soberanista, a la que ERC y sus
adláteres tipo Joan Laporta han arrastrado al resto de la dirigencia catalana,
pasa por el fomento de la incomodidad o desafección en un doble sentido: de lo
catalán hacia lo español y a la inversa. Esta última dirección, es decir, el
cabreo españolista, resulta fundamental para los intereses del secesionismo,
empeñado en crear un estado de independencia psicológica que algunos expertos
denominan «la secesión ligera» según el modelo de la Padania
italiana. Y cuenta con la complicidad pasiva o directa del único partido que,
por su posicionamiento central en la sociedad catalana y su hegemonía en la
española, podría frenar en seco este proceso delirante y extraviado.
El consentimiento tácito del Partido Socialista ha
permitido una farsa electoral que, al margen de sus raquíticos resultados -sólo
faltaría-, constituye por sí misma un éxito para sus organizadores. Gracias a
esa aquiescencia conformista, un montón de municipios catalanes ha votado sobre
la independencia en urnas de cartón y toda Cataluña, toda España, toda Europa,
han hablado de ello como un hecho relevante. En ese sentido, el independentismo
ha ganado la consulta mientras Zapatero sonríe para que creamos que todo está
bajo el control de su frívola inepcia. Como lo estaba el Estatuto,
aproximadamente.